Cerca de mi casa, en una esquina bien estratégica, hay uno de tantos fruteros que se buscan la vida diaria y se la ganan posiblemente mejor y más cómodos que pegando blocks subidos en un peligroso andamio,o doblando el lomo recogiendo lechugas a las cinco de la mañana, llueva, truene o ventee.
Hace como un mes, un haitiano joven, discreto y servicial, encontró un espacio en apenas unos tres metros cuadrados lineales de acera pública y sin pensarlo dos veces instaló de inmediato "su puesto", consistente en un triciclo pequeño con apenas unas cuantas lechosas, piñas, mangos y guineos.
El sitio es ideal, pues está ubicado entre un moderno transformador eléctrico y una caseta de control de teléfonos, con una malla de protección a lo largo, lo cual le "privatiza" su puesto, ya que nadie puede acceder por los lados ni por la parte de atrás, y además no obstaculiza el tránsito de peatones. Para el colmo de ventajas, unos frondosos flamboyanes le brindan sombra casi permanente, librándole del sol justiciero del verano.
No sabemos cuánto puede vender ni ganar en un día, suponemos que algún que otro centenar de pesos debido a que el tránsito es tan intenso en ese tramo, que dificulta un tanto la parada de vehículos para comprar. Pero de alguna manera este señor vive, se mantiene y diríamos que hasta progresa ya que a los pocos días trajo una silla de plástico para afianzar su punto y estar más cómodo, y a la segunda semana trajo otro asiento similar, y ahora son dos personas las que atienden el micro negocio, incrementando así un 100% los puestos de trabajo. ¡Ojalá la mano de obra de todos los negocios creciera así en el país!
Entre los dos "socios" charlan en sus ratos de asueto, que son muchos, suponemos que sobre su tan cercano como lejano Haití y mil temas más, se hacen compañía, se entretienen oyendo sus bachaticas en la radio y hasta se turnan en determinados horarios alargando así las horas de servicio para sus clientes. Como parte de su echar para adelante, ya han instalado un techo provisional con una lona azul para protegerse de los numerosos aguaceros de esta temporada, y están complementando su oferta comercial con una paletera clásica a base de cigarrillos, chicles y caramelos, y es de esperar que en breve aumenten su línea de mercancías.
El otro día, saliendo apurado para llegar al trabajo pude observar al frutero echándose una tremenda siesta utilizando para mayor confort las dos sillas de que dispone, y me vino a la mente el cuento aquel de un pastor que desde una hamaca cuidaba un rebaño de veinte cabras; pasó un hombre de negocios y le dijo que si las trasladaba arriba de la montaña en una zona de pastos más verdes, podría criar hasta 2,000 animales.
¿Y para qué?, preguntó el pastor, pues así podría comprar una finca y criar 20,000 cabezas. ¿Y para qué?, le volvió a preguntar. Para no cansarles el cuento, el hombre de negocios le fue describiendo un panorama lleno de beneficios, pues así podría instalar un matadero y crecer económicamente y después crear la primera cadena de hamburguesas de cabra en el mundo, y a los diez años tendría más de diez mil franquicias en los cinco continentes.
¿Y para qué?, preguntó finalmente el pastor. Pues -respondió a manera de colofón el hombre de negocios- tendría tanto, tanto dinero, que podría retirarse a descansar el resto de su vida.
El cabrero, balanceándose desde su cómoda hamaca le respondió con una buena dosis de filosofía existencial:
¿Y qué cree que estoy haciendo ahora?
En ese momento y en medio del inmenso tapón desde donde veía al frutero de la esquina tan plácidamente dormido, me acordé del cuento, y me dio una envidia terrible. ¡Terrible!