Tras los atentados en París el 13 de noviembre de 2015, escribió el filósofo francés Bernard-Henri Lévy un artículo de prensa en el que llamaba a los franceses en particular y europeos en general a defender contra ISIS, en el campo de la guerra, el estilo de vida occidental que dicha organización extremista “quiere destruir”. Apuntaba, en ese orden de ideas, que los europeos, viviendo en “libertad” y comodidad, habían olvidado que su estilo de vida requiere defenderse. Los estadounidenses, sentenció, sí están conscientes de que su estilo de vida se defiende con las armas y, por tanto, tienen los europeos que emularlos. Más o menos fueron esas sus declaraciones. Las cuales me llamaron especialmente la atención. Porque es verdad lo que dijo: el estilo de vida (y niveles de consumo que, por supuesto, en tanto pensador eurocéntrico-liberal, no incluye dentro de la misma ecuación) de los europeos y estadounidenses –de occidente- requiere asegurarse con las armas ante el otro que no puede vivir así. Y es cierto, asimismo, que Estados Unidos, una sociedad que glorifica las armas y lo militar casi religiosamente, sí tiene claro que para vivir y consumir como lo hace tiene que matar afuera. Dicho esto, analicemos, considerando tales entendidos, a qué se refería Henri Lévy y, en ese contexto, de dónde es que verdaderamente surgieron los ataques en suelo parisino.

En el contexto de la modernidad-colonialidad existente, y el sistema-mundo capitalista que creó a partir del siglo XV (con sus respectivas variaciones y modificaciones en épocas posteriores), occidente, en tanto poder hegemónico que controla la economía mundo, precisa mantener unos niveles de consumo superiores al resto del mundo, esto es, al convertido en otro-racializado tras el descubrimiento-invención-desencuentro de las Américas. Tales niveles de consumo son los que permiten ese estilo de vida occidental que se instaló como lo “normal”, lo “civilizado” y lo “democrático”. Mientras se montaba la Modernidad y el paradigma de vida occidental como lo más humano (entendiendo por humano lo blanco-occidental epistémica y ontológicamente), al mismo tiempo, occidente estaba exterminando y esclavizando a otras poblaciones (particularmente al indio de las Américas y el negro africano) en tanto eran consideradas prescindibles a la luz de las lógicas del capital y la ganancia. Esto es, el estilo de vida occidental que conocemos hoy se originó en el contexto de relaciones de poder asimétricas, que convirtieron a unos en menos humanos que otros, y bajo paradigmas económicos por virtud de los cuales para unos tener lo que tienen y consumir lo que consumen, tuvieron que quitarle a otros.  Una vez esto lo vemos desde el entendido de que la exclusión y deshumanización de cuerpos humanos prescindibles al capital y la ganancia son constitutivos (de suyo) al capitalismo, nos damos cuenta de que, en tanto siguen imperando en el sistema-mundo actual dichas lógicas del capital, el estilo de vida y niveles de consumo occidentales se siguen montando sobre la base de la exclusión y deshumanización de otros. Es decir, en el quitarle a otros para los occidentales tener. La estructura económica mundial, con las instituciones como el FMI, Banco Mundial y la misma ONU, así como el andamiaje jurídico que regula el comercio internacional, no son más que instrumentos para mantener esa asimetría.

Cuando los europeos hablan de su estilo de vida se refieren, como hemos visto, a un estilo de vida que se sostiene a partir del robo y el expolio, esto es, de quitar a otros. Si miramos, por ejemplo, las estadísticas sobre la huella ecológica de un país como Suiza (en apariencia “inofensivo”) en el sentido del impacto en el planeta de su consumo podemos ver lo que ese país necesita en términos de recursos para consumir lo que consume, es decir, para vivir como vive. Imaginemos cómo es el caso de gigantes europeos como Alemania, Francia o Reino Unido. Ni hablar de Estados Unidos (según estudios se necesitarían cuatro planetas, para mantener sus niveles de consumo, si en el mundo hubiese dos Estados Unidos). Los recursos del planeta son finitos en tanto el capitalismo que abandera occidente propone y practica una lógica de crecimiento económico infinito. En el contexto del capitalismo, tanto en términos de los recursos del planeta –y medioambientales- como en el paradigma de la Modernidad existente, no es posible sostener el estilo de vida y niveles de consumo de los occidentales sin que, necesariamente, ello implique quitarle a otros y también matarlos. El estilo de vida que defienden los liberales y derechistas europeos (y sus acólitos en el resto del mundo), muy alarmados tras los atentados en París, significa hambre, destrucción y muerte para millones de seres humanos en el resto del mundo. Dentro de las lógicas de la modernidad de otra forma no es posible. Tampoco hay tantos recursos en el planeta para que todos vivamos y consumamos en el mismo nivel. Empero, quien piensa y enuncia desde occidente, no importa donde se encuentre geográficamente en el mundo, no lo puede ver.

