Son las cinco de la mañana, observo un panorama totalmente fúnebre, una oscuridad cubierta de humo que expande pestilencia, todo lo que anteriormente era iluminado: torres, edificios, árboles y el mar, se han convertido en brumas, pero con aire que despide el olor inconfundible de basura quemada, de toxicidad, por lo que cubro mi rostro con una mascarilla, pero no para protegerme del COVID-19, que como pandemia, hoy está azotando a la humanidad, sino para cerrar la ventana por donde penetra el humo mefistofélico.
La entrada de este texto fue la partida inicial de una lectura que estaba haciendo y la llegada de esta reflexión que ahora lees en torno al vertedero Duquesa, el cual se impone bajo cielo abierto en el Gran Santo Domingo, que como ciudad, no solo exhibe la modernización de portentosas edificaciones como las plazas comerciales, túneles, elevados, teleférico, gigantescas torres y metro, sino también, este vertedero que representa el trasero de una sociedad transida y premoderna.
Duquesa se concentra en la parte norte del Gran Santo Domingo, cuyo municipio está excluido de las portentosas edificaciones que en diferentes formas geométricas: rectangular, triangular, romboide y rectas paralelas, exhibe el Distrito Nacional, como si el centro de este fuera obra del filósofo René Descartes, quien pensó que la fuente de todo conocimiento descansaba en la razón geométrica, que es en última instancia una razón instrumental en la que hoy descansan la modernización del Gran Santo Domingo, junto a sus municipios que están atravesados por redes de conexión e hiperconexión ciberespacial y espacial: Santo Domingo Norte, Oeste, Este y Sureste de la República Dominicana.
Esta modernización nos estruja y nos pone a hacer muecas y a parpadear cuando erupciona su trasero (el vertedero), que nos hace inhalar humo denso, nada perfumado y de puro olor a basura tóxica, que vuela como carroña desde su espacio (127,81 hectáreas) en el norte de Santo Domingo hacia todos sus municipios.
En este espacio se concentra el 80% los desechos del Gran Santo Domingo y todas las promesas incumplidas de políticos que han vivido de la corrupción que se desprende del vertedero, gracias a los múltiples contratos y negocios burdos que han venido haciendo con él por casi veinte años.
Hay una élite política, amante de este vertedero, que se ha burlado de nuestra sociedad transida. Esta sociedad ha vivido más como consumidores que como ciudadanos y sin comprender que si no se asume una conciencia ciudadana está a punto de convertirse en la sombra de los cientos de buzos que son los especialistas en hurgar entre más de 4.000 toneladas de residuos químicos, cargados de plagas de moscas, cucarachas, ratas y excrementos, los cuales tienen hinchado al vertedero, lo que da como resultado que cada cierto tiempo su humareda recorra como un fantasma el Gran Santo Domingo. Esto nos hace reiterar y martillar sobre los lectores que lo que tenemos es un botadero de promesas incumplidas, de una mafia política en medio ambiente, que se burla a cada instante de esta sociedad.
A ellos no les importa que mueran envejecientes o niños, asfixiados de manera puntual por esta humareda que tienen en el sector de Los Guaricanos. Se dice que dicho vertedero se convertirá en un relleno sanitario, al parecer el trasero de la modernización del Gran Santo Domingo, lo harán más sofisticado, espero no estar en este mundo cuando reviente.
Lo terrible de todo es que los bomberos de esta sociedad transida, después de pasar las de Caín intentando apagar el incendio, son despreciados, echados a un lado, para traer los que sí saben, “los bomberos de Puerto Rico”, lo que muestra una vez más que para poder salir a camino, siempre tenemos que buscar alguien de fuera que sabe más que nosotros. Así sucede con los expertos, los de fuera son mejor, como todo lo que se ha producido en el país. Al parecer, en lo único que no desmayamos, es en buscar estar entre los primeros lugares, en cuanto la hipercorrupción, mas no en la producción de educación de calidad. Llevamos la marca del segundón, la cual fue expuesta en escena por aquel famoso jonrón del pelotero Sammy Sosa, que después de dar su jonrón 62, igualándose en ese momento con el pelotero norteamericano McGwire en la Serie Mundial, le dijo a la prensa internacional, que él era el segundo y que McGwire, era el primero. Ese domingo 14 de septiembre, 1998, se le esfumó del imaginario cultural dominicano la imagen de vencer, de echar el pleito por ser primero, y de no ser segundones.
Por eso, se celebra de manera natural en las redes sociales, los que en política y economía hacen la embajada y el Secretario de Estado Unidos; parte de la población dice: “Ya los norteamericanos hablaron”, “aquí se hace lo que digan ellos, por lo que todo se solucionará”. No somos capaces de revisarnos a nosotros mismos, porque no hemos sabido resolver a lo interno las crisis sociales y políticas. Estos diversos escenarios suceden a cada momento en la vida cotidiana del dominicano, vemos cómo en el ámbito académico se hacen investigaciones o se escriben algunas reflexiones como si no existiesen antecedentes históricos.
Es en este contexto del vertedero de Duquesa, que entran los políticos y expertos en medio ambiente, que nos tienen infoxicados con sus argumentos bien elaborados y que nos dan explicaciones, pero a la vez escamotean sus responsabilidades como funcionarios, como si nada tuvieran que ver con este infierno dantesco.
Este acontecimiento desagradable y lastimero no penetra en la vida de los políticos corruptos, por lo que esta reflexión, nos hace dar un giro hacia atrás y pensar en el tiempo cíclico de la desgracia del dominicano, y que no importa que se viva el tiempo de la aceleración, de la búsqueda del 5G, en los flujos del cibermundo y las redes sociales ciberespaciales, pero no por eso se ha de olvidar cómo se van muriendo los ríos Isabela y Ozama, los cuales desembocan en el mar Caribe o que un ente filosófico como la cañada de Guajimía siga recordándonos que también formamos parte de desperdicios y fragmentos de vida rota, que de vez en cuando nos sumergen en la rajadura de nuestra conciencia y de nuestro corazón.