¡AYUDA! Estoy caminando en un campo de minas. Y no puedo evitarlo.

El campo minado tiene un nombre: BDS ‒boicot, desinversión, sanciones.

A menudo me preguntan sobre mi actitud hacia este movimiento internacional, que fue iniciado por activistas palestinos y se ha extendido como la pólvora por todo el mundo.

El gobierno israelí considera ahora que este movimiento es una amenaza importante, más aún, me parece, que Daesh o Irán. Las embajadas israelíes de todo el mundo se movilizan para luchar contra él.

El principal campo de batalla es el mundo académico. Partidarios fanáticos al BDS están llevando a cabo intensos debates con los adherentes igualmente fanáticos de Israel. Ambas partes utilizan a polemistas experimentados, diversas maniobras de propaganda, argumentos falsos y mentiras. Es un debate feo, que se está poniendo aun más feo.

ANTES DE expresar mi propia actitud, me gustaría despejar el terreno. ¿De qué trata todo esto?

Durante los últimos 70 años, desde los 23 años, he dedicado mi vida a la paz, la paz entre judíos y árabes, la paz entre israelíes y palestinos.

Muchas personas en ambos lados de la línea divisoria hablan de paz. Por ahora, parafraseando al Dr. Johnson, la “paz” se ha convertido en el último refugio de los promotores del odio.

Pero, ¿qué significa paz? La paz se hace entre dos enemigos. Presupone la existencia de ambos. Cuando un lado destruye al otro, como Roma destruyó a Cartago, pone fin a la guerra. Pero eso no es la paz.

Paz significa que las dos partes no sólo dejan las hostilidades entre sí. Significa conciliación, vivir juntos lado a lado, y, con suerte, cooperando y, con el tiempo, incluso llegar a gustarse.

Por lo tanto, proclamar un deseo de paz mientras se realiza una campaña de odio mutuo no es la paz real. Sea lo que sea, eso no es una lucha por la paz.

EL BOICOT es un instrumento legítimo de la lucha política. También es un derecho humano básico. Todo el mundo tiene derecho a comprar o no comprar lo que él o ella desea. Todo el mundo tiene derecho a pedir a los demás comprar o no comprar cierta mercancía, por la razón que sea.

Millones de tiendas y restaurantes israelíes boicotean que las que no son “kosher”. Ellos creen que Dios les dijo que hicieran eso. Puesto que soy un ateo riguroso, no he seguido ese llamado. Pero siempre respeto la actitud de los religiosos.

Cuando los nazis llegaron al poder en Alemania, los judíos de América organizaron un boicot contra las mercancías alemanas. Los nazis reaccionaron proclamando un día de boicot a los negocios judíos en Alemania. Yo tenía nueve años y todavía recuerdo claramente la escena: alemanes con camisas pardas parados frente a los comercios judíos enarbolando carteles que decían: “¡Alemanes, defiéndanse!”, “¡No le compre a judíos!".

El primer boicot contra la ocupación fue proclamado por Gush Shalom, la organización israelí por la paz a la que pertenezco. Eso fue mucho antes de que surgiera el BDS.

Nuestra llamada estaba dirigida a la opinión pública israelí. Los llamamos para boicotear los productos de los asentamientos en Cisjordania, la Franja de Gaza y las Alturas del Golán. Para hacerlo más fácil, hemos publicado una lista de todas las empresas involucradas.

También participé en negociaciones con la Unión Europea, aquí y en Bruselas, pidiéndoles que no fomentaran la construcción de asentamientos en territorio conquistado. Les tomó mucho tiempo a los europeos decidir que los productos de los asentamientos deben estar claramente marcados.

Comprar o no comprar, sea cual sea el motivo, es un asunto privado. Por lo tanto, es muy difícil saber cuántos israelíes siguieron a nuestro llamado. Nuestra impresión es que un buen número considerable de israelíes lo hizo y lo hace.

No les pedimos a la gente a boicotear a Israel como país. Consideramos que es eso contraproducente. Frente a una amenaza contra el Estado, los israelíes se unen. Esto significaría empujar a ciudadanos decentes, bien intencionados hacia los brazos de los colonos. Nuestro objetivo era todo lo contrario: apartar el público en general de los colonos.

EL MOVIMIENTO BDS tiene un punto de vista absolutamente diferente. Lo comenzaron los nacionalistas palestinos, dirigido a un público mundial y totalmente indiferente a los sentimientos israelíes.

Un movimiento de boicot no necesita un programa preciso. El objetivo general de poner fin a la ocupación y permitir a los palestinos fundar su propio estado en los territorios ocupados habría sido suficiente. Pero el BDS publicó desde su comienzo un programa político claro. Y ahí es donde comienza el problema.

Los objetivos declarados del BDS son tres: poner fin a la ocupación y los asentamientos, lo que garantiza la igualdad para los árabes dentro de Israel, y fomenta el retorno de los refugiados.

