Aunque perturba y dificulta el trabajo de los periodistas, la práctica presidencial de -(cual Nuria o DNCD)- “tirársele” a funcionarios, y además compartir, escuchar y hasta solucionar problemas de necesitados y tradicionalmente invisibles ciudadanos, cualquier día y a cualquier hora, además de innovadora es sumamente positiva para su imagen y para el país, para nuestro desarrollo institucional, y para ir poco a poco desapareciendo el tan presente fantasma del perínclito Rafael Leónidas.
Hace muy bien el presidente Medina al imponer su estilo de trabajo desde el Palacio Nacional. El hombre es el estilo. Parte del mensaje es el modo de emitirlo. O como decía el viejo McLuhan: El medio es el mensaje… (y hasta el masaje, amor).
Este estilo del mandatario sólo tiene ventajas:
Por un lado, el factor sorpresa le permite enterarse de la realidad “más verdadera” de los lugares que visita. E, in situ, o sea, ahí mismo, tomar decisiones que en caso de descuido, ineficiencia o desafine del funcionario puede incluir cancelación, suspensión sin disfrute de sueldo, y si es guardia, 30 días de arresto, que para eso el Presidente es la autoridad suprema de las gloriosas.
Al no ser un gran orador ante multitudes, es muy correcto que el Presidente saque provecho a su mejor manera de comunicar que es la directa/personal, que además le permite proyectar la mejor de sus imágenes: la de un hombre humilde y sincero, bien intencionado, que no intenta ser visto como el predestinado que llegó de la gloria a visitar a infelices en el drama de su infierno, sino como un presidente humano, cercano a los pobres entre quienes –y es fácil notarlo- se siente cómodo, a sus anchas. ¡Y eso en política es oro sólido!
Con este proceder, el Presidente convierte en una virtud en la cercanía, lo que es un defecto ante grandes auditorios. Ni cherchoso ni extrovertido como don Hipólito; ni formal, conceptuoso e intelectual como el profesor Fernández.
El que hemos visto en estos casi cuatro meses es el estilo del Presidente, SU estilo: ni mejor ni peor que el de Mejía o el de Fernández.
Por supuesto que este bulevar tendremos que repetirlo en tres años, para comprobar si el endiosamiento, “limpiasaquismo militante” y la absorción de calcetines en demasía, no cambiaron al Presidente.
Que Dios lo guarde y Tatica lo ampare.
Recuerdo ahora, el momento en que en una actividad en Palacio Nacional, una hermosa joven de espanto y seducción, de abolengo y apellido sonoro, mientras miraba con ojos de cordero degollado al presidente de turno, me dijo,: “¡Ay, Pablo, es que él tiene algo”. Y yo, ofendido y frustrado en mis pretensiones -que de tan malas eran buenas-, le dije por gadejo: “Claro que tiene algo: La banda presidencial”.