Este domingo inicia su mandato el presidente electo Luis Abinader y un nuevo Congreso Nacional fruto de las elecciones del pasado 5 de julio. Por primera vez en 16 años se produce un cambio de mandos entre dos partidos adversarios y, pese al furor de las redes y de algunos medios audiovisuales, se podría decir que se trata de una de las transiciones más pacíficas en nuestra historia democrática, precedida por la rápida aceptación de los resultados electorales por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD); la recepción por parte del presidente Danilo Medina del presidente electo; y la pronta formación de un equipo bipartito de transición, que ha dado paso a intercambios entre diferentes tasks forces de transición en las dependencias gubernamentales; transición afectada, sin embargo, por el cambio de la tradición protocolar de la toma de posesión, justificado en el Covid, y que, aunque no rompe con ningún precepto constitucional y es justificable vehículo para evitar la autoflagelación del presidente, luciría desproporcionado, pues nada indica que el presidente electo cometerá el craso error de desperdiciar ese día para lanzar un mar de recriminaciones contra el presidente Medina.
Habrá oportunidad, cuando se calmen las aguas y los acontecimientos puedan ser juzgados desde una fría, justa y objetiva perspectiva, de evaluar en todas sus dimensiones el gobierno del presidente Medina, con sus muchas luces y sus innegables sombras. Sólo de paso debe decirse que los logros del presidente saliente en educación, en justicia social, en transparencia y eficacia tributaria, en estabilidad macroeconómica y financiera, en fomento de la agropecuaria, en titulación de las tierras y en el manejo del Covid, entre otros, están ahí y algún día, para no pecar de injustos y mezquinos, deberán reconocerse.
Hoy, sin embargo, es el momento de ponderar las perspectivas de -y las expectativas creadas por- un gobierno que nace con un equipo ministerial que la mayoría de la población reconoce de primera, por su capacidad, la combinación de lo nuevo con lo viejo y el pluralismo de fuerzas políticas que representa al interior del Partido Revolucionario Moderno y sus aliados. Este equipo, sobre la base de una amplia mayoría congresual, deberá enfrentar en lo inmediato el virus y la crisis económica y laboral desatada por éste. Para ello, el nuevo gobierno cuenta, no solo con la mayoría legislativa, sino también con tan sólidas relaciones con el sector privado y el empresariado que, si existiese un Karl Marx dominicano, le llevarían, con equivocación, desatino y exageración, a decir que nuestro Estado es el “comité ejecutivo de la burguesía”, pero que, en verdad, serán pieza fundamental en un necesario consorcio público-privado, que permita apurar impostergables y viejas reformas para acelerar el relanzamiento de la economía y la activación de las empresas y el empleo.
La magnitud de la actual situación, de las amenazas globales e internas que se ciernen sobre nuestra economía, requerirá, a pesar de estos indiscutibles activos de las nuevas autoridades, que el presidente Abinader, como jefe de gobierno, pero sobre todo como jefe de Estado, haga resurgir la esperanza nacional y convoque la unidad del pueblo para el propósito general de la recuperación económico-social, que debe ser apoyada por todas las fuerzas políticas con representación en el Congreso y, en particular, por el PLD, que encabeza la nueva oposición mayoritaria y leal. Estamos esperanzados que ello será viable y posible pues no se contrapone en modo alguno con la lucha por la transparencia y contra la corrupción, que puede ser propulsada, siempre y cuando, haciéndole caso a algunos desfasados y pobres remedos de Maquiavelo, no se quiera convertir en circo que sustituya el pan y que socave nuestra delicada gobernabilidad.
Desde Roosevelt se habla de los 100 días de luna de miel para nuevos gobiernos. Sin embargo, la manifiesta anormalidad de lo que ha generado el Covid debe conducir a una duplicación de este plazo. Por eso es clave que existan fluidas relaciones entre el ejecutivo y el Congreso, para poder aprobar así, prontamente, con el apoyo de todos los partidos, los proyectos de ley y resoluciones más urgentes, lo que debe facilitarse por la previa y amplia experiencia legislativa de importantes funcionarios de la nueva Administración, por la natural inclinación al diálogo de que ha dado muestras el presidente electo en su exitosa trayectoria política y, sobre todo, por la probada madurez del pueblo dominicano y de sus líderes, que se afirmará proclamando que esta es la hora de la unidad nacional.