Cuando los vientos amainen y las aguas vuelvan a su nivel, cuando el calor de las pasiones disminuya, valdría la pena reservar tiempo para descifrar unos de los grandes enigmas del momento como es, sin duda, la ideología que abraza el oficialismo, si en realidad tuviera alguna. Se recordará que el partido gobernante, el PLD, nació enarbolando el marxismo y la bandera de la liberación nacional.

En aquellos tiempos, a comienzos de la década de los setenta, su fundador y ex líder, el expresidente Juan Bosch se definía como entusiasta del modelo que Ho Chi Ming, preconizaba en Vietnam, entonces en cruenta guerra con Estados Unidos. Las estructuras en las que se creó y creció esa organización eran de inspiración stalinista, muy cerradas, en que las críticas a la dirección no estaban permitidas. Todo comenzó a cambiar a partir del sexto congreso, paradójicamente en honor a Bosch, celebrado meses después de la pérdida del poder en diciembre del año 2000, a partir del cual la organización se abrió permitiendo el ingreso sin restricción alguna y dejando de lado el requisito del “círculo de estudio”, jornadas de entrenamiento y lavado de cerebro que había convertido las estructuras partidarias en un armazón de cemento cerrado a toda discusión libre y amplia.

Para entonces, la cúpula estaba muy cuestionada, razón que hizo posible una resolución prometiendo que de alcanzarse nuevamente el poder, los miembros del exclusivo club del “comité político”, quedaría fuera del gobierno para darles oportunidad a los demás. Resolución que apenas se ganaron las elecciones, en el período de transición entre mayo y agosto del 2004, fue derogada para preservar los derechos de la nomenclatura. Descifrar el enigma de esa transformación es tarea prioritaria frente a la posibilidad de un milenio peledeista, algo similar a lo que Hitler intentó sin éxito en su Tercer Reich.