Moisés Naím, 2014, El fin del poder, Random House Mondadori, México, es la ficha bibliográfica de un texto puesto de moda en los círculos intelectuales, que, según mi criterio, debería tener mucha relevancia para el medio dominicano donde estamos inmersos en una “barahúnda” en todas las parcelas políticas.

Quisiera pensar que el texto de Naím pudiera alcanzar  la predilección de otro del siglo diecinueve, “Oráculo Manual y Arte de la Prudencia”, de Baltasar Gracián. Naím, un venezolano que llegara a Gobernador del Banco Central de Venezuela  armado con un Doctorado en Relaciones Internacionales del Massachusetts Institute of Technology, y de ahí pasara a un puesto directivo del Banco Mundial, que se ha dedicado últimamente a comentar el escenario geopolítico en las páginas de El País, el periódico de Madrid, quiere erigirse en el teórico de la nueva “micropolítica”.

Tal vez sea mucho soñar, porque nuestros políticos no leen. ¿No leen?, pero sí están pendientes a los vaivenes de la realidad. Lo que Naím postula en “El Fin del Poder” es el fin del poder como lo conocemos: ya no es la encarnación de una voluntad todopoderosa en un “dictador social” determinado por ese mecanismo matemático-contable que es el conteo de votos periódicamente en un proceso que llamamos democrático.

Laura Lorena Reyes, de la Universidad Nacional Autónoma de México, ha reseñado el núcleo del texto de Naím.  En una larga cita de su ensayo, resumimos la tesis en las siguientes palabras: “El poder es cada vez más débil, más transitorio, más limitado, es la tesis que sostiene el autor en este ensayo que desarrolla con base en la pregunta ¿de qué manera estas nuevas características del poder están configurando el mundo actual, tanto para los más poderosos como para la mayoría de la población? El autor apoya sus tesis en numerosos ejemplos, mismos que documenta recurriendo a fuentes diversas: libros y artículos científicos, periódicos y revistas, estadísticas de fundaciones, organismos multilaterales, gobiernos de diversos países y entrevistas del autor con algunos mandatarios y exmandatarios de los países a los que alude. Naím desarrolla su análisis con base en dos vectores. El primero es lo que caracteriza como tres grandes revoluciones: i) la revolución del más, referida al aumento de todo: niveles de vida, educación, salud, países, esperanza de vida, información, relaciones con otras personas, etc.; se trata de cambios cuantitativos pero también cualitativos que hacen que muchos de los factores que permitían ejercer el poder dejen de ser eficaces; ii) la revolución de la movilidad significa que todos estos cambios se expanden y circulan cada vez más; más gente, dinero, productos, tecnología, información, estilos de vida se mueven a menor coste y a más lugares; los migrantes transfieren más remesas a sus lugares de origen, pero también transfieren ideas, aspiraciones, técnicas e incluso movimientos religiosos y políticos que minan el poder y el orden establecido en sus lugares de origen; el autor demuestra con cifras que las remesas son más importantes para esas economías que la inversión extranjera y que la ayuda económica de los países ricos (Naím, 2014: 98); iii) finalmente, la revolución de la mentalidad, referida a los grandes cambios en la forma de pensar, las expectativas y aspiraciones que acompañan a las transformaciones mencionadas; Naím denomina revolución de las expectativas crecientes a la distancia que existe entre lo que la gente espera y lo que sus gobiernos pueden darle, y es resultado de las revoluciones del más y de la movilidad. El segundo vector del análisis es la fragmentación del poder que resulta en la confrontación entre los gobernantes o los grandes poderes tradicionales y los múltiples micropoderes. El autor representa la correlación de fuerzas entre ambos –o la impotencia de los primeros frente a estos últimos– con la imagen de Gulliver atado al suelo por miles de liliputenses que le impiden moverse. El poder de los micropoderes reside en su capacidad de vetar, contrarrestar, combatir y limitar el margen de maniobra de los grandes actores, y tienen la ventaja de que al ser más pequeños son más ágiles, además de que su estructura es menos rígida que la de los grandes poderes. Su estrategia es el desgaste, el sabotaje, el socavamiento y la obstaculización a los primeros. Cuando vemos el poder que tiene un solo hombre, como los informáticos Snowden o Hervé Falciani, para demostrar la vulnerabilidad de un servicio de seguridad nacional del país más poderoso del planeta, o bien para desvelar información confidencial del banco HSBC con la lista de 130 mil evasores fiscales de diferentes países, es difícil contestar esta tesis de Naím. Pero el autor llama la atención sobre dos consecuencias negativas de esta nueva distribución del poder. Primera mente, estos micropoderes están en manos de actores progresistas y bien intencionados que buscan el bien común, pero también de grupos criminales, fanáticos y extremistas que persiguen solo sus propios intereses. Aunado a ello, dado que todos tienen el poder suficiente para impedir las iniciativas de los demás, es difícil imponer una línea de actuación y en consecuencia las decisiones no se toman, se toman demasiado tarde o se diluyen resultando ineficaces (Naím, 2014: 41). Esto va en detrimento de la calidad de las políticas públicas y de la capacidad de los gobiernos para satisfacer las expectativas del electorado o resolver problemas urgentes. Naím sitúa el inicio de estos cambios en la caída del Muro de Berlín y el surgimiento de Internet en 1990, pero enfatiza que estos eventos no fueron los únicos factores de cambio ni los más importantes en este sentido. Y con ello contradice una opinión muy difundida que atribuye estas transformaciones a las tecnologías de información y comunicación en sí mismas. En esto es muy enfático en diferentes secciones del libro. Naím sostiene que para que Internet pueda tener sus efectos sobre los procesos políticos y sociales se requieren otras condiciones que están relacionadas con las transformaciones demográficas y económicas, con los cambios políticos y con la ampliación de las expectativas, los valores y las normas sociales. En su opinión, las tecnologías de información y comunicación son solo herramientas que requieren de usuarios con objetivos, dirección y motivación. Y aunque reconoce que los ciberactivistas contribuyen a enriquecer el discurso político en todo el mundo y a cambiar la manera como se obtiene, se usa y se pierde ese poder, considera que es precisamente la difusión del poder la que les ofrece las oportunidades para conseguirlo. A fin de cuentas, los partidos políticos siguen siendo el principal vehículo para obtener el control del gobierno en una democracia.”

En el caso dominicano, podemos estar viendo que el poder de las redes sociales y de las minorías ante el capricho y tozudez de los líderes aferrados a sus “clichés” de mando, están produciendo un revulsivo, por el calibre de los argumentos en contra de la corrupción, la desfachatez o simplemente, que nuestros políticos sigan creyendo que la “gallina sigue poniendo los huevos en el mismo sitio”.

Para leer el texto de Reyes, ver el enlace siguiente: http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/espiral/espiralpdf/espiral60/R_2.pdf