Cualquier bípedo implume tendrá que admitir que las recién transcurridas elecciones primarias parecieron un gran hito de desarrollo del sistema político. La diligente actuación de la JCE, la bien orquestada organización del evento y la exitosa introducción del voto automatizado complacieron a la ciudadanía. Pero el resabio de una facción del PLD frente al muy estrecho margen de victoria de su contrincante ha despertado serias dudas sobre la veracidad de los resultados. Para restaurar la consecuente desconfianza del electorado habrá que revisar el sistema y lograr unos comicios fidedignos el año próximo. 

La JCE ya ha proclamado los ganadores del certamen y es poco probable –sino imposible– que cualquier acción legal que pretendan montar los agraviados tenga éxito. Se podrá incoar impugnaciones ante el Tribunal Superior Electoral, la misma JCE y hasta el Tribunal Constitucional, pero los fallos ratificaran los resultados proclamados oficialmente. Habremos de aceptar el insólito hecho de que en las primarias del PLD no se sabrá a ciencia cierta quien ganó y el declarado ganador, frente a la bizarra precampaña que libró, contenderá en las presidenciales de mayo con el baldón del perdedor moral.

En verdad, los pormenores de la votación del PLD arrojan un juicio adverso a la facción gubernamental. A juzgar por su intenso proselitismo basado en los recursos estatales y por las generalizada practica de compra de votos, la victoria moral de estas primarias peledeístas debe asignársele al expresidente Fernandez. Los antecedentes –incluyendo la más amplia campana publicitaria en la historia del país—apuntaban a un triunfo arrollador del precandidato Castillo, pero este solo obtuvo una “victoria” pírrica. El triunfo de Castillo estuvo manchado por un uso desfachatado de los recursos estatales y un ilegal y bochornoso involucramiento de los funcionarios públicos en su precampaña.

Tal vez porque algunas fueron comisionadas por los interesados, las varias encuestas que precedieron las primarias no coincidieron en sus mediciones. Sin embargo, la encuesta de Mark Penn/Stagwell, la cual estuvo avalada por la reputación de seriedad de la firma, pareció dar en la diana respecto a los resultados de las primarias del PLD. Haber medido un virtual empate entre los contrincantes podría verse como una certera predicción de esos resultados. Sin embargo, las evidencias que han surgido cuestionan el estrecho margen resultante y sugieren que pudo haber sido inducido de espaldas a la voluntad de los que votaron por el precandidato “perdedor”.

En efecto, ni el conteo manual de los votos ni el espaldarazo técnico de las universidades sobre el funcionamiento de la tecnología despejan las dudas. Aunque la diferencia de 1,206 votos entre el resultado electrónico y el conteo manual puede aceptarse como insignificante en una votación que llego casi a los dos millones de electores, el conteo manual no garantiza la fidelidad de los resultados. Esto así porque se puede dar por descontado que no todos los votantes verificaron que la boleta impresa replicaba fielmente su selección de candidato antes de depositarla en la urna. En muchos casos la selección no fue necesariamente lo impreso.

Con relación a la confirmación de la bondad del sistema electrónico que hicieron las universidades pasa lo mismo. La JCE no realizo la auditoria técnica que se le solicito con meses de antelación y, en consecuencia, no ha sido posible revisar la idoneidad del código fuente ni los programas (“software”) utilizados. Tampoco se ha realizado una auditoria forense para comprobar si hubo hackeo. Las redes sociales hirvieron con muchos videos que cuestionaban el sistema electrónico y hay que decir que en algunas presentaciones de televisión y videos de las redes se sembraron profundos y creíbles cuestionamientos.

La votación de 1.9 millones de electores en las primarias del PLD puso en evidencia una importante participación de la población no peledeísta en el torneo. Si tomamos como guía que solo voto un 30% de los inscritos en el padrón de 1.3 millones del PRM y aplicamos ese porcentaje al padrón del PLD de 2.8 millones de afiliados tendríamos que solo votaron 840,000 militantes (o un 44% del total de votantes). Eso significa que más de un millón de electores provinieron de la población. En vista de que los no militantes fueron la mayoría de los votantes, la interpretación obligada es que hubo un voto de castigo al precandidato gubernamental. Eso es lo mismo que decir que hubo un castigo al gobierno.

El expresidente Fernandez debe tomar este análisis como un sólido aliento a una candidatura presidencial independiente del PLD. El argumento de que no podría presentarse como candidato en la boleta de otro partido tiene sus detractores. Ya prestigiosos abogados han señalado que la Ley de Partidos prohíbe que un candidato que haya participado en primarias no puede presentarse posteriormente como candidato de otro partido. Pero el cantracanto a esa disposición es que Fernandez no fue un candidato sino un aspirante a candidato, un precandidato. Por su parte, el Tribunal Constitucional podría anular la prohibición con el certero alegato de que vulnera el derecho fundamental de cualquier ciudadano de elegir y ser elegido.

Mirando el panorama político en lontananza de cara a los comicios presidenciales de mayo próximo, lo que más conviene al país no es que se anulen las elecciones primarias. Es mas bien que el expresidente Fernandez compita nueva vez contra Gonzalo Castillo y Luis Abinader en las elecciones presidenciales. Así le haría un valioso aporte a la democracia dominicana, evitando el trauma de una anulación de las primarias, pero contendiendo en las presidenciales. Y si su participación provoca una segunda vuelta, sus posibilidades de ser el triunfador final podrían ser aún mejores.

Al final, el fiasco de las primarias no debe inducirnos a cuestionar la idoneidad de los jueces de la JCE. De ellos no fue la decisión de usar el sistema automatizado –en el cual probablemente creyeron de buena fe—ni su accionar previo a la contienda deja nada que desear. (En especial, el trabajo de su presidente fue tesonero, ecuánime y clarividente.) Es a la clase política a quien le toca ahora descartar el uso de ese sistema y volver al conteo manual para restañar cualquier resquebrajamiento de la confianza en nuestra democracia que pudo aflorar en la ciudadanía con la celebración de estas primarias.  Ella deberá también sacar de un todo a la JCE de las primarias de los partidos ya que esa es una tarea interna en la que la JCE puede colaborar, pero no servir de eje anfitrión.

La actuación ecuánime y bienhechora de la clase política resulta imperativa. No es solo que la economía se ha ralentizado con el ciclo electoral y que las señales de humo de la economía mundial presagian una recesión que podría empeorar la actividad económica y las remesas. Es también que la crisis de imagen turística que hemos sufrido y el debilitamiento del flujo turístico a la región del Caribe nos convocan a esmerarnos para no profundizar el daño a la industria sin chimeneas. El país tiene que actuar con una “espesa cordura” para no provocar nada que pueda perturbarla.