LA HABANA.- Diciembre es mes de clausuras, arqueo, liquidación y cierre de cuentas.

Y se ha convertido en casi normal, que el Sistema Informativo de la Televisión Cubana, en su modalidad estelar, que es el Noticiero Nacional de Televisión (NTV), realice entonces, un recuento, a manera de resumen, de todo lo acaecido durante el periodo que recién culmina. Editando, por supuesto, lo nefasto o vergonzoso. Y ensalzando solamente lo glorioso, lo sublime, histórico y excelso.

En los primeros días de enero suelen retrasmitirlas. Una tras otra, se suceden las noticias de logros obtenidos, planes alcanzados, señales de triunfo y especulaciones de victorias.

Y se pregonan al ritmo de una exaltada música, acompañada por la voces engoladas de locutores y periodistas, cual integrantes aguerridos de un ejército, en constante enfrentamiento con el “enemigo” – léase, inmerso en una cenagosa trinchera y circundado por las balas contendientes- pero que, para el televidente, más bien suena a Brigada de Rescate y Salvamento, o a labores de un Cuerpo de Bomberos, en perenne acción sofocadora de incendios y derrumbes.
Y se habla de desarrollo, crecimiento, avance, pujanza, incremento, altos índices, retos, metas alcanzadas. Pero sobre todo, se nos inculca la creencia, constante, de que estamos haciendo historia. Como si, de todas maneras, no la estuviéramos haciendo. Gústenos lo que hacemos; o no. El Partido, más o menos, hace lo propio.

Tal y como nos contara un viejo militante retirado, citan a todos los integrantes de las células bases, o núcleos, para festejar el periplo terminado.

Y, disfruten esto: hablar de lo que va a acontecer en el futuro. Como si fuese un círculo de lectores de ciencia ficción que predestinan la posterioridad.

El colmo es, cuando vemos a diario, la emisión más tardía del Noticiero Dominical, donde los comentaristas anuncian los acontecimientos que se sucederán durante la semana entrante.

¿Cómo puede anticiparse alguien a lo que va a ocurrir? Ni Casandra, la visionaria de Troya, ni la mejor sacerdotisa, con la bola mágica más eficiente, serían tan creíbles, o supuestamente exactas.

Es el periodismo programado, la obviedad más descarada en la noticia. Por supuesto, con la información que se puede, y se deja, decir. Recuérdese que la apariencia es primordial y base intrínseca de este entramado sistema.

El silencio institucionalizado, televisado y hecho público. La verdad a medias. O no completamente dicha. Porque ya todo el mundo sabe, que tanto avance difundido, es retroceso en verdad. ¿A quién pretenden timar con tantos cuentos de camino? ¿O se estarán engañando a ellos mismos? ¿A dónde van a parar, tantos sonetos de esplendor ficticios?
Es el momento pues, en que tenemos que armarnos, una vez más, de paciencia. Mucha entereza e infinita resignación, ante tanto embuste desparramado. Repetido sin vergüenza. Y sin cansancio. Así nos vemos obligados a respirar hondo, para tratar de llenarnos el alma de todo el aire verídico viable. Y de esa forma, afrontar lo que pueda venir.

Permanecer lúcidos, atentos a las menores señales. Y no dejarnos llevar por cantos de sirenas, o trompetines de conquistas, al cotejar que el día a día, en la calle, es completamente otro. Y muy distinto. Porque la realidad, todos sabemos, es bien diferente a como la cantan por esa señal digital o tubo catódico amordazados, en los que ya casi nadie cree.

Y cuando, por casualidad nos vemos obligados a conectarnos, de todas maneras, con su sarta de consignas, lemas e inauguraciones, podemos perfectamente imaginar, la cantidad impresionante de acontecimientos que se disfrazan, adornan, o encubren, una pésima productividad diaria o un eficaz rendimiento laboral.

Pero sobre todo, sotierran un nivel de corrupción bastante alto, un desvío de recursos ya habitual, y una malversación de fondos sin límites, que son prácticamente comunes en bastantes, varios, o casi todos, los organismos del país.
Mes tras mes, durante todo el año, las instituciones nacionales se dedican a preparar, el trance más importante que les dará renombre frente a todos. Que indicará a los ojos públicos, que en algo han estado trabajando. Aunque todo eso sea un poco inexacto, o más bien, falso.

Además de abrirles  la posibilidad de justificar el presupuesto asignado, pintar un tanto las instalaciones. Y de paso, propiciar el hurto autorizado, con los correspondientes gastos de combustible, comida, alojamientos, recepciones, hospedajes, logística, fiestas de inauguración y clausura, galas conmemorativas, credenciales, materiales necesarios y hasta el copón bendito para “el mejor desenvolvimiento de la actividad planificada”.

En algunos se les llama festivales, en otros ferias, congresos, asambleas, encuentros internacionales. Y en los más simples: balances, o chequeos de fin de temporada.
Así vemos y escuchamos, por la radio y la tv – con la tónica de una, cada vez más falsa redacción en el estilo imperante – que los viejos edificios endebles, resisten erguidos, incólumes, enteros y son llamados: vetustos inmuebles.

