Una de las mayores críticas al gasto es la desigualdad de riqueza internacional en el que el modelo de consumismo ha obligado a que países pobres se envuelvan en el hábito de malgastar, imitando el enorme derroche de las sociedades altamente industrializadas, muchos observadores muestran preocupación por la actitud de los países ricos en estimular a países pobres a gastar indiscriminadamente a través de la manipulación de la información para convertir al consumidor en usuario ideal.   

Defensores de esta teoría afirman que la sociedad de consumo es consecuencia del alto desarrollo a que han llegado determinadas sociedades, lo que se manifiesta en el incremento de la renta nacional, a su vez posibilita un mayor número de personas adquiriendo bienes muy diversificados, facilitando el acceso a una mayor cantidad y calidad de los productos, lo cual conllevaría a una igualdad social. Argumento que quizás podría ser demostrable en sociedades ricas, desarrolladas, pero no en sociedades subdesarrolladas como en el caso de América Latina, donde no alcanzó desarrollo, no disminuyó la pobreza ni tampoco la desigualdad social.

Desde el punto de vista de la sociología y la sicología el consumo es definido como “un conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos o servicios”, bienes que pueden estar a la disposición del individuo o consumidor en cualquier parte y que pueden ser utilizados de distinta formas, lo que le da a los compradores el derecho legítimo  de aspirar a tenerlos,  ya que la producción en masa abarata el precio del producto así como las imitaciones que han permitido que personas no adineradas, puedan tener acceso a productos y servicios similares.

La práctica de consumo en la sociedad norteamericana donde el consumo ha alcanzado su máxima expresión entre las sociedades ricas, se ha notado que para esa sociedad el pasatiempo número uno es salir de compras, basta visitar cualquier establecimiento (mall) de cualquier ciudad y se notará la fascinación psicológica del hábito de comprar, al extremo aunque no se cristalicen las compras, el hecho de mirar las vitrinas llenas de artículos de modas, como ropas, fragancias u otros artículos, él saber que podrían ser consumidos o solo desearlos, llena su cometido. Ejemplo viviente es el fenómeno conocido como “Windows shopping”, es decir salir a mirar vidrieras en las tiendas.

Desde el punto de vista económico y psicológico, expertos en esta materia del consumo asumen que esta práctica de derroche social es producto de la sociedad moderna y destacan que estas necesidades no son creadas accidental ni artificialmente, sino que son el producto de un comportamiento aprendido a través de un proceso de intercomunicación entre un individuo y un estímulo (reflejo Pavloviano), siendo  necesario  distinguir necesidades básicas y necesidades de deseos, llegando a la conclusión de que todas las necesidades que transcienden el orden biológico son consideradas como sociales en su origen y su naturaleza. Siendo así nos encontramos frente a un fenómeno donde lo ostensivo y superfluo predomina y lo que no es necesario podría ser considerado como un sobre gasto o derroche.

En el caso específico de la República Dominicana, su modelo económico y organización política continúan aferrados a un neoliberalismo improvisado, con un hábito de derroche mal adaptado, donde no existe una infraestructura industrial productiva de bienes y servicios, teniendo que importar artículos de alto costo fabricados en otros países. El Banco Central constantemente asegura que hay crecimiento económico lo cual podría ser cuestionable, ya que este crecimiento no se convirtió en desarrollo, no disminuyo la pobreza, ni la inequidad, logrando solo enriquecer a un pequeño grupo de empresarios, aumentando la brecha de desigualdad cada vez mayor entre el sector empresarial burgués y la gran mayoría desfavorecida, con un aumento de la pobreza y precariedades existente.