Quinientos veintiún años ha de aquel “descubrimiento” que a resultas del tiempo vino a degenerar en una especie de  holocausto para las civilizaciones encontradas en estas tierras por los expedicionarios europeos. Estos más de cinco siglos han demostrado, de forma fehaciente, que el exterminio de razas completas estuvo entre los planes a corto y mediano plazo de las metrópolis más aventajadas, casos de España, Francia, Inglaterra, Portugal.

Y, no hay duda, a través de los siglos la historiografía tradicional que se enseña en las escuelas ha retorcido la verdad en torno al descubrimiento del Nuevo Mundo y los hechos posteriores a ese evento.

Abusos de toda índole fueron puestos en práctica por los colonizadores a lo largo y ancho de todos los territorios conquistados, tanto en tierra firme como en los insulares. La explotación inmisericorde del recurso indígena en trabajos de cultivos y minerías, hasta provocar el desgaste físico de esos seres humanos, los terribles castigos a que eran sometidos, en ocasiones pagando con sus propias vidas, casos de sublevados que eran echados a perros rabiosos y hambrientos; fusilamientos en masas, torturas inducidas, etc., etc.

Esa situación provoco que durante los siglos XVII y XVIII el Océano Atlántico fuera testigo de excepción de las sucesivas expediciones de compañías encargadas de transportar miles y miles de esclavos africanos para dedicarlos a las duras faenas de cultivos y extracción minera en las tierras descubiertas, tanto en islas como en tierra firme.

¿Cómo se puede conmemorar un Día de la Raza si desde Alaska hasta Cabo de Hornos la exterminación del elemento indígena, de civilizaciones enteras, fue la principal excusa esgrimida por los europeos en el proceso de conquista del Nuevo Mundo?

Uno de los casos más sonados de rebeldía contra los abusos de los europeos fue el movimiento que escenificó el cacique Hatuey en Cuba, luego de llegar allí procedente de La Hispaniola, donde fue perseguido por sus ideas emancipadoras. Es, quizás, el primer caso de solidaridad internacional que se dio en América.

A propósito del 12 de octubre. ¿Día de la raza? Pero, ¿de cuál raza? Si, de todos esos pueblos indígenas que los conquistadores exterminaron en Jamaica, Cuba, Quisqueya, Borinquen, Guadalupe, Grenada, Bahamas, Antigua, Barbados, y en todo ese reguero de islas que dan forma a la región del Caribe. Pero lo mismo hicieron con pueblos de Sudamérica, Centroamérica y Norteamérica.

Neida Atencio C., poeta y escritora venezolana, en un artículo titulado “la Resistencia Indígena nació en 1492”, publicado en octubre de 2011, refiere que “Resulta absurdo cómo algunos historiadores, con la complaciente actitud de la mayoría de los gobiernos americanos que sucedieron a la gesta independentista que acabó con el dominio español en América, hayan ocultado tan horrendo crimen celebrando como una feliz efemérides el 12 de octubre como del Día de la Raza, del idioma, de la Madre Patria, de la religión católica, que no son más que la misma lengua, el mismo imperio y la misma religión  impuestos a sangre y fuego sobre millones de nuestros aborígenes para arrasar con las riquezas y las culturas de sus civilizaciones”.

Mas que un reconocimiento al coraje exhibido por nativos que sobresalieron en su lucha contra los invasores, entendemos hasta llega a constituir una burla que a estas alturas en este nuestro país se pongan nombres de calles y comunidades en honor a Guarocuya, Caonabo, Anacaona, Enriquillo, Tamayo, Mayobanex, Higuey, Cayacoa, Marien, Maguana, etc. Esos nombres se fijan en rótulos, solo eso. Muy pocos dominicanos se acuerdan de esos nativos que prácticamente “a mano pela” enfrentaron a los invasores que vinieron a arrebatarles lo que con justo honor les pertenecía.

Anacaona, digna representante de su raza en la isla Quisqueya o Babeque, cuenta la tradición que fue condenada a la horca por orden del conquistador Nicolás de Ovando, luego de un recibimiento festivo por parte de ella en la región de Jaragua, solo por el hecho de defender a su raza, abusada y diezmada por los españoles.

Caupolicán y Lautaro en Chile; Guamá en Cuba; el inca Tupac Amaru en Perú; Guaicaipuro, Baruta, Yaracuy, Manaure y Guaicamacuto, en Venezuela; Tapaligui en Nicaragua; charrúas, guaraníes, guenoas y minuanos en Uruguay; chibchas en Colombia; los indios tainos y caribes en las Antillas; los siboneyes en Cuba; los mayas en Guatemala; los aztecas en México; los sioux, apaches y otras denominaciones en Norteamérica. En todos esos caciques y pueblos indígenas estuvo latente la lucha de rebeldía contra los colonizadores. Pero la lucha siempre fue desigual: las armas de los indígenas se limitaban a arcos, fechas y ocasionalmente el uso de lanzas, frente a los cañones, arcabuces, espadas y lanzas utilizadas por los conquistadores.

Norteamérica, donde hoy día existen leyes sobre conservación y protección de reservaciones indígenas, fue la región del continente donde mayores abusos se cometieron contra los pueblos aborígenes en la fase de conquista y colonización por parte de los europeos. La compra de cueros cabelludos de indígenas (para obtenerlos había que asesinar) constituyo una práctica que perduro durante largos años allá.

Hoy día, a la distancia de 521 años del arribo de Cristóbal Colón a estas tierras que se dieron en llamar Nuevo Mundo, se mantiene el grito de rebeldía frente a la expoliación, el robo de sus riquezas naturales, la sobreexplotación de sus comunidades y, algo que duele en lo más recóndito del alma: durante el largo proceso de conquista y colonización los europeos se llevaron nuestras riquezas para hacerse mucho más poderosos para seguir dominando el mundo, pero además para dar a su gente un mayor estándar de vida, mientras los pueblos latinoamericanos se convierten en cada vez más necesitados.