Crecí en una época en la que hablar de izquierdas y de derechas aún tenía sentido: La Guerra Fría, que no parecía tener fin, se había extendido a nuestra media isla. Los seguidores de Marx, Lenín, Trotsky y Mao conspiraban por instaurar un régimen similar al de Fidel; Balaguer, apoyado por los gringos, los combatía: El primero los asesinaba dentro de nuestras fronteras y los últimos fuera de ellas.
En ese entonces todos podíamos dar fe de este combate: Las barbas estaban prohibidas; en nuestros pasaportes se prohibía expresamente viajar a la Unión Soviética y a sus estados satélites. Recuerdo haber visto en la vieja Fortaleza San Luis de Santiago un afiche que rezaba que los comunistas eran enemigos de la Patria (Las fuerzas armadas eran apolíticas sólo en teoría).
Luego, las ideologías se limitaron a ser etiquetas mercadológicas para diferenciar distintas “ofertas” electorales.
El PRD ya había enarbolado la bandera de la Social Democracia. Recuerdo cómo Peña Gómez se vanagloriaba de ser amigo de los compañeros Bettino Craxi, Willy Brandt, Mario Soares, Felipe González, Carlos Andrés Pérez…Muchos de los cuales terminaron huyendo o tras las rejas por sus bellaquerías…
Luego de dos derrotas electorales, el Partido Reformista se definió como social cristiano, aprovechando la absorción del Partido Revolucionario Social Cristiano. De más decir que su única ideología la resumían sus miembros más sinceros: “Yo no soy reformista, soy balaguerista”.
Hasta el minúsculo partido La Estructura, que Andrés Vanderhorst arrebató con mañas a Jacobo Majluta se buscó su ideología: El liberalismo. Wikileaks demostró recientemente que la verdadera doctrina de este líder era y es más bien el libertinaje político.
El PLD, que todavía no había alcanzado el protagonismo de que goza hoy en día, ya había desarrollado el marxismo-boschismo, ideología-despecho que por cierto se fue al traste con aquel funesto frente patriótico al que llevaron a Bosch diciéndole que se trataba de un cumpleaños y de la que acaso resta el concepto de “dictadura con apoyo popular” que muchos de sus dirigentes quisieran ver aplicado…
En la actualidad las apariencias ya ni se guardan. La identidad política de nuestros partidos sigue ligada a los hombres y no a las ideas. Seguimos viviendo en un sistema decimonónico y caudillista. Los peledeístas abandonaron las ideas de Bosch para mercadearse, sustituyéndolas por la imagen de éste. Lo mismo hicieron los reformistas con Balaguer. Y los que se disputan el mando del PRD hablan más de la memoria de Peña Gómez que de sus ideas. Ni siquiera los “partidos no tradicionales” escapan a esta realidad. Alianza País, por citar un ejemplo, es poco más que las acciones de Guillermo Moreno. Por más meritorias que sean, el vacío intelectual en que se desarrollan me parece preocupante.
Es por esta razón que cada vez que uno de nuestros politólogos, profesionales o no, habla de izquierda y derecha dominicanas en sus análisis no me queda más remedio que reirme.
Pero es una sonrisa triste. Espero que no me la tengan en cuenta.
Trataré de demostrar en las próximas entregas la existencia de este vacío y sus funestas consecuencias. Me valdré para ello de un divertimento: Probar que todos nuestros partidos son, simultáneamente, de izquierdas y de derechas.