Democracia plebiscitaria y participativa
En una sociedad democrática la participación de los ciudadanos no se puede reducir a participar en las convocatorias electorales periódicas, para elegir diputados, senadores, alcaldes, concejales, jefes de gobiernos o jefes de estados.
Max Weber decía que en una democracia los electores eligen a unos señores para gobernar. Les dejan actuar durante el periodo de tiempo para el que son elegidos. Estos cumplirán o no su programa y sus promesas electorales. Al concluir su mandato se convocan nuevas elecciones y si no han cumplido, los electores le dan una buena patada en el culo y lo envían a la oposición.
Esta manera simple y sencilla de entender las relaciones entre elegidos y electores, entre mandatarios o representantes y los ciudadanos, es típica de una concepción de democracia plebiscitaria. Una democracia en que el papel del ciudadano es mayormente pasivo, con un momento culminante de actividad decisiva: el día de las elecciones.
Esa concepción hay que rechazarla por limitada. Es una alienación permanente del poder de los ciudadanos que se convierten en sujetos pasivos, que transfieren el poder a los políticos, y les dejan hacer y pasar, hasta que les llega otro momento del proceso, el día que vuelven a ser sujetos activos de la voluntad política y van a las urnas.
Frente a esta concepción de democracia plebiscitaria, la democracia participativa-representativa, sin abandonar los ejes de la democracia representativa clásica, introduce la permanente presencia de los ciudadanos como parte activa del proceso político.
Control ciudadano e iniciativa legislativa
Así pues, el papel de los ciudadanos es tratar de hacer un control sobre los elegidos, no solo un control negativo, es decir, con la crítica pública de sus yerros, sino un control positivo, presentándoles propuestas ciudadanas que enriquezcan el debate político y legislativo. Esto es, modestamente, lo que suelo hacer con mis artículos y ensayos, por ejemplo.
Teniendo en cuenta esto en las constituciones modernas se reconoce –al menos en muchas de ellas-, la iniciativa legislativa popular. O sea, que los ciudadanos puedan presentar proyectos de leyes recolectando un número determinado mínimo de firmas (normalmente dichas firmas tienen que ser muy elevadas, decenas o centenares de miles de firmas registradas rigurosamente).
Obviamente, una democracia representativa-participativa incluye las protestas públicas de los ciudadanos en forma de manifestaciones masivas, piquetes para reivindicaciones diversas, etc. Todo ello cumpliendo con las normas cívicas y legales, de no violencia, respeto del mobiliario urbano, y otras reglas de buen comportamiento ciudadano.
Hay situaciones en que las instituciones vigentes, por pereza, por inacción, por dejadez política, o por muy diversos motivos, no cumple o no hace cumplir las más elementales normas de equidad, de sanciones por violaciones flagrantes a los derechos humanos, o porque, los trapicheos y manipulaciones del poder político, quieren dejar impunes a felones, criminales, traficantes de drogas, y otros miembros de esa banda de individuos al margen de la leyes humanas y de las del llamado Derecho Natural (histórico).
En esos casos, los ciudadanos más conscientes de una sociedad tienen que activar su participación a través de formas más o menos novedosas de accionar contra los presuntos delincuentes no condenados, o contra los mismos políticos elegidos, que por pusilanimidad o por intereses espurios, no cumplen con su deber de defender los derechos de los ciudadanos.
Los escraches
En Argentina se “inventaron” una forma de protesta ciudadana contra los criminales que desde sus puestos en la dictadura militar asesinaron o desaparecieron a unas 30 mil víctimas y que gracias a una decisión política se les indultó, se les dejó impunes, aduciendo una pretendida conciliación nacional.
Grupos de ciudadanos se plantaban frente a las casas de estos malhechores, de sus lugares de trabajo, de sus negocios, y con pancartas, bocinas, gritos, etc. dejaban oír sus puntos de vista o expresaban que estos señores eran unos delincuentes. A la vez que hacían lo propio respecto a los políticos y diputados pidiendo leyes que castigaran los crímenes de la dictadura.
Esa forma de protesta se llamaban escraches. No es el lugar para buscar sus orígenes etimológicos, baste con decir, que en Argentina el escrache es una denuncia popular contra acusados de violaciones a los derechos humanos o actos de corrupción. En el diccionario de la RAE se recoge escrachar como un coloquialismo argentino y uruguayo, que significa fotografiar a una persona y, también, romper, aplastar, destruir.
De la Argentina, donde se le utilizó con bastante éxito en los mediados de los años 90, el escrache ha pasado a España, donde ha sido utilizado por la plataforma de afectados por las hipotecas, para denunciar a los políticos que no apoyan un proyecto de iniciativa de ley que ha recogido más de millón y medio de firmas, para detener los desahucios de personas que no pueden pagar las hipotecas de sus casas por haber perdido su trabajo y que piden que con la entrega de la vivienda a los bancos se les anule la deuda pendiente.
Esta forma de protesta, que es de hecho muy agresiva, ya que trata de romper la molicie de la vida cotidiana de diputados, ciertos líderes políticos y de banqueros, retratándolos de manera directa por sus acciones u omisiones, con pancartas, pintadas, con cánticos y consignas, coreadas por un grupo de personas, es una forma de democracia directa ciudadana.
Los políticos afectados claman que los escraches son una forma de fascismo. Mientras que, para ellos, el enriquecimiento doloso de los banqueros, los desahucios de sus viviendas de familias sin recursos, la protección de corruptos, etc. serían actos ”legales” y “democráticos”. Ésta es una de las manifestaciones más evidentes de la doble moral en la que viven, como peces en el agua, los políticos de un sistema caduco.
En una democracia los jueces deben actuar de acuerdo a la ley. Los políticos deben actuar para hacerlas cumplir y aprobando leyes que estén en consonancia con las necesidades del pueblo, también deben ser fieles a sus programas y promesas electorales. Si no hacen ni lo uno ni lo otro, ¿deben los ciudadanos estar pasivos, sentados en sus casas, siendo víctimas inertes de toda clase de injusticias y desmanes?
Los escraches son una protesta útil y necesaria cuando se reduce el margen de maniobra de los ciudadanos frente a la cerrazón del poder ante las necesidades y reivindicaciones justas de los ciudadanos. Si los corruptos tienen como horizonte previsible la impunidad de sus delitos. Si los políticos no pueden demostrar el origen lícito de sus riquezas y unos tras otros, siguen sustrayendo los bienes públicos sin sanción alguna. Si los delincuentes no son juzgados sino que gracias a su dinero mal habido compran la impunidad más absoluta. ¿Qué hacer?
Los escraches nos brindan una técnica de protesta, de denuncia ciudadana para poner a los malhechores, ante el espejo de la opinión pública, retratarlos como lo que son realmente y mostrar ante todos que son lo que son y no lo que parecen o fingen ser. Como dice la Biblia, se trata de, sepulcros blanqueados que merecen ser escarnecidos, mientras no sean juzgados debidamente por tribunales independientes.