Las elecciones del 2020 ofrecían la posibilidad de un esfuerzo de la comunidad política dominicana para alcanzar acuerdos que trascendieran las diferencias que por años han obstaculizado la aprobación de pactos en áreas fundamentales como la educación, la salud, el medio ambiente y, sobre todo, el transporte público. La complejidad del proceso obligaba a darle prioridad a esa búsqueda, sin que ello significara renuncia alguna por parte de la oposición o del gobierno. Pero todo quedó como otra tarea pendiente.
Nuestro problema radica en la falsa creencia de que la colaboración da a un gobierno el respiro necesario para sortear las crisis. Todas las administraciones de los tres grandes partidos que han ejercido el poder desde el desmembramiento de la tiranía a finales de 1961, la han sufrido. Actuando sobre esa base, hemos perdido tiempo y oportunidades irrecuperables. También ha sido la causa de que lleguemos tarde a las reformas, razón por la que una vez aprobadas se requiera reformarlas. Desde comienzos del presente siglo se discute sin llegar a ninguna parte, la imperiosa e impostergable necesidad de alcanzar acuerdos que ayuden a eliminar las trabas y prejuicios partidistas que arrojamos en el camino, lo que al final siempre nos alejan de la meta que perseguimos.
Se requiere de mucha voluntad y coraje para echar a un lado los intereses particulares en aras de un gran acuerdo que por lo general implica ceder en asuntos básicos. Y si bien es cierto que hemos avanzado en ese aspecto, al acercarnos al punto de coincidencia se impone muchas veces la creencia de que el logro de un objetivo básico nacional implica concederle una ventaja insuperable al adversario. La suerte de la República es a fin de cuentas la de cada uno de los que nacimos y vivimos en ella. Y la oportunidad es como el agua que se escapa de las manos.