Dicen algunos de los estudiosos de los malos resultados obtenidos por Estados Unidos en la mayoría de las decisiones políticas tomadas según sus percepciones sobre pueblos y gobiernos bajo el control de su campo visual político y económico, que era de esperarse que así fuera porque es prácticamente imposible controlar las soluciones que se adoptan guiados por un guion sobre expectativas irracionales o escasamente conocidas.
Por lo que contó John Barlow Martin, Embajador de Estados Unidos en nuestro país durante el golpe de Estado contra Bosch el 25 de septiembre del 1963, de acuerdo a lo narrado por el historiador dominicano Bernardo Vega, en su obra El gobierno de Kennedy y el de Bosch (Adendum), es evidente que el principal maquinador de aquel abominable hecho tuvo un guion tan mofletudo y reperperoso que dice de Bosch estas incongruencias: …no confía en nadie; tiende a ser errático, difícil, dictatorial, con miedo y no totalmente confiable. Es un seudo-intelectual porque nunca terminó el bachillerato, porque es autodidacta y medio educado y mucho de lo que sabe es incorrecto. Cuando leí completo lo reportado por John B. Martin al Departamento de Estado en ese libro de Vega en 1996, llegué a la conclusión de que durante la Guerra Fría, los gobiernos de Estados Unidos pensaban y actuaban, con respecto a los países de su traspatio, con casi total ignorancia del modo de pensar de la mayoría de la gente y bajo el ancho paraguas de una obcecación política inagotable.
Después de leer ese libro de Vega, el que escribió John B. Martin para justificar su tropiezo y el humillante uso del poder por parte de Estados Unidos para burlarse de un país pequeño y atrasado y la larguísima descripción que posteriormente hiciera el mismo Bosch sobre aquellos azarosos acontecimientos, hallé que la Administración Kennedy, al organizar, diagramar y dirigir aquel golpe de Estado hace ya 58 años, no tanto contra Bosch sino contra la dignidad de la República Dominicana, siguió a pie juntilla el argumento de uno de los cuentos de Faulkner menos morales pero a la vez más álgido de todos los que escribió durante su larga producción narrativa.
El cuento de Faulkner, La caza del zorro, narra que un gran señor de chaqueta y cuchillo, llamado Harrintson Blair, de los lados de Oklahoma, se dispuso cazar un pequeño zorro porque pensó que si pasaba de la etapa de cachorro, un día podría morderle a pesar de que siempre andaba montado en carruaje muy bien escoltado por doce hombres armados y también por perros de más de 50 kilogramos de peso cada uno. A pesar de que sus siervos intentaban convencerle que aquel zorrito jamás podría lastimarlo, el señor Blair se desvelaba cada noche pensando que el animalito podría llegar hasta su casa, amurallada por cinco yardas de altura de alambres con largas púas, entrar a su dormitorio y atacarlo. Como los doce cazadores juntos a él no pudieron cazar el zorrito, contrató a varios más hasta completar casi un batallón de expertos cazadores y además prometió a los habitantes de la comarca, listos a prestar su concurso para sacar adelante cualquier tarea de acoso que termine en victimas selectas, que serían compensados si cooperaban en el acorralamiento del zorro. Hasta que por fin, mataron el zorrito. Muy relajado y satisfecho, el señor Blair dijo desde el fondo de una gran hamaca: “ahora el bendito zorro está muerto, pero y si dejó preñada una hembra y luego pare cinco o seis zorritos que crecerán y serán zorros bravos. Pues podrían venir sobre mí, y entonces, ¿tendré que cazarlos a todos camada tras camada?” Bruscamente, uno de los que puso el lazo corredizo alrededor del pescuezo del zorro dijo: “Señor Blair, usted puede intentarlo pero finalmente no habrá zorro que le roce con su cola”.
Y ahora la pregunta se cae de la mata. ¿Goza hoy Estados Unidos de mayor o menor admiración y solidaridad de parte de los pueblos Latinoamericanos y caribeños que antes del inicio de la Guerra Fría?
Ahora lea el lector las coplas compuestas por un decimero de mi pueblo de Altamira en los días del golpe de Estado, pero que se la escuché en octubre del 1963. El autor es Manuel Titica [1894- 1966].
Los que ajucharon el golpe contra Juan Bó
Curas, cívicos y tutumpotes
Calumniaban a Juan Bo,
Por defender los Machepa
Y aquellos que por la noche
Solo cenaban con cepa
A los hijos de Machepa
Le voceaban chusmerío,
Y a la mujer pobre sin ropa
Le voceaban andrajosa
Antes que ocurriera el golpe
Los cívicos decían por dentro,
Al ovejo lo matamos
O nos lo llevamos de encuentro.
La conspiración nació
Antes del 20 e diciembre,
Porque en el Bar de Miñambre
Un cívico borracho dijo:
La pascua será en septiembre
Un día me fui a misa
Con mi compadre Guanchito,
Un cívico comerciante
Devoto de san Lautico.
En el camino me dijo
De lo que el cura hablaría,
Y el padre Pablo nos dijo
Que si un analfabeto votaba
La Virgen lo castigaba.
Ya de vuelta pa mi casa
Mi compadre comentó,
Que si ese ovejo ganaba
La jambre y ei comunismo
Nos mataría ja to.
Yo le dije a mi compadre
Que Juan Bo era un hombre bueno,
Que haría muchas escuelas
Y nos daría terreno.
Entonces el compadre dijo:
Pues dígale a ese ovejo
Que no sueñe morisqueta,
Que ya los americanos,
Le tienen el agua puesta.