El sociólogo de la Universidad de Deusto, Javier Elzo, se ha hecho eco de unos sondeos realizados por WIN/Gallup International y el Pew Research Center sobre el futuro de la religión a escala global.

El primer sondeo se publicó el pasado abril, sobre datos recopilados en 2014. Los encuestadores entrevistaron a 63,898 personas de 65 paises. La pregunta fundamental era: “Independientemente del hecho de que vaya a la iglesia (o un lugar de culto) o no, ¿diría Vd. que es una persona religiosa, una persona no religiosa o un ateo convencido?”  El estudio arrojó como resultado que el 63% de los entrevistados se considera una persona religiosa, el 22% no religiosa y el 11% se declara ateo.

El país con el mayor porcentaje de personas religiosas es Tailandia, con un 94% de personas que se consideran religiosas, mientras que el país con menos personas que se consideran como tal es China Popular con un 9%.

El estudio del Pew Research Center coloca los datos en perspectiva histórica. Esto nos permite visualizar tendencias como el desplazamiento de la fe cristiana de Europa hacia África y América. En una centuria, de 1910 al 2010, hubo un descenso significativo del número de personas del mundo que se consideraban cristianas en Europa (de 66.3% a 25.9%), mientras América incrementaba la cantidad de personas del mundo que se profesaban cristianas (de 22.1% a 36.8) y África subsahariana incrementaba de 1.4% a 23.6%.

En sentido general, Europa muestra un descenso de la religiosidad, no solo cristiana, con respecto a continentes con bajos índices de desarrollo humano. Podemos dar a estos datos la lectura de que existe una correlación entre desarrollo y proceso de secularización.

Sin embargo, el profesor Elzo nos recuerda el análisis de Peter Berger  (“The Desecularization of the World: Resurgent Religion and World Politics”,1999), que cuestiona el supuesto según el cual a mayor modernización se asienta el proceso de secularización.

Según Berger, Estados Unidos es un ejemplo que refuta el referido planteamiento, pues siendo una nación con alto nivel de desarrollo económico, social, científico y tecnológico sigue presentando un alto porcentaje de personas que se confiesan religiosas.

Por igual, Europa Oriental experimenta un resurgimiento de la religiosidad luego de décadas en repliegue.

Entonces, ¿por qué se habla con frecuencia de un proceso global de secularización? Según Berger, una de las razones se debe a que existe una “subcultura internacional” constituida por una comunidad de intelectuales formados en las humanidades y las ciencias sociales, secularizados, los cuales poseen una gran influencia en los medios de comunicación y en las instituciones educativas.

Esta comunidad es la responsable, según el autor, de institucionalizar la imagen secularizada de la realidad.

Una perspectiva similar es defendida por el filósofo canadiense Charles Taylor, quien sostiene que los ciudadanos europeos son más propensos a seguir a sus élites intelectuales en un nivel mayor que los norteamericanos.

No obstante, desde mi perspectiva, creo que esta lectura del proceso de secularización no es correcta. Este proceso no es un mito porque los sondeos muestren un alto porcentaje de personas que se consideren a si mismas religiosas. No debe confundirse la autopercepción de la religiosidad, con lo que Max Weber llamó el “desencantamiento del mundo”.

De lo que trata este proceso es que las personas no perciben su mundo manejado por poderes o fuerzas ocultas, que entienden su cotidianidad determinada por “la previsión y la racionalidad del costo-beneficio”.

De este modo, la vida cotidiana de las personas a gran escala está dominada por espectativas, decisiones y proyectos no religiosos, la mayoría de sus acciones no tienen una determinación religiosa. Su relación cotidiana con las instituciones religiosas es cada vez más débil, los fenómenos naturales se perciben como tales, no como la embestida de fuerzas demoníacas y se abordan las enfermedades como fenómenos que pueden ser manejados con procecimientos científicos.

No importa el nivel de religiosidad que las personas digan poseer hoy, la cultura contemporánea manifiesta un acentuado proceso de carencia de religiosidad expresado en las acciones e instituciones y dicho fenómeno no puede atribuirse solo a las cúpulas intelectuales, so pena de incurrir en una simplificación del problema.

El fenómeno se aprecia en Europa, pero también en América y en los países de Asia que han asumido los patrones de pensamiento occidentales a través de la economía, la ciencia y la tecnología. Si será un fenómeno universal e irreversible está por verse, pero si bien no hay leyes deterministas en la historia, lo cierto es que las tendencias del presente no auguran el retorno a un “mundo encantado”.