Los europeos, sin embargo, con el recuerdo de dos devastadoras guerras mundiales en su propio territorio, que supusieron la muerte-masacre de millones de seres humanos, han abandonado las actitudes bélicas en favor de posturas “pacíficas” y “humanitarias”. Las sociedades europeas, en general, defenestran lo que gira alrededor de lo militar. El europeo promedio actual, en tanto se asume como prototipo de lo “desarrollado” y “civilizado”, ha naturalizado su condición privilegiada en el marco del sistema-mundo. Lo ve como algo normal. De tal modo, no considera que hay algo que defender. Lo que ocurre en el resto del mundo (masacres, violencia, guerras, genocidios étnicos, etc.) lo entiende como propio de esos confines “atrasados” del mundo que, por cuanto no han alcanzado el desarrollo y nivel humano occidental, viven en la barbarie. Ni siquiera cuestiona que empresas europeas financien guerras civiles en países africanos y asiáticos en aras de recursos naturales. Entretanto, cuando lo cuestiona lo hace desde un moralismo-humanitarismo que invisibiliza el hecho de que precisamente esas empresas son parte de lo que hace posible su estilo de vida y, por tanto, “libertades”. Asimismo, muy poco denuncia las acciones de sus gobiernos los cuales venden armas a países bajo cruentas dictaduras y monarquías absolutas de muy dudoso proceder como Arabia Saudita. Desde esa estructura de pensamiento el europeo medio solo reconoce las tragedias del otro cuando tienen relevancia en su vida. Por ejemplo, como cuando llegan los refugiados sirios a la costa mediterránea. Ahí ve el problema. Antes no: hace décadas que hay millones de desplazados huyendo de genocidios y guerras en África y Medio Oriente, los cuales solo existen cuando entran a Europa. Y una vez llegan, el europeo “civilizado” y ”humano”, les recibe con generosidad ya que no tiene ninguna responsabilidad en su desgracia.

Estados Unidos es otra cosa. El estadounidense promedio, esto es, el blanco hegemónico de esa sociedad, sin el recuerdo reciente de una guerra en su territorio, y, en cambio, con la presencia de un otro interno que ve como amenaza en tanto ser inferior-violento que es el negro, es un sujeto especialmente violento o, cuanto menos, con tendencia a la violencia. En el contexto de una sociedad que en su constitución recoge el derecho a tener armas como fundamental (cuando situamos en perspectiva histórica dicho enunciado constitucional vemos que el mismo hunde sus raíces en la defensa de la propiedad privada del sujeto blanco) y que glorifica todo lo que gira alrededor de lo militar, es decir, de la muerte, la violencia se instala como parte del ser-estar-en el mundo del estadounidense. Hay una construcción ontológica del estadounidense a partir de la violencia, de tener que matar para ser. En Estados Unidos la modernidad, internamente, operó de manera diferente a Europa por cuanto allí se practicó un colonialismo interno en contra del indio y del negro (y también del blanco pobre), lo que significó que el blanco hegemónico aplicara las lógicas de la excepcionalidad de la guerra convertidas en lo cotidiano, que los europeos aplicaron y aplican fuera de sus naciones, en su propio país. Lo cual, considero, aunado a la cultura de las armas para-defender-la propiedad privada (que en los inicios de esa nación solo era posible para el hombre blanco rico, heterosexual y anglosajón), hace del estadounidense medio una persona especialmente violenta. De ahí el reconocimiento de los estadounidenses de que lo que tienen, esto es, su estilo de vida-libertades y niveles de consumo, precisan defenderse a través de los métodos de la guerra todo el tiempo. Siempre hay una amenaza a su “libertad”.

Y, al igual que Europa, para Estados Unidos mantener sus niveles de consumo en el marco de la economía-mundo existente, tiene que quitar a otros para poder tener. El ejército de ese país es el brazo armado de las empresas y dólares estadounidenses que en el contexto del capitalismo global desde el final de la Segunda Guerra mundial controlan gobierno y grandes empresas estadounidenses (que son lo mismo esencialmente). Pero, distinto a los europeos, los estadounidenses sí se saben en medio de unas relaciones de poder mundiales que se montan sobre la violencia ante otro inferior en tanto “incivilizado”. El europeo está mirando otras cosas y piensa que lo que tiene es lo normal. Son dos miradas coloniales diferentes hacia el mundo y el otro. Y ahora, con los ataques perpetrados por islamistas wahabitas en territorio francés, el europeo medio comienza a mirar el mundo desde la misma lógica de la guerra que el estadounidense.

