Parar la construcción de la presa de Monte Grande, aguas abajo del río Yaque del Sur, y acelerar sin un centavo en manos de financiamiento la construcción de dos plantas que utilizan como combustible carbón mineral, pone de manifiesto que las autoridades dominicanas carecen de criterio técnico para encarar los terribles desafíos del cambio climático y dar solución a problemas angustiosos de pobreza.
Construir la presa de Monte Grande significaría disponer de agua represada para abastecer decenas de acueductos de ciudades sureñas, irrigar cientos de miles de tareas de tierra en una de las zonas más pobres del país que podrían producir los mejores plátanos de las Antillas, cría de ganado, fomento de la pesca en agua dulce, control de inundaciones de ciudades y terrenos agrícolas, además de la generación de energía limpia y que no requiere divisas para operar.
Esa obra transformaría radicalmente y para bien la vida de cientos de miles de habitantes que hoy están inscritos con letras rojas en el Mapa de la Pobreza del país, algunos de ellos asistidos por el gobierno con bono-gas, bono-luz, tarjetas Solidaridad, seguro subsidiado y demás programas que logran un efecto fugaz sobre la crónica deuda social que tienen los gobiernos con esta gente que quisiera integrarse a la producción y mejorar sus pésimas condiciones de supervivencia.
Mientras los técnicos del gobierno aconsejan al presidente Danilo Medina que abandone a Monte Grande y con ella su compromiso público de trabajar sin descanso hasta inaugurarla en julio de 2016, las plantas que destruirán la salud de los banilejos, su agricultura, su ganadería, su pesca y su naciente turismo, van a toda marcha aunque al día de hoy no tienen el primer dólar contratado y sí mucho dinero gastado en todo tipo acciones: propaganda mentirosa, contratos para lobbismo, excursiones al exterior para ablandar la resistencia y un largo etcétera que paga el atribulado contribuyente.
Baní tiene gente pobre, como Nueva York o París, pero el nivel de vida de la mayoría de los banilejos es superior a los dominicanos que viven en El Peñón, Batey 6, Tamayo, Los Robles, Vengan a Ver, Baitoita, Jaquimeyes, Quita Coraza, Fondo Negro, Paraíso, Cabral, Cristóbal, Mella… y otras localidades que podrían ver reverdecer las campiñas ahora cubiertas de bayahonda y cayuco.
El deseo de los banilejos es mejorar su nivel de vida, contar con un acueducto múltiple que tiene siete años en construcción y casi un año paralizado, y compartirla con el progreso de los barahoneros, neiberos y pedernalenses después que tengan su presa de Monte Grande.
Lo que están priorizando quienes deciden en el gobierno es un proyecto energético usando carbón mineral que arruinará a Baní que ya no tiene agua para tomar ni para su agricultura y ganadería, aunque le regale un puerto exclusivo a un consorcio privado para exportar cemento y metales (no creo que se atrevan a exportar azúcar por donde entra el sucio carbón y lloverán metales pesados 24 horas al día), mientras paralizan el Acueducto Múltiple de Peravia y la presa limpia de Monte Grande que levantaría el suroeste.
Si no hay una reflexión que cambie el rumbo de las prioridades energéticas y de aprovechamiento de los recursos hídricos, en la década del veinte del siglo veintiuno, banilejos y valleneiberos serán mayoritariamente muy pobres, los primeros porque el carbón mineral los enfermará en masa y les destruirá su agropecuaria y turismo, y los segundos porque sin la presa de Monte Grande y con los efectos cada vez más devastadores de los ciclones y las sequías como consecuencia del cambio climático y la nula labor del Ministerio de Medio Ambiente, seguirán siendo arrastrados por las crecidas del Yaque del Sur, no podrán producir en tierras secas y las dádivas gubernamentales seguirán constituyendo un parásito para el presupuesto y un yugo que estrangula la libertad de pensar y actuar en forma independiente.
Y ese será el resultado, objetivamente hablando, porque mirando hacia el horizonte, sea de la sabana o del mar, nadie está pensando en este país y mucho menos dispuesto a luchar –como se debe- por él.
Dejar de hacer lo prudente y necesario para hacer lo dañino, es un contrasentido que algún día se lamentará por los efectos devastadores en los planos económicos, sociales y políticos.
Y este pueblo que tiene tantas esperanzas fundadas en el grito de ¡Manos a la obra! tendrá que despertar atolondrado ante la evidencia de que vamos calladitos, pero sin torcer, a variar por ¡Abran las manos! y solo escucharán los principales funcionarios del área energética, y por supuesto, sus asesores y contratistas. Y su fiesta será una velada sobre cadáveres. ¡Bienaventurados!