Con el interés público focalizado de manera preferente en las intenciones de voto a favor de los distintos partidos y candidatos que terciarán primero en las elecciones municipales de mediados de febrero, y posteriormente en las presidenciales y congresuales de mayo, pocos parecen haber reparado, y de hecho no ha motivado la menor reacción ni comentario, un dato en extremo preocupante que arroja la entrega del pasado jueves del amplio trabajo de investigación llevada a cabo por la Gallup Dominicana.
En la misma, respondiendo a la pregunta sobre la forma de gobierno que prefieren los dominicanos, aparece que un 41.3 por ciento de los integrantes de la muestra se inclina por la democracia, en tanto un 37.9 por el contrario, se muestra partidario de un sistema autoritario, bajo determinadas circunstancias no especificadas, que bien pudiera definirse como una dictadura, o un modelo muy cercano a esta. La diferencia es de apenas poco mas de 3 puntos. Solo un 6.8 por ciento lo rechaza de manera tajante, en tanto un 14 muestra indiferencia sobre el tema.
Se trata de números impensables en el pasado posterior a la caída del oprobioso régimen trujillista, y mas aún al término de los ocho años del tenso período balaguerista finalizado en 1978 con el arribo de Antonio Guzmán a la primera magistratura, cuando la palabra democracia pasó a ser una especie de llave mágica que abrió las puertas al pueblo dominicano al disfrute de un sistema de plenas libertades permitiendo, inclusive, que determinadas facciones políticas, aunque minoritarias, pudieran al amparo de las mismas, abogar sin temor a represalias por la implantación en el país de un régimen de diferente factura ideológica pero igualmente autoritario, calcado sobre todo en el cercano modelo castrista implantado en Cuba.
Con el transcurrir del tiempo, sin embargo, en forma un tanto sutil, apenas perceptible pero pertinazmente progresiva, el término democracia fue perdiendo adeptos en la medida en que la clase política no ha respondido a las expectativas de la mayoría y se fue diluyendo la confianza en la misma hasta llegar al presente a su punto mas bajo.
La creación de entornos de irritante privilegio alrededor del poder, la expansión de la corrupción y el enriquecimiento ilícito sin sanción, la debilidad de la justicia, el principio de autoridad minado por el oportunismo electoral que ha cedido paso al libertinaje, la prevalencia del crimen organizado y el narcotráfico en no pocos casos con la participación cómplice de autoridades y la tolerancia degenerada en impunidad e inseguridad ciudadana en tanto aumenta la insatisfacción de una gran parte de la población que no ve reflejado en sus condiciones de vida la sostenido y envidiable marcha de la economía del país, son factores que han contribuido al creciente descreimiento de que bajo el actual sistema político puedan alcanzar oportunidades de progreso y mejores condiciones de vida.
No es por azar ni un carisma de que carece que el nieto de Trujillo, emergiendo de manera inesperada en el escenario político nacional compite ventajosamente en las encuestas, si bien con baja valoración, superando a otros aspirantes, pese a estar estos respaldados por una hoja de vida donde no figuran visibles “colas que le pisen”, ni carguen el estigma del vínculo familiar con quien por 3 largas décadas oprimió al pueblo dominicano, persiguió, exilió, encarceló, torturó y asesinó a quienes tuvieron la osadía de oponérsele, cometió todo tipo de atropellos y desafueros, e instauró uno de los más sangrientos y odiosos regímenes que registra la convulsa historia del continente.
Ese 37.9 por ciento que se inclina por un sistema autoritario envía una señal en extremo preocupante que no es posible ignorar, y a la que es preciso darle importancia y seguimiento en la medida en que de seguir ampliándose pudiera crear condiciones propicias para el regreso a un funesto pasado de sombras.
Aunque duela reconocerlo, nuestra democracia tiene mucho de simple caricatura. Como tal la ven muchos. Cambiar el modelo y la imagen dándole un sentido integral que conjugue el ejercicio racional de la libertad con mayores oportunidades de bienestar y progreso al alcance de todos es la gran tarea urgente que tienen por delante nuestras clases dirigentes, tanto en el sector público como privado, o el fantasma de Trujillo y lo que representa seguirá habitando entre nosotros y haciéndose presente de manera cada más ostensible, preocupante y peligrosa.