Hubo  desfile cívico militar en San Cristóbal el día de la constitución. Las autoridades oficiales ocuparon el templete engalanados y  las tropas  pasaron por delante de ellos saludándoles como es debido.  Osvaldo Cepeda, el animador  castrense de impecable dicción  e  hiperbólica narrativa, glorificaba la oficialidad y la parafernalia castrense a lo largo del desfile.  Siguió a los militares un batón ballet  escolar, y escenificaron  una vileza  que muestra, una vez más, el deterioro de nuestras costumbres y el ínfimo alcance  de la reforma educativa.

Agrupaba la marcha de bastones  a  veinte niñas púberes,  uniformadas en colores alegóricos a la bandera nacional, falditas cortas y mallas blancas. Blandían sus batutas al ritmo de una desafinada banda de música, cuando,  súbitamente, frente a la tarima repleta de “autoridades” estatales, se tiraron  de rodillas en la calle  apoyándose con ambas manos colocadas delante de las cabezas quedando  con el culo  al aire. En otras palabras: quedaron en cuatro patas. Entonces menearon las cinturas acompasadas   y comenzaron a  fornicar el asfalto.

La fílmica del excelente y agudo periodista Franklyn Guerrero certificó el desatino  durante el programa de la extraordinaria Nuria Piera (“Foto crónica del día de la constitución en San Cristóbal”). Muchos quedamos estupefactos ante lo que estábamos viendo en el reportaje, no podíamos imaginar tal degradación.  Fue, si nos detenemos a pensar,  un abuso infantil en medio de  una parada conmemorativa.

  Esas  muchachitas  en cuatro patas   bailaron el “perrito” – eufemismo  de   “dar golpe de barriga”. Estuvieron ejecutando la obscenidad  por veinte segundos, bajo el pretexto de una coreografía. Y todos tan contentos.  La tribuna  risueña.  El pueblo animado. Y cada perro realengo que por allí husmeaba  se  identificaba con el ballet;  al fin y al cabo, ellos también se montan  públicamente.

Esas  alumnas de esa escuela,  contorsionistas degradadas  y humilladas,  bajaron de la escala zoológica y fueron animalizadas  bajo la responsabilidad  de la dirección del plantel escolar de donde provienen, y de  la “Secretaria de Educación y construcción de escuelas”. Pero sin la menor duda, también  lleva culpa  esta sociedad que va  dejando atrás  el respeto individual y colectivo siguiendo el paradigma de una clase gobernante carente de moral.

Está claro,  ese  fornicio coreografiado, fue autorizado por el director, los maestros,  los padres, y  la secretaria.   Nadie protestó porque ahora la vulgaridad es entretenimiento y se  aplaude. Esto es Sodoma y Gomorra, el despelote.  El “baile del perrito” se ensaya en la sala del hogar. Han pasado muchos días desde aquella parada en San Cristóbal.   El silencio siguió al evento. Aquellas contorsiones lubricas no han producido alarma, indignación ni tormento, se tomaron como algo natural, divertido;  originalidad de un coreógrafo cachondo. 

La iglesia no  estalló en los pulpitos, quizá  ese tipo de educación sexual rastrera les apetezca más que  esa otra promotora de  una sexualidad civilizada y  saludable.  El ministro de interior y policía  allí presente, aguerrido y tronante como es,  no ha dicho esta boca es mía. Tampoco lo han hecho la asociación de maestros, ni la de padres, ni  las asociaciones protectoras de la niñez. Ni que decir de la alcaldía, con un reo como alcalde.   Hay que joderse con una reforma educativa que permite “el  golpe del perrito” en las escuelas.