En estos tiempos la honradez debe ser demostrada. ¿Honrado? Nadie lo es. Un ciudadano honrado es sólo un potencial ladrón privado de oportunidades.  Albert Camus decía que estábamos en la era en que la inocencia debe demostrarse. Lo decía cuando se daban razones y explicaciones sustentadas en las ideologías entorno a crímenes atroces. Y tal como surgieron doctrinas y las razones justificativas del crimen, hoy se dan razones para apropiarse de lo común. La palabra robo cuando se trata de lo público se diluye en eufemismo vergonzante que fundamentan el hurto perfecto, con notas pedestres con la que se razona la vulgar sustracción y apropiación individual de lo que se supone es de todos.

No hay razones filosóficas para atacar la propiedad como concepto ideológico. Resulta ser un derecho fundamental aquello que el anarquista Pierre Joseph Proudhon dijo que era un robo.  La propiedad que se establece como derecho patrimonial se declara como derecho fundamental por razones ideológicas. En el conjunto de los derechos fundamentales la propiedad es un derecho distinto a cualquier otro, porque puede ser transferido o alienado. De ningún bien es uno es dueño cuando no lo puede donar, vender, transferir o alienar.

No hay tales precisiones cuando se trata de la propiedad común. A las empresas o las sociedades, que son puras ficciones, se le designan como sujetos con derechos fundamentales, derechos que sólo se conciben para los seres humanos. El Estado en cambio, que puede ser otra ficción, se considera una abstracción a la que es difícil asignarles derechos. Así la propiedad de lo común no es un derecho, es una regla. Una norma cuestionada de la que todos los hombres del orbe deben dudar sobre su validez. Con tales dudas fundamentadas en razones ideológicas algunos sustraen lo común y lo llevan a lo privado. Hasta dicen que tienen derecho para hacerlo y justificación divina. Otros se cogen la cosa pública como malandrines. Para que todo sea perfecto los que roban lo público hacen las leyes y constituyen los órganos que las interpretan. También contratan a los abogados de la acusación y de la defensa.

En la incertidumbre de lo que es propio y lo que es común vive el hombre honrado. Condenado al estigma de serlo. Colocado en la necesidad de dar explicaciones. La honradez está en el deber de decir y razonar porque en una sociedad como la nuestra es sólo atributo de los pendejos. El sujeto honrado debe explicarse y hacerlo muy bien, para que no lo miren con desdén o con la mirada de pena y misericordia con que se mira a los desenfocados con el modo de vida de la tribu.

El único fundamento filosófico para justificar el robo de lo público es que es un acto de los pragmáticos. El pragmatismo en política es la etapa superior del oportunismo. Si una sociedad hay hombres honrados el pragmático dice que él también lo es. Así la honradez como virtud desaparece. Donde todos somos honrados nadie lo es. Inexistente la honradez en la vida pública sólo se reconoce en la vida privada. La honradez se vuelve íntima y se oculta para sobrevivir donde serlo y no serlo da igual.

Para no vivir aislado y poder actuar en sociedad el hombre horado debe tener una honradez discreta con fines de supervivencia. En una sociedad como la nuestra no debe figurarse libre de pecados hombre honrado y por lo menos para ser socialmente admitido debe decir que se robó los fondos de un asilo de ancianos y las pensiones de los envejecientes. Es la única forma de ser aceptado en la sociedad nuestra como alguien inteligente, que en lo social es sagaz y en sus acciones brillante. Los núcleos sociales relevantes en una sociedad malograda sólo aceptan a iguales o a semejantes.