Suceden en esta vida cosas inexplicables, absurdos que nos llevan a detenernos en medio del camino para preguntarnos si realmente fuimos testigos o protagonistas de tal o cual acontecimiento. Hacía mi rutina de ejercicio en el Jardín Botánico y observé que a mi lado caminaba un tipo muy alto, tanto que por la inclinación de su cuello bien podía parecer perfectamente una jirafa. Sabía de él por sus éxitos obtenidos en playas extranjeras. Busqué llamar su atención, sin embargo el personaje continúo sus pasos impertérrito, sin mostrar el más mínimo interés por mí.
Tengo una característica que sobresale por encima de cualquier otra y es la persistencia, por lo que ensayé otra manera de abordarle sin permitirme fracasar en ese segundo intento. Quienes lean estas líneas deben agregar, como decorado a esta conversación, hileras de árboles frondosos y algún que otro espacio abierto invadido por las bocinas de los carros. Ambos caminamos juntos bordeando el Jardín Botánico. Unas veces trotando, otras caminando muy parsimoniosos, sosegados, abandonados al final a un diálogo que transcribo tal cual aconteció.
-Buenas tardes.
-Buenas, contestó.
Su respuesta fue casi instantánea y sin el menor grado de interés. Era evidente que yo clasificaba como uno más de los muchos que llegaban hasta él hambrientos de un autógrafo. Al darme cuenta de la situación tomé distancia y apunté de nuevo con una pregunta más interesante a la que al “hombre jirafa” le sería difícil escapar.
-Siempre he tenido el deseo de hacer una película a partir de un cuento mío y he pensado en usted en lo que tiene que ver con la música del film.
Me miró, ahora con mucha más curiosidad, como quien ve desde la luna a un niño intentando impresionar a su padre con una travesura infantil. Hizo un prolongado silencio, ofensivo por el tiempo de duración y me respondió como quien se quita una telaraña de encima.
-Ese no es mi fuerte. No tengo experiencia en ese sentido.
Fue todo lo que dijo. No me desanimé y respondí con más agudeza
-Se lo planteo por una sencilla razón. Su primer álbum musical está dedicado a un compositor que a mí particularmente me gusta bastante, Mussorgsky, en especial la pieza Cuadros para una exposición. Pienso -argumenté- que esa melodía se acomoda muy bien a la historia de mi cuento.
Esta vez debió pensar que acababa de descubrir un bicho raro rondando por su almohada. Volteó un poco su espigado cuello, como quien busca una rama para alimentarse y dijo:
– Es extraño, a muy pocas personas les gusta Mussorgsky y añadió ¿cómo se titula tu cuento?
– Una hora inefable, le respondí.
– ¿Y de qué trata tu historia?
– De la soledad de dos personajes. Una niña que toca el piano todos los días a partir de las seis menos cuarto de la tarde. De un señor que a esa misma hora alimenta a un pájaro, su única compañía. La trama gira en torno a ese argumento. Uno vive frente al otro. El señor invade, con el canto de su pájaro, el silencio necesario de la niña en su complicidad con el piano.
– Parece interesante.
-Me gustaría hacerle una observación, dije. Siempre que leo sus entrevistas hace referencia, en términos generales, a los mismos escritores, en especial a algunos de dominio público. Sin embargo, me da la impresión de que -y usted me corrige- hay un escritor no visible, oculto y personal presente entre sus canciones al cual no tienen acceso la mayoría de sus entrevistadores. ¿Me podría decir quién es su escritor favorito?
Sentí que en ese momento había penetrado, atravesado sin su permiso, el umbral de su casa. Ahora no veía en mí tan solo una rama en el suelo, sino un molesto insecto que le reclamaba, entre la hierba, que le confesara uno de sus más íntimos secretos. Respiró y me respondió
– Juan Rulfo
Había en él –logré intuir- algo de ermitaño. Pude entender entonces con mayor certeza ese distanciamiento, esa barrera dispuesta entre él y sus admiradores. Hablamos de Rulfo como si fuera un vecino nuestro. Conversamos también obre Juan Carlos Onetti y el significado de la soledad en sus escritos. La vuelta alrededor del Botánico se convirtió de este modo en una actividad de lo más placentera.
Por último y para despedirnos le hice una promesa -promesa que aún no he cumplido- regalarle un artículo en el que Juan Rulfo explica las razones que le llevaron a escribir Pedro Paramo, que he de decir son muy tiernas. Siendo un adolescente el futuro escritor conoció una jovencita llamada Susana San Juan, a la que luego, ya adulto, jamás volvería a ver. La historia real de la novela es que se trató de una excusa para relatar, a través de sus páginas, la búsqueda de un amor inconcluso del joven Rulfo. Espero, cuando vuelva a ver al Hombre jirafa, más conocido como Juan Luis Guerra, entregarle lo prometido.