(La espacialidad de la palabra 3)

El espacio que se crea en la memoria es otra vertiente de la espacialidad que nos brinda la creatividad escrita, muy propia, sobre todo, de la narrativa, pero igualmente puede hallarse en la poesía como observaremos a continuación.

Un lugar que se crea en el pasado,  dentro de los recuerdos. Un lugar que existió y tal vez existe aún, pero indiscutiblemente no forma parte del presente de quien lo muestra.

Ese tipo de espacio de la memoria, nostálgico desde el instante mismo en que se descubre, aparece usualmente afectado por los sentimientos del interlocutor y tiene que ver directamente con el tamaño y la edad de su exponente, la forma en que fue percibido y el evento que lo clavó como recuerdo.

Cuando hago consciencia de los espacios de la niñez,  al ser revisitados en la actualidad, observo que antes, en el mundo de las percepciones infantiles, estos eran asumidos como mucho más vastos y grandiosos que hoy, definitivamente al recordarles, uno lo hala del pasado con la amplitud vivida y el impacto del hecho que lo marcó para ser recordado: el patio de la abuela,  el escondite debajo de la cama o el hueco interno del viejo armario, para mencionar unos cuantos espacios llenos de magia de aquellos años del recuerdo.

O

Un ejemplo de este espacio escondido entre las líneas del autor José Enrique Delmonte, es descubierto en el relato “la esperanza” del libro Alquimias de la ciudad perdida, donde revela como pócima mágica su existencia:  “Qué fácil era enlodarnos y sonreír nuestras hazañas, que simple era lavarnos el envés de nuestras manos envueltas en laureles. Y saltábamos en los charcos estivales y nos adornábamos con cadillos, con nobleza como si fuesen nabos. Y juntábamos tapitas de colores para luego colocarlas en la espalda so pena de parecer reveses.”
Es difícil no imaginar este escenario con sus indiscutibles actores, correteando felices, inundados de alegrías. Cada cual en su cabeza, lo construye con la arquitectura de la nostalgia expresada delicadamente por el autor. Callejones húmedos, charcos listos para ser asaltados por diminutas pisadas, las hojas de los laureles tamizando el cielo… La memoria ejerce un poder magistral, como hemos mencionado anteriormente, cada uno de los actores recordará ese pasado a su modo,  con los destellos que regala la mirada individual.

Otro ejemplo de este espacio que se recrea en la memoria lo podemos encontrar en el poema Entonces,  del escritor español Ángel González :

“Entonces,
en los atardeceres de verano,
el viento
traía desde el campo hasta mi calle
un inestable olor a establo

y a hierba susurrante como un río

que entraba con su canto y con su aroma
en las riberas pálidas del sueño.”

Imágenes que evocan una espacialidad de gran escala donde el recorrido del viento y el aroma cabalgando sobre su lomo,  dibujan en la mente un largo recorrido.