Las manifestaciones sucedidas en la Capital de la República Dominicana, así como en Santiago, no constituyen una expresión única y exclusivamente contra la corrupción. El caso ODEBRECHT solo ha servido de empuje al descontento que por mucho tiempo los dominicanos han venido sintiendo por la clase política y por el sistema de cosas que impera en el país. La animadversión acumulada en el pueblo no es excluyente de ningún partido o institución política, sino que alcanza a todas las organizaciones y al sistema partidario.

La casi desaparición de partidos consolidados, el transfuguismo y la aparición de movimientos alternativos así como expresiones de reclamos populares son señales que anuncian el fin. El caso ODEBRECHT es tan solo un expediente de los tantos que se han suscitado en los últimos 20 años. Aunque el Ministerio Publico, en fiel cumplimiento de sus funciones, esté realizando las diligencias investigativas de lugar, no puede evitar que el caso se politice y se convierta en el elemento justificante a un cambio de sistema, o, en el mejor de los casos, a un cambio de la clase política gobernante.

Para aquellos que anhelan un cambio, y que identifican en las expresiones verdes una señal positiva en favor de aquella agitación, debe resultar inquietante la ausencia de un Hombre Verde que lidere las manifestaciones. Un movimiento sin líder es como una revolución sin causa; o una marcha sin cabeza es como un tropel sin dirección. El movimiento verde tendrá éxitos, y constituirá una verdadera amenaza para los partidos, en la medida que el hombre verde aparezca, de lo contrario pasará a la historia como una gran expresión anticorrupción; pero no como un movimiento restaurador de la nación dominicana.