HAMELIN, un pequeño pueblo en Alemania (no muy lejos de donde nací), estaba infestada de ratas. En su desesperación, los habitantes llamaron a un eliminador de ratas y le prometieron mil florines para liberarlos de esta plaga.

El cazador de ratas tomó su flauta y tocó una melodía tan dulce que todas las ratas salieron de sus agujeros y se unieron a él. Él las condujo hasta el río Weser, donde todas e se ahogaron.

Una vez liberados de esta plaga, los habitantes del pueblo no veían ninguna razón para pagarle. Así que el flautista sacó su flauta de nuevo y ejecutó una melodía aun más dulce. Los niños de la ciudad, encantados, se reunieron en torno a él y lo siguieron directamente hacia el río, donde todos se ahogaron.

Benjamín Netanyahu es nuestro flautista de Hamelin. Encantado por sus melodías, el pueblo de Israel lo está siguiendo hacia el río.

Los habitantes que están conscientes de lo que está ocurriendo, lo están viendo. Pero no saben qué hacer. ¿Cómo salvar a los niños?

El BANDO en Israel que está a favor de la paz está desesperado. No hay ningún salvador a la vista. Muchos sencillamente se sientan frente a su televisor y se retuercen las manos.

Entre los restantes hay un debate en marcha. ¿La redención surgirá desde dentro de Israel o vendrá de afuera?

El último contribuyente a este debate es Amos Schocken, el propietario del diario Haaretz. Escribió uno de sus artículos raros, argumentando que ahora solo las fuerzas externas pueden salvarnos.

Permítanme decir primero que admiro a Schocken. Haaretz (“La Tierra”) es uno de los últimos bastiones de la democracia israelí. Maldecido y detestado por la gran mayoría de la derecha, encabeza la batalla intelectual por la democracia y la paz, mientras los medios escritos se están viendo en una grave situación financiera en Israel y en todo el mundo. Desde mi propia experiencia como propietario y editor de revistas ˗que perdió esa batalla˗ sé cuán heroico y desgarrador es este trabajo

En su artículo Schocken dice que no hay esperanza de que una batalla salve a Israel desde adentro, y que por lo tanto debemos apoyar las presiones que vienen del exterior: el creciente movimiento mundial para boicotear a Israel política, económica y académicamente.

Otro israelí prominente que apoya este punto de vista es Alon Liel, exembajador en Sudáfrica y actualmente profesor universitario. Sobre la base de su propia experiencia, Liel afirma que fue el boicot mundial fue el que puso de rodillas al régimen de apartheid en Sudáfrica.

Lejos de mí está impugnar el testimonio de un experto de tal categoría. Nunca fui a Sudáfrica para ver l a situación por mí mismo. Pero he hablado con muchos participantes, blancos y negros, y mi impresión es un tanto diferente.

ES MUY tentador comparar el actual Israel con la Sudáfrica del apartheid. De hecho, la comparación es casi inevitable. Pero, ¿qué nos dice?

El punto de vista aceptado en Occidente es que fue el boicot internacional del atroz régimen del apartheid lo que le quebró su columna vertebral. Esta es una visión reconfortante. La conciencia del mundo se despertó y aplastó a los malos.

Pero es una imagen desde el exterior. Desde el interior parece ser bastante diferente. La visión interior agradece la ayuda de la comunidad internacional, pero atribuye la victoria a la lucha de la propia población negra, su disposición a sufrir, su heroísmo y su tenacidad. Emplearon muchos métodos diferentes, incluido el terrorismo y las huelgas, que finalmente hicieron imposible el mantenimiento del apartheid.

La presión internacional ayudó a hacer a los blancos cada vez más conscientes de su aislamiento. Algunas medidas, como el boicot internacional a los equipos deportivos de Sudáfrica, fueron particularmente dolorosas. Pero sin la lucha de la propia población negra la presión internacional habría sido insuficiente.

El mayor respeto se les debe a los sudafricanos blancos que apoyaron activamente la lucha de los negros, incluido el terrorismo, con gran riesgo personal. Muchos de ellos eran judíos. Algunos escaparon a Israel. Uno de ellos era mi amigo y vecino, Arthur Goldreich. Por extraño que le pareciera a algunos, el gobierno israelí apoyó el régimen del apartheid.

Incluso una comparación superficial entre los dos casos demuestra que el régimen del apartheid israelí goza de activos importante que no existían en África del Sur.

A los gobernantes blancos sudafricanos se les detestaba universalmente, porque apoyaron abiertamente a los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Los judíos fueron víctimas de los nazis. El Holocausto es un activo importante de la propaganda israelí. Como lo es la etiqueta a todos los críticos de Israel de “antisemita”, un arma muy eficaz en estos días.

