El país civilizado, más que por sus grandes fábricas e industrias de producción en serie de sus múltiples productos para colocarlos en los mercados de mundo, se distingue por el respeto a las leyes por parte de gobernantes y gobernados. Una de las cosas que se destacan a nuestro primer contacto o visita, es el orden basado en normas, que cumplen todos sus ciudadanos. Nadie hace lo que le da la gana por el simple hecho de estar en el poder, pertenecer a un partido político, ser blanco o negro, rico o pobre. El valor de ser ciudadano es la primera condición de la convivencia humana bajo las leyes de una nación que merezca llamarse tal.

Mi país, por el que vivo, canto, anhelo y sufro, está pasando por una crisis institucional, política y moral que lo está llevando a un punto tal, que debe preocuparnos a todos. La preocupación por el país debe ser, y de hecho lo es, aunque no se piensa muchas veces ante una profunda reflexión, por nuestros hijos y nietos y por los de los parientes, vecinos y relacionados. No podemos dejarles a los nuestros como herencia una tragedia de país. Estamos en el alto deber de producir un cambio de rumbo para lograr cambiar el modelo político, social y moral que tenemos.

Si para algo ha servido la pandemia es para evidenciar que aquí todo se vale, desde el poder político y todas las instituciones públicas controladas por el mismo. Llámese como se llame la entidad en cuestión. El partido en el gobierno puede destruir el país para imponer un candidato. No puede ser! La voluntad ciudadana es la fuerza más poderosa que tiene un pueblo. Nadie será capaz de resistir la voluntad popular.

Desde el propio gobierno han desacreditado el estado de emergencia. Todo el dinero del pueblo, más de 200 mil millones de pesos, está al servicio del candidato oficialista, quien está ejecutando el plan de asistencia social, sin corresponderle hacerlo, ya que no está designado para realizar esas funciones. Peor aún, todos los candidatos de la oposición deben respetar el estado de emergencia sin salir a terminadas horas; sin embargo, el candidato del gobierno y su equipo andan y desandan por doquier durante las noches, a escondidas, repartiendo selectivamente y entregando algunos alimentos, como salami, con la cara de dicho candidato del partido oficial. O soltando pollos vivos al público, para ver a los pobres pelearse y contagiarse con el virus. ¡Qué manera de estrujarles en la cara la pobreza a los propios pobres que no tienen pan!

El dinero del pueblo utilizado de manera burda. Sin presidente ser se hacen esas cosas: maltratando y violando las leyes del país. ¿Qué no trataría de hacer, si se fuera presidente? El país no puede ni debe aceptar esta violación y abuso de poder. Hasta ahí no se puede llegar. Burlarse de la pobreza de los pobres es un pecado imperdonable!