“El exceso de severidad produce odio, como el exceso de indulgencia debilita la autoridad”-Muslih-Ud-Din Saadi, poeta persa.

En este país ni en ningún otro hace falta ser bachiller para entender el concepto de toque de queda. Se trata de una prohibición gubernamental de permanecer en las calles luego de agotados los horarios permitidos. Se impone en situaciones excepcionales de guerra, tensión social inusual, catástrofes naturales para evitar saqueos y desmanes, delincuencia incontrolable en ciertas zonas, guerra biológica y situaciones pandémicas agravadas.

El término tiene un origen lúgubre y fatídico claramente vinculado con el abuso de autoridad o desconocimiento de derechos. Recordemos que fue utilizado en la Alemania nazi hasta el final de la guerra para restringir la circulación de judíos. También por los Estados Unidos contra los inmigrantes japoneses y ciudadanos negros. En nuestro país es la primera vez que se intenta utilizar la medida de manera recurrente y prolongada por causa del virus SARS-CoV-19.

Las secuelas de este virus en materia de salud, económica y psicosocial tienen pocas comparaciones en más de cien años, esto si descontamos las dos grandes guerras mundiales y el aciago episodio de 1918 protagonizado por el virus de la gripe tipo A, subtipo H1N1.3, conocido mundialmente como la gripe española. ​

Esta desgracia de salud se llevó, según distintas estimaciones, entre 40 y 50 millones de vidas, en una etapa en que la humanidad apenas vislumbraba el impresionante desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación de nuestros días, los admirables y acelerados avances científicos, así como la muy significativa interdependencia de los sistemas económicos nacionales a una escala verdaderamente global.

En los inicios apenas pudimos aquilatar la peligrosidad del virus y muchos, como quien escribe, la tildamos de gripecita, si bien lo hicimos cuando apenas comenzaba se marcha mundial, quizás ignorando el contexto de la nueva economía global con sus dinámicos y muy sensibles relacionamientos.

Ciertamente, los toques de queda son una de las medidas adoptadas por casi todos los gobiernos, especialmente por aquellos donde el avance de la enfermedad podría calificarse de espectacular. La eficacia de esta medida parece estar en función del nivel de instrucción general de la población, de sus hábitos culturales, madurez democrática y tradición firme de respeto a la ley.

Resulta totalmente ineficaz en situaciones de anarquía social, corrupción de los estamentos militares, violación consuetudinaria de las normas y aviesa manipulación por autoridad competente de cualquier situación que resulte transcendente por sus resbaladizos efectos adversos. Es nuestra cruda realidad, visible, palpitante y desafiante.

¡Todo lo prohibido está ocurriendo! El distanciamiento se olvida, las mascarillas se quedan en los vehículos o en los bolsillos, las fiestas familiares y otras continúan si ritmo habitual, algunos supermercados parecen mercados populares y la movilidad vehicular ocurre a todas horas. En efecto, la movilidad restringida, el distanciamiento exigido y la consabida protección con mascarillas especiales, son como una especie de broma general. Un desafío no solo a la autoridad, sino también a la razón.

En el medio tenemos el lucro en el desorden. Los militares y sus retenes son, con insospechada frecuencia, peajes ilegales. Piden o aceptan regalos de los ciudadanos que no quieren pasar una mala noche antes de las fiestas navideñas. Es un mecanismo adicional de recaudación ilícita cuyos resultados todo el mundo sabe que terminan repartiéndose en los distintos escalones de la jerarquía militar, lo mismo que los múltiples recursos de otras fuentes.

Por eso tenemos cientos de generales y otros oficiales muy ricos, con frecuencia escandalosamente ricos, pero nadie se atreve a lanzar sus flechas en esa dirección. Es muy peligroso.

La presidencia debería ya dejar sin efecto este falso toque de queda e intensificar las pruebas clínicas, la exigencia hasta donde se pueda del uso de mascarillas y la observancia de las recomendaciones de higiene. La restricción del toque de queda puede funcionar en Europa, en algunos países asiáticos que van en la delantera del desarrollo y en determinadas zonas civilizadas de los Estados Unidos. Aquí no.

¿Cómo podría garantizarse cuando las normas más básicas de la convivencia social no se cumplen a la vista de todos? ¿Cómo cumplirlas con una autoridad militar corrompida hasta los tuétanos?

Señor presidente, deje sin efecto el toque de queda en navidad, como ya su rumora. Si no se cumple ahora, cuando no tenemos para pagar nuestros préstamos personales, ¿acaso se haría con miles de millones de pesos en las calles y el tradicional espíritu navideño trajinando en la conciencia nacional?

No estamos pidiendo un exceso de indulgencia. Solo solicitamos mirar objetivamente la realidad.