"La Semana Santa solo se celebra en países pobres" me dijo Baní un Viernes Santo. Eso, porque tanto él como yo teníamos que trabajar en este Nueva York frío en ese día considerado festivo por nuestros huesos isleños. Su aforismo de filósofo cínico no era más que un salvavida etéreo para evitar que nos ahoguemos cada vez que nos imaginemos en un río del Sur (él), en una playa del Este (yo).

Pero bueno, amable lector, como fui malcriado católico sé que el Viernes Santo también puede ser un día para reflexionar, por 10 minutos, sobre la cabeza de la Iglesia Católica en República Dominicana. Un cardenal desagradabilísimo, indeseable, cuyas posiciones siempre han sido apasionadamente erradas, terribles, con un tufo a traque y a intolerancia, para no decir a corrupción y a odio; siempre contrario a la conciliación y a la misericordia; siempre lejísimo del bienestar común y de la diversidad; iracundo defensor de un grupito.

Tal vez por eso cuando leí "El héroe como sacerdote" del inglés Thomas Carlyle, inmediatamente pensé que se ajustaba muy bien al cardenal de porræse. Traduzco:

"Nuestro presente discurso será del Gran Hombre como Sacerdote. Nos hemos esforzado repetidamente para explicar que todas las clases de Héroes son intrinsicamente del mismo material; que dado una gran alma, abierta al Divino Significado de la Vida, entonces es dado un hombre apto para hablar de esto, cantar de esto, luchar y trabajar por esto, en una gran, victoriosa y duradera manera; es dado un Héroe, cuya forma exterior dependerá del tiempo y del entorno en el que se encuentre. El Sacerdote, también, es un tipo de Profeta; en él también es requerido que sea una luz de inspiración, como debemos nombrarlo. Él preside sobre la adoración de la gente; es el Unificador de ellos con lo Santo invisible. Él es el Capitán espiritual de la gente; como el Profeta es su Rey espiritual con muchos capitanes: él los guía hacia el cielo, por dirección sabia a través de esta Tierra y su trabajo. El ideal de él es, que él también sea lo que podemos llamar una voz del Cielo invisible; interpretando, como lo hizo el Profeta, y en una manera más familiar desplegando lo mismo a los hombres. El Cielo invisible, el "Secreto Abierto del Universo", ¡para el cual tan pocos tienen ojo! Él es el Profeta esquilado de su más terrible esplendor; quemando con leve y estable resplandor, como el iluminador de la vida diaria. Esto, digo, es el ideal del Sacerdote. Así en los tiempos antiguos; así en estos, y en todos los tiempos. Uno sabe muy bien que, reduciendo ideales a la práctica, gran latitud de tolerancia es necesaria; muy grande. Pero un Sacerdote que no es esto en absoluto, que ya no apunta o trata ser esto, es un individuo del cual mejor no hablar en este lugar".