Después de más de tres décadas de proceso democrático, la República Dominicana no ha podido hacer rutinarias prácticas políticas que la sitúen dentro de las democracias consolidadas. Lo anterior sugiere la idea de que en el año 1978 el país estaba preparado para la alternancia, pero su élite no lo estaba para emprender el camino a la consolidación. Se deseaba el cambio de partidos y lograr mayores libertades políticas, y así ocurrió. Pero el afianzamiento democrático implica acuerdos políticos, arreglos entre los distintos actores, lo cual no sucedió en Dominicana. La alternancia política se dio dentro del viejo cascarón autoritario, lo cual hacía imposible que se pudiera evolucionar hacia la consolidación.

Fue excesivo el tiempo que el país dependió de una persona y de un partido: treinta años con Trujillo y su Partido Dominicano y doce con Balaguer y su Partido Reformista. Además, de manera paralela se crearon y afianzaron las instituciones y prácticas políticas alrededor de estos dos regímenes -dictatorial el primero y autoritario el segundo-, enraizándose en la cultura política del país.

El desmantelamiento de la cultura autoritaria es una tarea compleja que lleva tiempo pero, principalmente, implica talento político. En este sentido la transición española, ejemplo de paso de un régimen dictatorial a uno democrático, demostró que el acuerdo político entre los actores más disímiles no solo podía concertarse, sino convertirse en la condición necesaria para catapultar al régimen naciente en una democracia sólida. Los comunistas y los franquistas, los conservadores y los liberales, todos hicieron causa común que se tradujo en un pacto político, el de la Moncloa, que permitió a España construir una democracia a la altura de sus pares europeos en cuanto a derechos, oportunidades, equidad y servicios públicos de calidad. El liderazgo fue clave; el rey, junto con Adolfo Suárez, supo administrar la tolerancia de los demás y la visión para entender cuál era el futuro de una nación que había vivido sometida a una dictadura durante treinta y cinco años.

En nuestro país los partidos que se han sucedido en pleno proceso democrático no han podido, o no han querido, desprenderse de la forma arcaica de entender y hacer política. Cuando se mira la calidad de la democracia dominicana en cuanto a indicadores de educación, salud, institucionalidad, transparencia y clientelismo, no es exagerado afirmar que la élite de los partidos ha fracasado.

Se necesita una nueva generación de políticos que regenere la forma y el fondo de hacer política en República Dominicana, con la visión de los desafíos externos e internos a los que nos enfrentamos en este mundo cada vez más globalizado.