La espacialidad de la palabra. El puente entre la poesía y la arquitectura de lo imaginario. Un paseo por el mundo poético de José Enrique Delmonte. (Segunda entrega).

Para que exista la acción, debe existir un escenario.

Cito a Orlando Fals Bordas en su libro Acción y Territorio: La acción, el hecho, instaura instantáneamente una identidad territorial, el apropiamiento del espacio a través de la acción ha creado por siglos el sentimiento de posesión de un entorno, la propiedad colectiva de la tierra.

Así como los padres de la patria accionaron una vez para hacerse responsables de un espacio territorial y regalarnos una nación, cada acción proclama la apropiación de un entorno que permanece indiscutible en la memoria.

Los infinitos escenarios de actuación, la ciudad, el campo, la casa, el espacio habitado en la memoria, son creados directa o indirectamente por la acción ejercida, por el verbo conjugándose en algún lugar. En las técnicas narrativas el ambiente físico es el espacio real, donde los personajes interactúan. A veces este espacio queda omitido en palabras pero latente y contundente sosteniendo una desarrollo real, de movimientos estridentes y fuertes.

Un ejemplo de este tipo de espacialidad lo hemos identificado en el poema Giramos, primer poema de Once palabras que mueven tu mundo, donde el autor dice:

“A pesar de la distancia, / adelantamos pasos / y volvemos al punto de inicio/ donde aprendimos a girar la rueda del ya no vuelve.”

Cuando adelantamos pasos, generamos un acto que evoca un recorrido, un camino se forma instantáneo en la mente. Estos versos sugieren de igual forma una distancia específica, larga y posiblemente triste, ya que se muestra justificada “a pesar de la distancia”.  La permanencia del acto que genera la incesante repetición, es la testarudez del hecho que hace surgir el camino infinito, sin finales reconocidos.

Al tropezar con los últimos versos que dicen “persistimos un día en aprender / a quedarnos.”

Surge en mi mente una pregunta ¿A quedarnos dónde? dónde existe ese lugar que crea el autor tejido de palabras. Es acaso un espacio imaginario, su alma o el lugar que crean dos personas cuando están unidas. El hogar que se genera y se desarrolla en la rueda, que se repite y no avanza, girando incesante. La decisión de permanecer sugiere un lugar, aunque ese lugar sea tal vez un estado de ánimo, la paz o la guerra interna generada al mismo tiempo en los momentos que sentimos cuando nos percibimos estancados.

O como en el poema Suficientes vértices

“Transito / entre vueltas y vueltas / como quien no sabe hacia dónde / mientras recuerdo las hojas / que crujen cuando vuelvo y paso / cuando me grito es lo mismo“ En este poema, a través de la idea completa y siendo sublimizada en estos específicos versos, el autor  convierte el cuerpo de la amada en un lugar, donde recrea un recorrido circular que emana recuerdos mediante los pasos sonoros que ha repetido, que son viejos (hojas secas) que resurgen ante la fuerza de un grito desesperado. Ese espacio conocido, suficientes vértices que enmarcan un recuerdo, es también infinitamente misterioso. Se convierte en el lugar donde ejerce sus dudas, donde finalmente no puede decidir de qué forma, qué manera ocuparlo.

En el libro Alquimias de la ciudad perdida, el espacio, a través de muchos de los relatos poéticos un mundo surreal y millonario, surge usualmente de forma conocida, siendo creado al nombrar artefactos que lo delimitan u objetos que ya existen en la ciudad y se divisan a través de un recorrido. Pero también, a través del mundo imaginario y parido en imágenes del autor, encontramos en ciertas ocasiones, ese lugar sugerido por la acción, ejemplificado de forma magnifica en el relato poético de nombre EL ÁGAPE. “como buenos corderitos se fueron colocando en fila india, los hombre por un lado, las mujeres por el otro, niños y señoras en el frente y condenados y piadosos al final” En este limitado párrafo se asoma un amplio lugar, una plaza o un callejón de la ciudad perdida. Se su grandeza se descubre mediante la idea del número de personas congregadas, organizándose para recibir el regalo del zumo, que en su realidad dudosa representa tal vez otra acepción. También en el mismo relato, al nombrar a varios personajes, surge de repente la idea del barrio como un contenedor repleto de conocidos, donde cada quien tiene y cumple con su rol. La espacialidad se muestra en su sentido comunitario. “Y hubo que llamar a Marta Santos, la comadre de Mileca, la señora de los ritos y las citas exitosas… y hubo que llamar a sor celeste que traía entre las manos un frasquito de mentol. “