Se cumplen sesenta años de la muerte del filósofo y literato Albert Camus, Premio Nobel de Literarura en 1957.
Camus será siempre el filósofo del suicidio, el espíritu absurdo, el hombre rebelde. El pensador incomprendido por muchos, a la derecha y a la izquierda del espectro político.
Camus definió al hombre rebelde por su capacidad para decir no. Pero, en modo alguno, se entregó a la renuncia, sino al compromiso de combatir las instancias del poder enemigas de la libertad.
Por eso, combatió al socialismo soviético, en una época donde tantos intelectuales se rindieron ilusionados por la aureola de la utopía regeneradora devenida en régimen totalitario.
Y, por su actitud rebelde, no sucumbió a la presión de los movimientos que lo presionaron para fijar posturas políticas “comprometidas”, perspectivas que él supo ver, con lucidez, como precipitadas.
Cuando, el 4 de enero de 1960, el auto conducido por Michel Gallimard se estrelló con un árbol, Camus, sentado al lado del conductor, falleció de modo inmediato. Existe la versión de que no fue un accidente, sino un asesinato orquestado desde la Unión Soviética.
Sesenta años después, la rebeldía de Albert Camus es una urgencia, se requiere su actitud para decir no a tantos fenómenos que amenazan la libertad, a escala planetaria, como el furor de la opinión precipitada que impide forjar una opinión razonable de los hechos.