El dilema de la segunda venida de Jean-Bertrand Aristide se sigue perfilando como el melodrama político más largo de principios de los 90. La cantidad desproporcionada de información que inunda las conciencias de los que siguen viendo, escuchando y leyendo medios de comunicación, es realmente agotadora. Haití, hasta en la sopa.

Aunque para algunos lo más “interesante” de la situación ya ha pasado a la historia, este sigue siendo un momento digno de las plumas mágico-realistas más reconocidas de nuestra América Latina. Por un lado está el pueblo, las masas, regocijándose en el devenir que ya les ha empezado a hacer el honor de hacerlo protagonista de su propia historia. El pueblo, que espera a su presidente en dos semanas más, le tira piedras a los militares y attachés (nombre nuevo de los Tontón Macoutes, que los periodistas internacionales traducen como samsonites), y luego se esconde detrás de los soldados estadounidenses.

En Cabo Haitiano, la segunda ciudad en importancia en Haití, y que por cierto desde hace más de un año no había tenido ni una sola hora de energía eléctrica, el pueblo saqueó el cuartel militar local y cantando loas a Aristide, le entregó las armas “confiscadas” a un incrédulo platoon de marines, una por una: granadas incluidas. La población militar entera de dicha ciudad ha desaparecido. Este incidente ocurrió el 24 de septiembre. Cinco días más tarde las tropas de ocupación estadounidenses se han replegado también. La paz es ya un hecho en Cabo Haitiano.

Hace cuatro días otro episodio surrealista tenía a los fotógrafos y camarógrafos ante el espectáculo de un coronel estadounidense tratando de convencer a la población de Gonaives, una ciudad a dos horas y media de Puerto Príncipe, de que regresaran a sus casas, en otras cosas les prometía restaurar la famosa “democracia” lo más pronto posible. Les pedía paciencia y control. La multitud se contenía, cantando más panfletos a favor de Aristide y denunciando en perfecto haitiano los malos hechos de los militares y attachés que se refugian actualmente en el cuartel militar local.

Los marines observan la misma situación desde su llegada, cada día. La multitud se amotina frente al cuartel. Lo bueno es que el pueblo haitiano les cae muy en gracia. Uno de ellos bromeaba que cada vez que un militar haitiano o un attaché osaba salir fuera del recinto, regresaba en menos de 20 minutos con el cuero cabelludo sangrante.

“Yo no sé para qué al ex presidente Jimmy Cárter le dio por venir aquí en el último momento, nosotros hubiéramos dejado este sitio limpio de todos éstos que el pueblo quiere linchar en cuestión de horas. Si hicimos lo mismo en Panamá, yo no veo cuál es la diferencia. Aquí hay demasiado odio, demasiadas cuentas por cobrar”. Este es el comentario de un teniente estadounidense. Lo que este señor no sabe es que eso es precisamente lo que el pueblo haitiano llama dechoukaje, que significa en cristiano desenraizar, matar la mala yerba sacándola con todo y raíz. No hay que ser místico para sentir las candentes vibraciones del odio y del miedo.

El dechoukaje es un término bastante amplio. En realidad cada quien le da el significado que más le conviene. Por ejemplo, la memoria sospechosamente selectiva de la burguesía haitiana refiere a este fenómeno como típico de los siete meses del gobierno de Aristide. Se les olvidó demasiado rápido que la quema dé Tontón Macoutes usando el método de la goma de caucho alrededor del cuello, popularmente conocida como “Pére Lebrun” , comenzó con la caída de Jean-Claude (“Baby Doc”) Duvalier, al igual que el saqueo de propiedades, privadas y almacenes de comidas.

Raúl Recio. Sin Título, de la serie "Yo estoy aquí pero no soy yo" (1986-2000)

La carga ideológica

Para Lavalas, el movimiento popular que sigue sosteniendo el gobierno exiliado de Aristide, dechoukaje tiene una carga ideológica más amplia, que implica el aniquilamiento de las estructuras de poder duvalierista a manos del pueblo. Los franceses celebran una situación similar el día 14 de julio de cada año, se llama el “Día de la Toma de la Bastilla”. Hay que ver para creer la pobreza y la nobleza de estas masas que tienen puestas todas sus esperanzas de un futuro, no tanto de bienestar material como de no represión, en la armada estadounidense. Pero esto no es lo que tiene inquieta a la burguesía haitiana, más que el temor a la desaparición de su status económico, les tiene todavía en estado de choque que realmente Aristide va a regresar. Lo increíble parece ser cierto. No basta la inundación de color verde con metralla que les rodea, para ellos la presencia de los marines debería ser precisamente la garantía del no-regreso de Aristide.

Aristide va a regresar. Lo que encontrará cuando regrese está por verse: la pobreza de espíritu de sus conciudadanos burgueses, los duvalieristas esperando su turno, el pueblo enardecido y regocijado, ¿los militares? Se enfrentará de nuevo a este pueblo a quien uno de sus poetas locales describe de la forma siguiente: “Haití es como el acordeón, a veces es un país pequeño y otras veces, es grande”.

Hace cuatro días, el 30 de septiembre, se rompió el silencio de las metrallas, una granada lanzada desde la derecha de esta sociedad que sigue caminando hacia un cambio inminente, terminó con la vida de I2 haitianos e hirió a otros 50. Los movilizados en una demostración pacífica celebraban el regreso del alcalde de Puerto Príncipe, Evans Paul, a sus oficinas. A pesar de haber sido elegido popularmente, o quizás por ello mismo, la dictadura militar le tenía virtualmente impedido usar las oficinas del cabildo. Evans Paul ha sobrevivido a los golpistas gracias a una complicada red de medidas de seguridad que van desde no tener un lugar fijo donde dormir, hasta pasar temporadas enteras escondido. Bajo este régimen bastaba ser empleado del ayuntamiento para ser víctima de una paliza o de la muerte.

El despliegue de seguridad del ejército estadounidense alrededor del ayuntamiento era realmente extraordinario. Lo que es igualmente sorprendente es la ingenuidad con la que el alcalde manifestó la mejoría del status de su integridad física dada la presencia de los marines, como lo mencionó horas más tarde ante las cámaras de la cadena de noticias CBS. En el lugar de la entrevista no había un solo marine cuidando la frágil figura de tan aclamado líder político. La semana pasada, en el mismo lugar y frente a las mismas cámaras, Raoul Cedras estaba rodeado de una unidad especial a quien, quizás por no saber su nombre oficial, los periodistas llamamos ninjas.

Ambivalencia y ambigüedad

Además de los consabidos policías y militares, los ninjas, con sus trajes negros, sus ametralladoras automáticas, y las caras completamente cubiertas por capuchas del mismo color, crearon un círculo alrededor del general Cedras que intimidó innecesariamente a todos los presentes.

Evans Paul, en cambio, habló solo, sin un solo soldado que lo protegiera. Ambivalencia y ambigüedad son las palabras que siguen definiendo la política de Clinton en Haití.

¿Por qué hubo que esperar para desarmar a los attachés? ¿A quiénes benefician la imagen caótica del país en estos días? ¿Cuándo se va a tomar la decisión final que muestre quién es quién, quién mata a quién en esta sociedad? ¿A quiénes deben temer los marines, al pueblo o a la política de pantalla televisiva de la extrema derecha internacional?

EL NUEVO HERALD, MARTES 4 DE OCTUBRE DE 1994.

http://alannalockward.wordpress.com/un-haiti-dominicano/