En la prensa dominicana se han publicado intentos escritos y verbales de justificación de la matanza de los redactores y caricaturistas del semanario satírico parisino Charlie Hebdo, con los pretextos más absurdos e infantiles. Se ha alegado que el medio se burlaba de la fe de millones de musulmanes, y tratándose en su mayoría de periodistas, moralmente obligados a defender la libertad de expresión, la argumentación resulta penosa. Algunos se han enredado en su propia trampa al señalar que si bien condenan la matanza a sangre fría de las doce periodistas franceses, en una acción de cobarde irracionalidad, propia de dementes y fanáticos, no se debe permitir ni aceptar lo que han llegado a calificar como excesos y posiciones irreverentes contra una religión.
El pecado del semanario francés fue el de haber publicado viñetas del profeta Mahoma, lo que la ley musulmana le prohíbe a los creyentes de esa fe. Hace apenas unos dos o tres años una revista danesa hizo otro tanto y en los días siguientes las embajadas europeas en muchos países del mundo islámico fueron asaltadas por multitudes, con un elevado saldo de destrucción y muerte. Una novela titulada “Los versos satánicos”, forzó a su autor Salman Rushdie, ciudadano inglés nacido en la India, a esconderse por años, luego de que el líder de la revolución iraní invocara la Fatwa, ordenándole a los fieles creyentes del Islam a matarle donde quiera que se encontrara.
La matanza de los periodistas de Charlie Hebdo no tiene justificación y sólo demuestra el empeño musulmán de imponer a rajatablas su fe y costumbres al mundo occidental, con su enorme carga de intolerancia y adoración ciega, desconociendo que los cinco millones de islamistas residentes en Francia y los más de veinte acogidos en el resto de Europa revelan el respeto de esas naciones al Islam. El fanatismo religioso no tiene cabida en un mundo de respeto a las libertades humanas.