El Hamlet que yo vi, dirigido por el Boliviano Diego Aramburo, no merece ser crucificado con calificativos carentes de argumentos vinculados al oficio del drama-espectáculo. Sería más “inteligente” producir reflexiones teóricas, que enjuiciar peyorativamente, o defender superficialmente este espectáculo. Pero es demasiado pedir respecto al panorama en que se encuentra el escenario del teatro dominicano. Carente de propuestas inteligentes y profesionales, pero grande en su ego y su pretensión. 

No soy especialista en nada. No soy especialista en  Hamlet. Eso sí, no hay textos de Shakespeare ajeno a mi devoción por el teatro. Más bien, soy un fanático del teatro. Confieso, me siento más cómodo como lector y consumidor que como hacedor de esta disciplina escénica. 

El Hamlet que vi el lunes 31 de agosto en Bellas Artes, no es una mierda ni un disparate. Es una propuesta que está más allá del blanco y negro. Más allá de las acusaciones simplistas. Respecto a ese Hamlet se puede discutir, analizar temas vinculados a la disciplina dramática.

El Hamlet que vi esa noche, es la visión de un autor que aborda una trama usando los recursos modernos de la tecnología. Y su propuesta funciona, es limpia y creíble. Se podría decir, que de momento, el director se toma cierta licencia, que buscando espectacularidad en la trama, hace liviana o “superficial” la interpretación dramática. Eso en sí no es un pecado, siempre y cuando se respete la esencia de lo que se está representando: En este caso, la intriga, la traición, la falta de lealtad y otras tramas del poder.

El recurso tecnología es usado como texto o ancla para complementar la trama teatral, es un puente inteligente, logra, que un teatro sobrio y denso en su representación como el de Shakespeare, conecte de forma inteligente con el gran público.

La estética visual y sonora de este espectáculo es clara: “Es un Hamlet posmoderno-light.” O sea, mezcla elementos, juega o integra de forma simultánea diferentes épocas, tocando con la música, de manera somera, algunos aspectos de la dominicanidad. Sustituye los roles actorales de hombre a mujer, haciendo de Hamlet un personaje más allá del género, un ser atrapado en su problemática existencial, sin importar el sexo. La actriz que interpreta a Hamlet es de imagen andrógina. Ese elemento le da una dimensión simbólica al personaje y a la trama, resitúa de forma inteligente al Hamlet clásico. La interpretación de esta actriz tiene la fuerza de un felino ágil y salvaje. Ella logra extraordinarios momentos dramáticos.

Los recursos iluminación, agua y banda sonora, no solamente son decorativos, o artefactos para llenar huecos. Funcionan como fragmentos de la trama, son textos. Están ahí como simbologías escénicas. La presencia del agua puede ser algo bello para quien no conoce el mito en que se fundamenta el personaje de Ofelia. https://es.wikipedia.org/wiki/Ofelia

Podemos diferir de la estética  que escogió el director para montar a Hamlet pero su universo creativo es coherente y bien expuesto. Nada es dispar, nada está sujeto a la ocurrencia. Una cosa sería, no haber conectado con la propuesta y otra aceptar que presenciamos una puesta inteligente y digna.

Sí algo  podría chocar o ser cojo en la oferta de este director, es la dicotomía entre espectacularidad VS teatro, porque de  momento la espectacularidad es mejor lograda, es más rica, más elaborada y lúdica que la propuesta teatral. La interpretación actoral muestra mucho desnivel con respecto al personaje Hamlet. Sin embargo, no se recitan los textos, como se acostumbra en el teatro dominicano; creer que “decir” es sinónimo de engolar la voz y hablar desde el “podio griego.” En Hamlet, los actores no muestran un gran nivel de interpretación escénica pero sus intervenciones son creíbles y se entienden. 

Nota: Diego Aramburo no es un director para despachar tan fácil, vean esta entrevista https://www.youtube.com/watch?v=tMwqtF4MD90

Lo más criticable respecto a este Hamlet no está en la puesta en sí, sino en que el Ministerio de Cultura (por recomendación de Freddy Ginebra) invierta tanto dinero en una puesta de lujo, mientras nosotros los teatristas del patio no conseguimos ni un céntimo para desarrollar nuestras propuestas. Pero, mientras nuestros colegas se sigan comportando como funcionarios públicos y no como teatristas al servicio de la dignidad de su oficio, el mundo seguirá su agitado curso y la mediocridad nos tragará a todos(as). ¡Viva el morado…! ¡Viva el rojo…! ¡Viva el blanco…! Yo apuesto Hamlet.