(Mi contribución más reciente: “¿Quién es antisemita? Alguien que dice la verdad sobre la ocupación”.)

El apoyo incondicional de las poderosas comunidades judías de todo el mundo al Gobierno israelí es algo con lo cual los blancos sudafricanos no podían ni siquiera haber soñado.

Y, por supuesto, no hay un Nelson Mandela a la vista. Menos aun después del aislamiento y el asesinato de Arafat.

Paradójicamente, hay cierto racismo en la opinión de que fueron los blancos del mundo Occidental los que liberaron a los negros en Sudáfrica y no a los propios negros sudafricanos.

Hay otra gran diferencia entre las dos situaciones. Endurecidos por siglos de persecución en el mundo cristiano, los judíos israelíes pueden reaccionar a la presión externa de manera diferente de lo esperado. La presión externa puede llegar a ser contraproducente. Puede volver a confirmar la vieja creencia judía de que a los judíos no los persiguen por lo que hacen, sino por lo que son. Ese es uno de los principales elementos publicitarios de Netanyahu.

Hace años, un grupo de entretenimiento del Ejército cantó y bailó al ritmo alegre de una canción que comenzaba con estas palabras: “El mundo entero está contra nosotros / Pero a nosotros nos importa un comino…”

Esto también se refiere a la campaña BDS (Boycott, Divestment and Sanctions ‒ boicot, desinversión y sanciones). Hace 18 años, mis amigos y yo fuimos los primeros en declarar un boicot a los productos de los asentamientos. Queríamos abrir una brecha entre los israelíes y los colonos. Por lo tanto, no declaramos el boicot a Israel propiamente dicho, lo que llevaría a los israelíes de a pie a los brazos de los colonos. Sólo se debía rechazar el apoyo directo a los asentamientos.

Esa sigue siendo mi opinión. Pero todo el mundo en el extranjero debe tomar su decisión propia. Siempre recordando que el objetivo principal es el de influir en la opinión pública en el propio Israel.

EL DEBATE “dentro-afuera” puede sonar puramente teórico, pero no lo es. Tiene implicaciones muy prácticas.

El campo de la paz israelí se encuentra en un estado de desesperación. El tamaño y el poder de la derecha están creciendo. Casi a diario, se proponen y promulgan nuevas leyes desagradables, algunas de ellas con un sabor fascista inconfundible. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, se ha rodeado de un grupo de alborotadores, hombres y mujeres, principalmente de su partido Likud, en contraste con lo que él es, un liberal. Al principal partido de la oposición, el “campamento sionista” (alias Laborista), pudiera llamarse “Likud B”.

Aparte de algunas decenas de grupos marginales que desafían esta ola y hacen un trabajo admirable, cada uno en su nicho de elección, el campo de la paz está paralizado por su propia desesperanza. Su lema podría ser: “No se puede hacer nada más. No tiene sentido hacer nada”.

(La cooperación judeo-árabe en la lucha común dentro de Israel ˗ahora tristemente deficiente˗ también es esencial.)

En este clima, la idea de que sólo la presión externa puede salvar a Israel de sí mismo es reconfortante. Alguien por ahí va a hacer el trabajo por nosotros. Así que vamos a disfrutar de los placeres de la democracia… mientras dure.

Sé que nada dista más de las ideas de Schocken, Liel y todos los demás que combaten en la lucha diaria. Pero me temo que esto puede ser la consecuencia de sus puntos de vista.

ENTONCES, ¿QUIÉN tiene razón: los que creen que sólo la lucha dentro de Israel nos puede salvar, o aquellos que ponen su confianza totalmente en la presión externa?

Mi respuesta es: ninguno.

O, más bien, ambos.

Los que luchan en el interior necesitan toda la ayuda exterior que puedan conseguir. Todas las personas decentes en todos los países del mundo deberían verlo como su deber ayudar a los grupos y personas dentro de Israel que continúan luchando por la democracia, la justicia y la igualdad.

Si ellos quieren realmente a Israel, deben acudir en ayuda de estos grupos valientes, moral, política y materialmente.

Pero para que la presión resulte eficaz, deben ser capaces de conectar con la lucha interna, dar a conocerla, y ganar apoyo para ella. Pueden darles una nueva esperanza a aquellos que están desesperanzados. Nada es más vital.

El Gobierno se da cuenta de esto. Por eso está promulgando todo tipo de leyes para cortarle a los grupos pacifistas israelíes toda ayuda externa.

Así que hagamos que buena batalla continúe, dentro, fuera, en todas partes