Hay un cuento de Ernest Hemingway incluido en su colección de narraciones breves de sus primeras décadas como escritor de ficción -que para mí recogen piezas de lo mejor de su producción literaria- que tiene este título: “The End of Something”.
El cuento habla de un conflicto impreciso que deja la impresión, solo la impresión, de que ha concluido. La asociación viene por el enfoque de políticos estadounidenses y otros países, que buena parte de la prensa mundial “optimista” regala a los hechos recientes que rodean la muerte de Osama Bin Laden.
Las atrocidades del 11 de septiembre de 2000 que él mismo se atribuyó, cambiaron muchas cosas para la política de Estados Unidos y el resto del mundo, y dieron el pie para la décima de la “guerra contra el terrorismo”.
El término “terrorismo”, siempre me ha resultado vago, insuficiente, y por lo tanto, susceptible de ser manipulado, como un comodín que facilita apuntalar críticas o justificar acciones de grupos políticos y hasta Estados, con potencialidades y coloraciones diversas. Por eso he preferido pensar en “terror”, un concepto tan abstracto como el otro, pero que expresa mucho más sobre la esencia de lo que ocurre realmente en el mundo, casi a diario, con la participación o el respaldo de individuos, organizaciones y gobiernos.
Pero al igual que los ataques contra objetivos puramente militares, terror es bombardear ciudades durante un conflicto entre países o choques de naturaleza puramente interna
Para muchos, el terrorismo no es más que el empleo de la violencia contra una población civil o contra parte de ella, por un grupo que no actúa en nombre de un Estado, con la intención de infundir miedo entre los ciudadanos, o los que intentan que un gobierno determinado cambie sus políticas. Ese es solo un nivel del terror.
Pero al igual que los ataques contra objetivos puramente militares, terror es bombardear ciudades durante un conflicto entre países o choques de naturaleza puramente interna.
No pueden excluirse los actos que organiza o patrocina un gobierno a nombre de un Estado, mediante el empleo de grupos civiles contra otros miembros de la población, aún cuando estos manifiestan pacíficamente.
En nuestro hemisferio hemos tenido y se siguen produciendo sucesos de esta naturaleza sin que reciban el tratamiento que corresponde a hechos de flagrante violación de los derechos humanos. Toda acción que procure crear el miedo para imponer la voluntad o el criterio de una persona sobre es terror.
¿A qué ha puesto fin la muerte de Osama, aparte de su propia vida?
En el caso de Al Qaeda, nada va a terminar con la muerte de este hombre, mucho menos uno que ha legado una organización monstruosa que se sostiene sobre clubes insólitos, movidos por una ideología cargada de ambiciones extraterritoriales.
Llama la atención que, hasta ayer, con las acciones de terror en Kandahar, haya habido relativamente pocas manifestaciones a partir de la muerte de Bin Laden. Sin embargo, no creo que esto signifique que sus partidarios no estén programando venganzas terribles.
Es temprano para declarar que se ha ganado la guerra contra Al Qaeda con la desaparición de Osama. Quedan los grupos, los seguidores individuales, los jefes de los clubes de la muerte y el estímulo, que podrán causar por un tiempo imposible de predecir un daño incalculable. La muerte de Bin Laden, probablemente, no sea más que una pausa.
Y los que hasta ahora nos mantenemos como simples espectadores a distancia de esta historia que no ha concluido, lejos de permanecer pasivos ante los hechos, no debemos circunscribamos al significado incompleto de lo que se viene asumiendo como terrorismo.
Estemos alertas ante variantes del terror menos sensacionales, como la violencia doméstica, el hambre, la represión, la censura y otras igualmente injustas e inhumanas, que pudieran desarrollarse hasta niveles inadmisibles en nuestro propio patio.