[Pocas obras de Stefan Zweig causaron tanto revuelo durante tantos años como su biografía de Fouché, el bien llamado genio tenebroso, escrita en 1929, cuando ya las nubes de tormenta que se congregaban sobre el cielo de Europa anunciaban la tragedia inminente. (La obra se traduce con el titulo de “Fouché, el genio tenebroso”, “Fouché, retrato de un hombre político” o simplemente “Fouché”).

Fouché fue uno de los grandes protagonistas de otra tormenta histórica, la revolución francesa, en la que descolló, en grado superlativo por sus habilidades camaleónicas y su capacidad de sobrevivir en todas las etapas, sobrevivir a todas las trampas de una revolución que ciertamente devoró a casi todos  sus hijos.

“Los gobiernos –dice Stefan Zweig-, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se precipita y desaparece en ese furioso torbellino del cambio de siglo, sólo uno se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y de todas las ideas: Joseph Fouché”.

Se ha dicho, y con justa razón, que “Esta biografía no es un retrato de cuerpo entero, sino de alma entera, pues Zweig va siguiendo con la apasionada curiosidad científica de un entomólogo y el arte de un insuperable novelista los más insignificantes movimientos de Fouché…”.

Es el retrato de un político motivado, como tantos otros políticos, por la ambición desmedida, “el libro más apasionante y más ilustrativo de todos los que escribió Stefan Zweig”, a juicio de Jordi Llovet.

Algo parecido dice I. F. Garmendía:

“Considerada la mejor de las muchas buenas biografías que escribió Stefan Zweig, la dedicada a Joseph Fouché es también la más inquietante. Lo es por la propia naturaleza del personaje, de rasgos demoniacos y trayectoria proverbialmente siniestra, pero también por la indudable vigencia que conserva este magistral ‘retrato de un hombre político’. Un perfecto análisis de las sinuosidades del alma humana”.

Para Carlos Fernández,  “Zweig demuestra ser un maestro en el retrato biográfico, haciendo de esta de Fouché una importante contribución a la tipología del hombre político y sin escrúpulos”.

Fouché

Otros juicios sobre el personaje y la obra llueven sobre mojado y coinciden en lo fundamental: el carácter resbaladizo y sombrío del trepador social y su retorcida moral, pero Stefan Zweig, como Balzac, ve más allá de los críticos y junto a la podredumbre del alma descubre la raíz del genio.

Entre nosotros, como saben todos los que no son ciegos o quieren serlo, son mayoría los políticos podridos, políticos podridos de toda podredumbre…, pero de genio nada. PCS.]

Stefan Zweig

Fouché, el genio tenebroso

P R E FA C I O

Joseph Fouché, uno de los hombres más poderosos de su tiempo, uno de los más singulares de todos los tiempos, encontró poco amor entre sus contemporáneos y aún menos justicia en la posteridad. A Napoleón en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras, Talleyrand en sus memorias, a todos los historiadores franceses, ya sean realistas, republicanos o bonapartistas, les empieza a brotar bilis de la pluma con tan sólo escribir su nombre. Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista…, no se ahorra con él ninguna palabra despreciativa, y ni Lamartine ni Michelet ni Louis Blanc intentan seriamente indagar en su carácter, o más bien en su admirablemente terca falta de carácter. Su figura aparece por vez primera con sus verdaderos contornos vitales en la monumental biografía de Louis Madelin (al que este estudio, como cualquier otro, debe la mayor parte del material referente a los hechos); por lo demás, la Historia ha empujado en completo silencio a la fila de atrás de los figurantes de poca importancia a un hombre que en medio de un cambio universal dirigió todos los partidos y fue el único en sobrevivirlos, que venció en duelo psicológico a un Napoleón y a un Robespierre. De vez en cuando, su figura aparece como un fantasma en una obra de teatro o una opereta napoleónica, pero la mayoría de las veces lo hace en el manido y esquemático papel del astuto ministro de policía, de un precursor de Sherlock Holmes; una presentación plana confunde siempre un papel entre bastidores con un papel secundario.

Sólo uno vio grande a esta figura única desde su propia grandeza, y no el más insignificante: Balzac. Ese espíritu elevado y al tiempo penetrante, que no miraba sólo el decorado de su época, sino también detrás de las bambalinas, reconoció sin reservas en Fouché al personaje más interesante de su siglo desde el punto de vista psicológico. Acostumbrado a contemplar todas las pasiones, tanto las llamadas heroicas como las llamadas bajas, como elementos por entero equivalentes en su química de los sentimientos, a admirar a un consumado criminal, un Vautrin, lo mismo que a un genio moral, un Louis Lambert, sin distinguir jamás entre lo decente y lo indecente, sino limitándose a medir el valor de la voluntad de un hombre y la intensidad de su pasión, Balzac sacó de su intencionado ensombrecimiento precisamente a este hombre, uno de los más despreciados e injuriados de la Revolución y la época imperial. “El único ministro que jamás tuvo Napoleón”, llama a este “genio singular”, luego una vez más “la más poderosa cabeza que he conocido nunca”, y en otro lugar “una de esas figuras que tienen tanta profundidad bajo cualquier superficie que en el momento de su acción se mantienen impenetrables y sólo después pueden ser comprendidas”. ¡Esto suena muy distinto a esos desprecios moralistas! Y en medio de su novela Un asunto tenebroso, dedica a ese “espíritu tenebroso, profundo e inusual, que es poco conocido” una hoja especial:

“El hecho de que insuflaba una especie de temor a Napoleón no se manifestó de golpe. Este desconocido miembro de la Convención, uno de los hombres más extraordinarios y al tiempo peor valorados de su época, sólo al llegar las crisis se convirtió en lo que luego fue. Bajo el Directorio, alcanzó la altura desde la cual los hombres profundos saben reconocer el futuro en tanto que valoran correctamente el pasado; luego, igual que algunos actores mediocres, ilustrados por una repentina iluminación, se convierten en magníficos intérpretes, dio de pronto pruebas de su habilidad durante el golpe de Estado del 18 de Brumario. Este hombre de pálido rostro, crecido bajo una disciplina monacal, conocedor de todos los secretos del partido de los montañeses, al que perteneció en un principio, y lo mismo de los realistas, a los que terminó por pasarse, este hombre había estudiado lenta y silenciosamente los hombres, las cosas y las prácticas del escenario político; penetró los secretos de Napoleón, le dio útiles consejos y valiosas informaciones; […] ni sus nuevos colegas ni los antiguos intuyeron en ese momento el alcance de su genio, que era esencialmente el genio del gobierno: acertado en todas sus profecías y de increíble agudeza.” (Stefan Sweig).