El gran obstáculo presente siempre al ganar y mantener la libertad es un miedo aprendido e interiorizado en la infancia, cuando nuestra habilidad motriz y cognitiva dependían de la ayuda de los demás para sobrevivir y desarrollarnos. Pasamos de no saber nada y de una nula capacidad para valernos por nosotros mismos a crecer y mantenernos en un debate interno sobre quiénes somos y a la vez lograr validación de las personas en las que confiamos; porque deseamos tanto ser como pertenecer, y la disyuntiva invita al vernos necesariamente ligados a los demás a demostrar de lo que somos capaces y hacer gala de nuestra capacidad volitiva para ordenar nuestra propia conducta, o bien, acudir a formar vínculos que destruirán nuestra libertad y la integridad del yo a cambio de un poco de seguridad.
Según Erich Fromm la naturaleza humana no se puede considerar como infinitamente maleable y capaz de adaptarse a toda clase de condiciones sin desarrollar un mecanismo psicológico propio. En psicología se establecen dos diferencias claves entre adaptación estática y dinámica. En la primera; si viajamos al extranjero y temporalmente debemos asumir usos y costumbres propias de los lugareños, tal adaptación tendrá un efecto débil en nuestra personalidad, no ocasionaría cambios importantes en nuestro carácter, pero por el contrario la segunda sí, sucede cuando nos imponen un sometimiento, una orden o normas morales. Un ejemplo de esto es un padre amenazador y severo; por el miedo que este nos influye podemos transformarnos en una “buena chica” para evitar recibir alguna respuesta violenta por parte de nuestro padre, pero a la misma vez que nos adaptamos a la conducta necesaria para evitar dicha respuesta, desarrollamos una intensa hostilidad hacia él y la represión de esa hostilidad es un factor dinámico en la estructura de nuestro carácter. Finalmente esto puede degenerar en una angustia y conducir a una sumisión aún más profunda; o puede hacer surgir un comportamiento desafiante dirigido no hacía nadie en particular, sino hacia la vida en general.
La relación de padre a hija de la mujer dominicana ha sido analizada brevemente dentro de los estudios de embarazos en adolescentes, matrimonio infantil y las uniones muy tempranas (MIUT), entorno familiar de niñas que han sufrido violaciones, mujeres con el síndrome de mujer maltratada y estudios sobre la familia y la irresponsabilidad paterna por ONGs internacionales con asiento en el país. Superados solo por África Subsahariana, el 35.9% de las mujeres jóvenes se unió o casó antes de los 18 años y el 12.3% de este, antes de los 15 años, en África el promedio es de 39% y 12% en las niñas menores de 15. Estas uniones se presentan con hombres cinco a 10 años mayores, aunque esto legalmente es abuso sexual. Entre todos los factores de riesgos, el primero en citarse es la obligación que sienten las jóvenes de involucrarse en relaciones en las que ellas se encuentra en marcada desventaja, por no contar con un entorno protector a nivel a familiar, la pobreza y las normas sociales que generan pautas culturales que favorecen que esto siga ocurriendo.
La relación padre e hija cuando no es inexistente, es disfuncional. El PNUD RD 2017, evidencia que cuando el padre reconoce la paternidad en la mayoría de los casos, realiza un aporte económico voluntariamente, pero dicha provisión no es suficiente porque permanecen ausentes durante la crianza de sus hijos, y cuando no reconocen su paternidad, no está presente la provisión económica ni la permanencia en la vida de sus hijos. En 2018 Enhogar indicó que el 40% de los hogares dominicanos están liderados por la madre, frente a un 45.6% liderados por el padre. Según la composición familiar, en nuestro país prevalecen las familias monoparentales (madres o padres solteros a cargo de sus hijos) y las reconstruidas (las que se forman cuando uno de los miembros viene de un divorcio y ha tenido hijos con su anterior pareja) generada por la alta tasa de divorcios que hay en el país.
Según la psicóloga Vanessa Espaillat, las estadísticas nos colocan como uno de los países con mayor índice de violencia intrafamiliar y entre los 25 países con más feminicidios en el mundo. El perfil de padre y madre autoritarios y negligentes son los más comunes en nuestra sociedad y la dinámica relacional actual; un modelo de crianza que perpetúa la relación dominante-dominado que tienden a repetir los padres y transmitir a sus hijos. Con los antecedentes expuestos no es de extrañarnos la falta de vinculación afectiva sufrida en el hogar, que genera apego inseguro y evitativo en los futuros adultos, lo que afecta directamente su autoestima y valor personal, y hace que a su vez afloren trastornos negativistas desafiantes.
El miedo que se instala en la psique se potencia con una necesidad de carácter imperativo tan importante como las necesidades fisiológicas, arraigada en la esencia misma de la vida humana: la necesidad de relacionarse con los demás y de evitar el aislamiento. La necesidad compulsiva de evitar el aislamiento es tan poderosa, porque según Fromm, el hombre no podría sobrevivir y desarrollarse sin formas mutuas de cooperación; ya sea para defenderse de los enemigos y peligros naturales, o para poder trabajar y producir. La adaptación dinámica comentada anteriormente junto a la necesidad compulsiva de evitar el aislamiento y todos los valores en los que fundamos ese vínculo, lleva a la adaptación de casi todas las condiciones que puedan concebirse. La conexión con el mundo puede ser trivial o profunda y así sea una relación de las más bajas y tóxicas es de todos modos preferible a la soledad, porque aunque desde fuera sea visto como absurdo o degradante, para el que padece la necesidad y la dependencia emocional y afectiva constituye un refugio contra lo que se teme con más intensidad, el miedo al aislamiento y la soledad.
Es así como terminamos entregando nuestra libertad y el rival que creamos en nuestra mente nos lleva a cometer errores, incluso contra nosotros mismos. Creemos que el problema de la libertad se reduce a lograr un grado mayor de libertad y de la defensa contra los poderes que se le oponen, creemos que constituye todo cuanto es necesario para mantener nuestras conquistas. Olvidamos que el problema no es de cantidad sino de calidad; no solo debemos preservar y aumentar las libertades, sino que además, debemos lograr un tipo nuevo de libertad interior, que nos permita realización plena de nuestro propio yo individual, creer en nosotros mismos y en la vida.
Parafraseando a Clara Campoamor: la libertad se aprende ejerciéndola, aunque las mujeres no fuimos educadas para ser libres, sino todo lo contrario, ejercer libertad implica precisamente subvertir el orden de lo establecido; ser alguien distinto a lo que se supone con base a nuestras propias normas morales; romper con patrones de comportamiento que nos mantienen sumidas mental y emocionalmente, aprendiendo que nuestro pasado nos permite entender mucho de nuestros miedos, pero no puede definirnos; solicitar ayuda profesional de ser requerida; desafiar las normas morales que crean una zona de confort con escasa seguridad, pero donde no nos podemos desarrollar libremente; tener nuestras propias ideas y generar nuevas relaciones que respeten nuestras debilidades y creencias pendientes por superar y no que las utilicen en nuestra contra. Ejercer la libertad es tomar decisiones cada día; que no las empuje el miedo, sino la responsabilidad, de ser conscientes de que para crecer necesitamos dejar todo lo que mantiene nuestra mente en un estado de infancia e indefensión perpetúa, incapaz de valernos por nosotras mismas, la libertad obtenida tras cada decisión nos imprimirá la confianza necesaria para enfrentar todas las dificultades que plantee la vida y descubriremos que la virtud solo se puede encontrar no en la sumisión ante cualquier individuo sino en seguir el mandato que nuestra propia razón indique.