La ciudad, el espacio urbano que habitamos gran parte de la población mundial (se estima que la mitad de los habitantes del planeta viven en ciudades), funciona como un ecosistema y como tal permite la vida de diversos organismos en su medio físico.  El hombre es el principal actor y provocador de cambios en este medio físico, quedando su huella plasmada en todo cuanto vive en este ecosistema y en todos los intercambios de materia y energía (recursos), que se manejan y que se producen.

En este “movimiento” de recursos entre un ecosistema y otro (entre un núcleo urbano y otro núcleo poblacional, urbano o no) es cuando se producen los desbalances y desequilibrios…..tanto para uno como para otro ecosistema.

El manejo de la energía para procesar y conducir estos recursos (agua, alimentos, productos varios de usos cotidiano y a la propia energía), crea la huella ecológica de las ciudades y pude llegar a alterar, para bien o para mal, sus condiciones ambientales propias. Estas condiciones pueden ser desde sociales hasta naturales: interrelación social de las personas (entre ellas mismas y su entorno), variables físicas (de paisaje y morfología), variables ambientales (residuos, ruidos, contaminación en general), variables climáticas (temperatura y humedad), etc.

Cuando por un maltrato sostenido de los ciclos de vida (atmosféricos, hidrológicos, energéticos), que conforman el ecosistema llamado ciudad, se pierde el equilibrio en el movimiento y manejo de los recursos antes citados, se producen una serie de patologías urbanas que señalan el tránsito por el camino incorrecto que estamos siguiendo.

El aumento de la contaminación ambiental (ruidos, desechos sólidos, polución), el aumento de las temperaturas en el casco urbano, los mayores niveles de emisiones de Co2 y Co, la bajada a niveles mínimos de las renovaciones de aire, los desequilibrios de la humedad relativa, las alteraciones de la composición del suelo, la contaminación de los acuíferos naturales (superficiales y subterráneos), el desgaste de las fuentes no renovables de energía, entre otros, son algunas de las patología urbanas a las que estamos tan acostumbrados en nuestras sociedades que pasan a ser parte de nuestra cotidianidad.

Sin embargo, el hecho de que sean en parte de nuestro día a día, no les impide dejar de ser escalones de una trayecto en picado que nos conduce a unos desequilibrios inaceptables e incompatibles con el concepto de vida saludable.

Nuestra huella

La reducción de la huella de carbono, lo que es igual a decir la reducción del impacto del hombre sobre el medioambiente, es uno de los desafíos que nuestra sociedad actual rehúye asumir. Intereses políticos (o económicos/comerciales ),hacen que toda una civilización y su cultura siga viendo este tema como algo lejano, ajeno a sus intereses particulares y parte de una utopía inalcanzable.

A estas alturas del partido tenemos ejemplos de sobra de que muchos de los daños que hemos causado como sociedad tecnológica y de consumo (desde la revolución industrial), son irreversibles. Aún con estos daños, el planeta sigue “flotante” en su Vía Láctea….¿Pero esperaremos a que se “caiga” para darnos cuenta?

Seguirán corriendo tinta y trazos de las manos de algunos utópicos ( que no Viollet-le-Duc), que continuaran planteando fórmulas para un urbanismo más acorde con la realidad ambiental que nos ha tocado vivir……Pero eso tendrá que ser materia para algo más que un pequeño artículo de sábado.

Nota: Las fuentes originales en las que se fundamenta parte de este artículo son algunas de las reflexiones y trabajos académicos de la Dra. Arq. Esther Higueras; ETSAM-UPM.