Esto suena inocuo, pero no lo es. No menciona la paz con Israel. No menciona la solución de dos estados. Pero el punto principal es el tercero.

El éxodo de la mitad de la población palestina de sus hogares en la guerra de 1948 ‒que en parte huyeron de los combates en una guerra larga y cruel, y en parte fueron deliberadamente desalojados por las fuerzas israelíes‒ es una historia complicada. Yo fui un testigo ocular y he escrito mucho acerca de ello en mis libros. (La segunda parte de mis memorias acaba de aparecer en hebreo). El hecho sobresaliente es que no se les permitió regresar después del final de la guerra, y que sus hogares y tierras se los entregaron a los inmigrantes judíos, muchos de los cuales eran refugiados del Holocausto.

Revertir ese proceso ahora es tan realista como exigir que los estadounidenses blancos vuelvan al lugar de donde vinieron sus antepasados, y devuelvan la tierra a sus propietarios originales nativos. Esto significaría la abolición del Estado de Israel y la creación de un Estado de Palestina desde el Mediterráneo hasta el río Jordán, un Estado con una mayoría árabe y una minoría judía.

¿Cómo se puede lograr esto sin una guerra con un Israel con armas nucleares? ¿Cómo se relaciona esto con la paz?

Todos los negociadores palestinos serios hasta ahora han concedido tácitamente este punto. Hablé varias veces con Arafat sobre eso. El entendimiento tácito es que en virtud de un acuerdo final de paz, Israel se compromete a recuperar un número simbólico de refugiados, y que todos los demás y sus descendientes ‒ahora unos cinco o seis millones‒ recibirán una compensación adecuada. Todo esto como parte de la solución de dos estados.

Esto es un programa de paz. En realidad, el único programa de paz que hay. Los objetivos de BDS no lo son.

EL OTRO lado del encendido debate en Oxford y Harvard está aún menos orientado a la paz.

Legiones de “explicadores” sionistas, muchos de ellos profesionales pagados, se les deja refutar y rechazar el ataque del BDS. Comienzan negando los hechos más obvios: que el Estado de Israel está oprimiendo al pueblo palestino, que una ocupación militar implacable está convirtiendo la vida de los palestinos en algo miserable; que “paz” se ha vuelto mala palabra en Israel.

Hace unos días un comentarista de la televisión israelí de extrema derecha, anunció medio en broma lo siguiente: “¡El peligro de la paz ya pasó!”.

LA FORMA más sencilla de exorcizar y poner fuera de la ley a la gente del BDS es acusarlos de antisemitismo. Esto pone fin a cualquier discusión sensata, sobre todo en Alemania, y en general, en el extranjero. La gente que niega el Holocausto no son socios para un debate.

No hay evidencia alguna para la acusación de que la mayoría de los simpatizantes de BDS son de hecho antisemitas. Estoy convencido de que la gran mayoría de ellos son idealistas devotos, cuyo corazón está con los palestinos oprimidos, tal como los judíos a lo largo de los siglos se han aprestado a ayudar a los oprimidos, ya sean negros estadounidenses o mujiks rusos.

Sin embargo ‒y esto hay que decirlo‒ hay algunos partidarios del BDS que hacen pronunciamientos con un tufo antisemita inconfundible. Para un antisemita honesto de la vieja escuela, el boicot (BDS) es hoy en día un púlpito seguro desde el cual pueden predicar su evangelio odioso, bajo la apariencia de antisionismo y antiisraelismo.

Me gustaría (de nuevo) advertir a los palestinos y sus amigos sinceros que los antisemitas son, en la práctica, sus enemigos peligrosos. Son ellos los que están empujando a los judíos de todo el mundo para que se asienten en Israel. A estos antisemitas les importan un comino los palestinos; ellos están explotando su difícil situación con el fin de disfrutar de su propia vieja perversión antijudía.

Y a la inversa: los judíos que felizmente se unen en la nueva ola de islamofobia, bajo la falsa impresión de que están ayudando con ello a Israel, cometen un grave error similar. Los que odian al Islam hoy en día son los antisemitas de ayer y de mañana.

LOS PALESTINOS necesitan la paz con el fin de deshacerse de la ocupación y llegar, por fin, a la libertad, la independencia y una vida normal.

Los israelíes necesitan la paz, porque sin ella vamos a hundirnos cada vez más hondo en la ciénaga de una guerra eterna, perderemos la democracia que era nuestro orgullo, y nos convertiremos en un estado de apartheid despreciado.

El debate BDS puede agudizar los odios mutuos, ensanchar el abismo entre los dos pueblos, separándolos aún más. Sólo una cooperación activa entre los bandos por la paz en ambos lados puede alcanzar lo único que ambas partes necesitan desesperadamente: Paz.