“Pobre de mi pueblo enano, en contra de la corriente, pero un pueblo muy valiente, nos salva solo el trabajo”. Juan Luis Guerra
Rabat, 24 de febrero 2020. Los acontecimientos actuales de la realidad política dominicana lucen muy esperanzadores si se los contrasta con la realidad de muchos países del mundo. Las imágenes del dominicano ejerciendo su derecho a reclamar muestra una sociedad unida en la diversidad de opiniones y colores político-partidarios. Esas imágenes de la bandera tricolor ondeada por doquier luce muy distinta a las imágenes de los disturbios chilenos, las manifestaciones en Bolivia o la fracturada sociedad venezolana.
En días pasados, en el Salón Internacional del Libro y la Edición de Marruecos (feria del libro) recitando los versos del poema de Pedro Mir “Hay un país en el Mundo”, recordé que hay un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol, oriundo de la noche donde hoy los campesinos tienen tierra, con título, y no todo pertenece al ingenio, realidad muy distinta al poema-denuncia, escrito en 1947, en pleno apogeo de la dictadura Trujillista. Una semana después, viendo la representación teatral de “La fiesta del Chivo” en un teatro Madrid, me sobrecogió la representación de un Trujillo cínico y burlón, despotricando contra la supuesta estupidez de un pueblo que ya no aprecia su benefactor. Recordé lo lejos que estamos de esa época oprobiosa.
¿Y entonces, a que viene este título tan peculiar para un artículo de opinión? A recordar, que en los años 80, mientras Centroamérica se desangraba en guerras, en Santo Domingo, un grupo de artistas comprometidos cantaban que los dominicanos “somos amantes de la paz, ejemplo de amistad”. Este recuerdo me trajo a la imagen de los “muchachos en la plaza de bandera”. No sabía lo que era wawa ni popi pero sí lo que pasa en la Plaza de Mayo en Argentina, donde cada protesta significa destrozos, basura, violencia y división de una sociedad que habla de “negros” frente a “chetos” enfrentando clases sociales.
Los muchachos de la plaza de la bandera están exhibiendo un excepcional civismo, pidiendo a gritos referentes, un liderazgo que los represente. Luce contradictorio que se manifiesten en contra de la dictadura, un sistema que nunca han conocido, portando camisas con la imagen del che Guevara, cuando tampoco saben lo que es un sistema comunista. Aun así, son conscientes de porque protestan, dicen que no quieren “Venezuela” es decir una sociedad polarizada y destruida por ambiciones políticas. No hacen distinciones ideológicas, su generación esta fuera de ese debate. Estos jóvenes, protestan de manera pacífica, exaltando lo mejor de lo que somos como pueblo. Si en los 80 se cantaba que somos amantes de la paz hoy definitivamente somos ejemplo de amistad, y esta juventud motivada, lo nuevo para un mundo nuevo. El gesto de brindar agua y alimento a la policía nacional vale más que mil palabras, los aplausos al finalizar la “jornada de protesta” un reconocimiento a que en una sociedad organizada todo el mundo tiene que cumplir su rol.
En sociedades que se consideran avanzadas, los líderes que promueven cambios son viejos revolucionarios que traen al debate populismos polarizantes consignado amplio apoyo de la juventud, como Bernie Sanders en Estados Unidos. En algunos de estos casos, como el caso de Jeremy Corbyn, en Inglaterra, la realidad los aplasta porque no logran empatía con una población que quiere soluciones para problemas complejos. Todo esto ocurre porque la juventud, llena de “idealismo ocioso” no encuentra referentes para canalizar su energía y encuentra una voz en los radicales de ocasión.
En la República Dominicana, lo que podrían ser los indignados de Stephane Hessel, son los muchachos de la plaza de la bandera, que no están protestando contra políticas como el establecimiento del 4% a la educación ni contra la exitosa renegociación de los contratos de la Barrick Gold. Tampoco protestan por la creación del 911 y toda la gama de políticas de estado que están haciendo de nuestro país un ejemplo para el resto de la región. Estos jóvenes son conscientes de que quieren un país con reglas claras, en su reclamo protestan junto a los fundadores del movimiento 14 de junio recordándonos porque es importante el derecho al voto.
El dominicano es, políticamente hablando un ser excepcional, hasta los nacionalistas son moderados. Mientras los nacionalistas en países como Hungría, Polonia y Holanda exhiben sin pudor su desagradable racismo-xenófobo y su homofobia, en la República Dominicana hablan de la frontera o critican las políticas de género, pero con altura, sin pasiones desbordadas ni apelación a bajos instintos, en un ambiente de cordial desacuerdo.
En la República Dominicana hemos logrado algo que muchos países desearían, un consenso mínimo de la clase política, que, aunque ha postergado muchas reformas, aunque quedan demasiado asuntos pendientes, siempre se pone de acuerdo, la sangre nunca llega al rio ni el país se quema por las cuatro esquinas. Tampoco tenemos candidatos que polarizan la sociedad, somos mucho más moderados y tolerantes de lo que queremos admitir.
Si por alguna razón me abrumara la realidad política fijo en mi memoria la fotografía de las Reinas del Caribe o Félix Sánchez, con la bandera tricolor, como diría Pedro Guerra, ganando para mí. Si me siento pesimista en la clase política fijo en mi memoria los Toros ganando la serie del caribe, porque, aunque soy liceísta, soy dominicano primero. Cuando me asalta la duda de porque elegí este título para un artículo de opinión, recuerdo a Juan Luis Guerra, recibiendo un Grammy de la mano de Whoopie Goldberg, por allá por los “early 90s” cuando no existía la ceremonia del Grammy Latino. Si siento que no hay relevo, ahí esta Vicente García, ganado Grammy como Juan Luis, como un paso de antorcha. Podría recordar también, mi orgullo al leer un artículo del New York Times donde se resaltaba como cuatro jóvenes dominico-americanos estaban redefiniendo lo que es ser latino en Estados Unidos, llamando a su agrupación de Bachata “aventura” o que ese mismo ritmo, ha sido declarado en la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y la candidatura, la llevó nada más ni nada menos que José Antonio Rodríguez, autor de las letras aquellas que hablan de que somos amantes de la paz. Si quisiera dar letra y no bachata recordaría a Junot Díaz, ganando el Pulitzer con una novela que bien podría ser la historia de cualquier inmigrante dominicano en Nueva York, o escucharía a Rita Indiana incitándome con aquello de que “llego la hora de volvé”. En el caso de que fuera un joven de los que están en la plaza de la bandera no necesitaría utopías, evocaría, junto a mi amigo Tabare Blanchard, las hazañas de Jack Veneno o la de los jóvenes dominicanos que plantaron la bandera tricolor en el Everest, miraría a Huchi Lora diciendo que si volviera a nacer, mil veces volvería a ser dominicano, porque en un mundo que esta cada vez más caótico y complejo, nos mantenemos unidos como pueblo. Eso, posible lector y amigo, es el excepcionalismo dominicano.