Sin entrar en consideraciones propiamente geopolíticas ya que requeriría otro análisis, veamos a qué obedecen, verdaderamente, los ataques ocurridos en París el 13 de noviembre de 2015. En primer lugar, develemos la falsedad de las declaraciones del presidente francés Francoise Hollande cuando refirió que Francia, tras los ataques, está en una guerra contra ISIS. Eso es falso en sus términos. Los ataques en Francia, tanto estos últimos como los registrados contra la revista Charlie Hebdo en febrero de 2014, obedecen, en primera instancia, a un problema social de ese país. La sociedad francesa, tras el período de descolonización en las colonias francesas a mediados del siglo pasado, recibió grandes oleadas de inmigrantes procedentes de sus antiguas colonias. Los musulmanes árabes del Magreb fueron de los grupos que más llegaron a Francia. Donde encontraron una sociedad excluyente que, a partir de entendidos civilizatorios y republicanos-laicos infranqueables, los forzó a un desarraigo en cuanto a sus creencias religiosas y los estilos de vida que de ellas se derivan. Luego los relegó a vivir en guetos en las periferias de las grandes ciudades donde el empobrecimiento y falta de oportunidades presiden la vida. Con el paso del tiempo la población musulmana francesa fue creciendo demográficamente. Del mismo modo, la era de la globalización y la primacía del capitalismo occidental y su globalización una vez llegado el siglo XXI, provocó aún más desarraigo existencial en los musulmanes francesas –particularmente jóvenes- por cuanto veían cómo lo que son es rechazado en un mundo que privilegia radicalmente solo una forma de ser, estar y vivir la vida: lo occidental. Al mismo tiempo, occidente se volcó en una guerra contra lo musulmán tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 que dividió al mundo en una lógica de buenos y malos, esto es, bueno lo occidental y malo lo musulmán-árabe. ¿Qué sucedió? Pues que el problema social francés de jóvenes musulmanes viviendo en guetos empobrecidos, derivó en radicalización religiosa de esos mismos jóvenes ya que en el Islam radical encontraron identificación y sentido de pertenencia. La forma de ser-estar-en el mundo, para dichos jóvenes, se constituyó en el rigorismo coránico wahabita y en la estructura de negación del otro que el mismo propugna (algo, de hecho, bastante moderno-occidental y muy poco islámico en términos históricos).

En el radicalismo hallaron lo que, dentro de su exclusión constitutiva, nunca pudieron encontrar en la sociedad francesa. Sí se consideran franceses los musulmanes que se han disuelto en la identidad francesa, esto es, los que renuncian a lo que son en favor de lo francés. Sin embargo, los que quieren seguir siendo musulmanes jamás podrán hacer lo mismo en una sociedad francesa que, en tanto moderna-occidental, es radical-extremista ya que solo considera válida y “humana” una forma de vida. No hay una guerra de ISIS contra Francia realmente: hay un problema social interno entre jóvenes franceses musulmanes desarraigados contra lo que los excluye. Pregúntese, amigo lector, si es una guerra como dice Hollande, ¿por qué ISIS y las otras manifestaciones del extremismo islámico no atacan con la misma regularidad en otros países europeos?

ISIS es una organización wahabita suní cuya interpretación coránica es exactamente la misma que la de Arabia Saudita: país desde el que salieron –y siguen, aparentemente, saliendo- los petrodólares que lo financian. Arabia Saudita es la cuna del islam radical sunita de grupos como Al Qaeda, su filia siria Al-Nusra e ISIS. En universidades sauditas, dedicadas exclusivamente a enseñar la doctrina coránica wahabita suní, según la cual el califato de la umma futura debe erigirse sobre dicha interpretación rigorista del Corán, se ha formado la mayor parte del liderato extremista islámico. ISIS y las autoridades de la monarquía absoluta saudí coinciden plenamente en su visión islámica del mundo. Son lo mismo. De modo que si de verdad se quiere combatir al extremismo islámico suní hay que, necesariamente, mirar al régimen saudita. Sin embargo, gobiernos y empresas francesas venden armas al gobierno saudí. Y líderes occidentales de todas las extracciones ideológicas van y le dan la mano al rey absoluto saudí en pos de intereses económicos y geopolíticos.

Para entender ISIS debemos comenzar preguntándonos por qué y cómo surgió ese grupo. Segundo, cómo se financia. Tercero, qué predica religiosamente para saber dónde tiene aliados en el mundo árabe musulmán. Y cuarto, esos aliados, que ven el mundo igual que ellos, con quién de occidente se relacionan. El primer cuestionamiento nos lleva al inicio de esta reflexión: el estilo de vida y nivel de consumo occidental que se basa en quitarle al otro, de ahí las invasiones en aras de petróleo en territorio de Medio Oriente que permitieron el surgimiento de ISIS (incluso el wahabismo surge en el siglo XIX en medio de la  colonización británica de una parte de Medio Oriente y la consiguiente pérdida de poder del califato otomano en esa zona). Y los demás cuestionamientos se responden develando la hipocresía occidental como la de Francia que, al tiempo que declara la guerra a ISIS, vende armas a sus financiadores.

ISIS es una respuesta radical a las relaciones de poder asimétricas instaladas por la modernidad-occidental dentro de sus mismas lógicas de deshumanización y negación del otro. El imperialismo-militarismo capitalista que destruyó Irak, Afganistán y ahora Siria creó las condiciones, política y territorialmente, para su surgimiento. Si queremos solucionar el problema que representa su extremismo, comencemos por develar lo que implica el estilo de vida occidental y la hipocresía y deshumanización-negación del otro de occidente.