La ilusión de poder brindar resultados rápidos motiva el uso de la automatización en los procesos electorales. La promesa de rapidez en publicar los resultados es la principal oferta de la automatización del sufragio, pues ni es un método más barato ni es más confiable que el uso de la boleta única de papel, según afirman los expertos en sistemas electorales. Tampoco se puede hablar de mayor conveniencia ni eficiencia de la automatización del voto, al menos mientras se requiera la presencia física del votante en un recinto designado para poder sufragar. En la era de la gratificación instantánea, la obtención de resultados rápidos es una fuerte tentación, y algunos partidos políticos y autoridades electorales de democracias inmaduras con frecuencia caen en el gancho de priorizar la rapidez sobre la seguridad y la confiabilidad de los resultados, arrastrando a parte de la ciudadanía con esa quimera.

La automatización es un recurso que sin dudas acelera por horas el cómputo de los votos, pero no sin asumir riesgos cibernéticos difíciles de controlar y de imprevisibles consecuencias. Para automatizar el sufragio exitosamente es preciso controlar al máximo los riesgos inherentes, pero aún más importante, hay que convencer a los electores de que su voto no corre el riesgo de ser desconocido o desvirtuado mediante la manipulación informática.  Así como la automatización potencia el poder computar los votos rápidamente, también abre la posibilidad a la manipulación de los resultados o la sospecha de fraude. La automatización es poco transparente para todos los que no somos expertos en ciberseguridad y desconfiamos de las máquinas, no porque son autómatas, sino porque son manejadas por hombres no siempre santos ni infalibles.

Los escépticos de la automatización, con mucha frecuencia también expertos en informática, basan su reticencia principalmente en los altos riesgos de seguridad que conllevan todos los sistemas cibernéticos y el consecuente enorme costo que tiene la prevención continua del hackeo de los sistemas. Pregonan la seguridad sobre todas las cosas, pues es la espina dorsal de la confiabilidad, y piensan que la rapidez y la seguridad no siempre compaginan bien.

La rapidez en la determinación de los resultados del sufragio carece de valor si no son percibidos como fiables por los ciudadanos, y puede incluso ser contraproducente. La autoridad electoral tiene que poder explicar convincentemente a los votantes las salvaguardas del sistema para garantizar el conteo diáfano de todos los votos. La confiabilidad de los resultados no se logra con proclamaciones de fe de parte de autoridades y poderes fácticos, sino con la transparencia en todas las etapas del diseño y la gestión de los procesos electorales, incluyendo apertura a auditorías independientes por entidades calificadas para garantizar la seguridad del sistema en todos sus niveles. Por la complejidad técnica de los procesos cibernéticos, al lego le resulta muy difícil entender y evaluar las medidas de seguridad implementadas para evitar la manipulación de los resultados en procesos automatizados. El elector es naturalmente chivo, incluso en sociedades de alto nivel de confianza de la ciudadanía en el Estado. Para generar confianza en los electores, la gradualidad en la implementación de la automatización es un gran aliado.

La urgencia de publicar resultados de las votaciones es el origen del TREP (Transmisión de Resultados Electorales Preliminares) en Bolivia. La suspensión de la transmisión de los resultados preliminares la noche de las elecciones del 20 de octubre cuando se había reportado 83% de las mesas, desató la situación de grave crisis de confianza que finalmente ha obligado a Evo Morales a reemplazar a los integrantes del Tribunal Supremo Electoral y convocar a nuevas elecciones en un intento de calmar los ánimos de ciudadanos en franca rebeldía. Graves anomalías y deficiencias de ciberseguridad han sido detectadas por los auditores independientes, Ethical Hacking, y confirmadas por la comisión designada por la OEA, poniendo en evidencia la irresponsabilidad de los encargados de gestionar el proceso electoral 2019. Horas después de documentado el fraude electoral y habiendo perdido cualquier vestigio de legitimidad, Evo Morales ha anunciado su renuncia a la presidencia.

En materia electoral, como en muchos otros órdenes de la vida, debemos observar el principio de, “vísteme despacio que tengo prisa”.  Afanar por resultados rápidos sobre todas las cosas es caer en gancho. Para generar confianza en los resultados, hay que sacrificar unas pocas horas para cumplir con el ritual de contar los votos presencialmente en cada mesa, sea las papeletas que salgan de impresores accionadas por una pantalla inteligente o las tradicionales boletas únicas impresas previamente y marcadas a mano. La seguridad, confiabilidad y transparencia no se deben sacrificar en aras de la rapidez relativa.

Para cuidarse en salud, la Junta Central Electoral debe presentar a la nación solo dos opciones en procura de generar confianza:

  1. boleta única previamente impresa y marcada a mano por el votante como ha sido la tradición
  2. boleta impresa in situ desde la pantalla inteligente como constancia del voto automatizado

En ambos casos, el conteo debe hacerse al cerrar la votación en cada mesa, levantando acta de los resultados, para ser transmitidos al centro de cómputo de la Junta y entregada una copia del acta a cada uno de los delegados de los partidos y observadores de la mesa.

Nuestro voto es: NO al gancho de resultados rápidos divulgados, aunque sea provisionalmente, sin conteo físico. Primero seguridad y confianza, luego rapidez y eficiencia. Evitemos el riesgo de repetir la traumática experiencia boliviana.