Las mujeres se transforman en féminas, los doctores en galenos y los niños, pasan a ser infantes. Se fundan nuevos proyectos, aún sin terminar, que arrastraran luego, por años, serios problemas de construcción. Hasta que se produzca de nuevo, otra reparación capital.

Y otra vez se cometan exactos errores. Aún recordamos, como anécdota, el día en que asistimos a la tan proclamada y necesaria reinauguración del Teatro Martí. Al menos conocimos de tres casos de personas, que cayeron de unas butacas pésimamente ajustadas. Y en el baño no funcionaban los secadores de mano.

¿Qué nos deparará el Gran Complejo Cultural Alicia Alonso para mañana, cuando el comentario general y público, es que fue reabierto con mucha pompa y lujo, pero, en realidad, no está aun debidamente terminado?

¿Qué el trabajo, que era para muchos años más, se terminó sólo en tres y tuvo que ser reabierto a fuerza de conmemoraciones en una fecha más temprana?

¿Cuándo coincidirán información noticiosa y veracidad?

¿Cuándo planes y concreta certeza material?
Aceptamos, por la fuerza de la costumbre, que los partes meteorológicos son pronósticos.

Pero ya estamos obligados a pensar, porque nos han habituado también a ello, que detrás de cada logro que nos pintan, se esconden un montón de deficiencias, chapucerías, incapacidades y mucho, pero que un montón de trabajo improvisado, ahorrado o mal hecho.

¿No es preferible destinar tiempo, recursos y esfuerzos, a conseguir una verdadera programación, o reedificación, segura, posible, estable o, al menos,  un poco más perdurable?

¿O al cuidado y mantenimiento de lo poquito que nos viene quedando en pie?
Es sabido, por ejemplo, que durante el pasado Festival Internacional de Teatro, algunas sedes fueron “reparadas”. Amén de la Presidencia de las Artes Escénicas, por supuesto, que fue super-retocada y embellecida.

El término exacto, hasta para ser teatral, sería decir que: fueron maquilladas. “Darle un poco de colorete” al frontispicio, es la sentencia popular en esos casos.

Una mano de lechada a las fachadas, que con los primeros aguaceros se despintan. Y… a ponerse a esperar el próximo presupuesto, que les permita gozar con el nuevos honorarios que se les asignen.
En el silencio, o en el peor de los casos: en el olvido, quedan todavía muchos camerinos desechos, una buena cantidad de retretes en mal estado – en la inmensa mayoría de todas los establecimientos culturales del país -, telones raídos, tabloncillos carcomidos por el comején, o bien podridos y hasta peligrosas instalaciones eléctricas en esos mismos lugares.

Ahora que el Ballet regresó a su sede tradicional, ¿por qué nuevas penurias tendrá que atravesar de nuevo el Teatro Nacional, con sus tres salas abandonadas, ya de por sí bastante maltratadas durante tanto tiempo?
Por cierto; ¿a quién se le pudo ocurrir en su anterior restauración, pintar la platea de la Sala Avellaneda, con un color amarillo claro? Evidentemente, a alguien que ha asistido a muchos congresos o reuniones, pero que nunca en su vida ha entendido, que el color oscuro, preferiblemente el negro, es esencial para el juego de luces que propone la práctica escénica.

¿Quién compró la tela, de un color mostaza, horrible y chillona, del Teatro Mella?

¿Quién construyó los baños del Complejo Cultural Raquel Revuelta, sin respiraderos y situados junto al lunetario?

¿Por qué a los pocos días de inaugurados, el Teatro Miramar, junto al ya mencionado Complejo Revuelta, se inundaron, ambos, con las primeras y más tímidas lluvias caídas?

¿Cómo duró tan poco la remodelación del Amadeo Roldán?

¿Hasta qué punto dejarán agonizar al, en sus tiempos fabuloso, Hubert de Blanck, luego de acabar con su imprescindible e histórico pasillo central entre lunetas?


Casos hay muchos más. Y son, por todos, muy bien conocidos. Pero ya sabemos también, que los que deciden sobre todas esas cosas, no son capaces, ni entendidos. Aunque sí es personal militante y “confiable” para el Partido.

Pero al final, esa “militancia y confiabilidad” termina por robarle dinero al propio Estado. Que una y otra vez tiene la tarea enojosa de reconstruir, reparar y enmendar lo mal ejecutado.

Otra vez lo mismo con lo mismo.  Y trasladan o “pelotean” a dirigentes y funcionarios, de un lado para otro, de puesto en puesto, “de carnaval en carnaval”,  produciendo en todas partes, idénticos estragos.
Todo eso se suma a la impotencia, la apatía, la decepción y el desencanto generalizado. E incrementa en montón, burujón y puñado, el mal gusto, la inoperancia, la negligencia y el fraude propagandizado.

El “eventismo” ya está institucionalizado. Forma parte de nuestra existencia. Y parece que llegó para quedarse.

Es norma, regla que se ha enraizado con fuerza mayor en la política cultural del país.
¿Qué nuevo desastre o falacia nos ofrecerá el evento que viene?

No se preocupen. Siempre habrá aplausos.

Y por la prensa, y sus noticias, no estaremos ni siquiera correctamente informados. ¡Cómo nos cuidan, ¿verdad?!
¡Felices los ingenuos, los indolentes, o los meticulosa y sabiamente adoctrinados!