Como me lo relató un amigo joven e inocente… en su experiencia de primer gran amor.
“Era un sentimiento noble y hermoso que no permitía aceptar lo que era evidente y que, sólo cuando la frialdad del corazón y la malicia de la mente de la otra persona desbordó la maldad permitida, logró desprenderse del alma la sinrazón y entonces sentí, no dolor ni odio, sino pena, no por mí, por la otra que no supo amar.
El camino se había perdido hacía tiempo. Sólo quedaba el espejismo de hacer algo bien, que la realidad de su vida no permitía, y así se esfumó la esperanza de una ilusión que nunca pudo ser, pero que sin medidas sabias, el engaño pudo tomar cuerpo y durar toda una vida.
Hubo un sentimiento de tristeza y de liberación. El precio de la liberación fue bajo, pero quedó desconfianza en los sentimientos y en la mente.
Por un lado, había un gran deseo de proteger, guiar el ser humano; del otro lado, el interés era mayormente disfrutar la ventaja que la relación ofrecía, un mecanismo para facilitar la vida diaria, no un compromiso de vida.
Al final, no se sabe si fue un acto de maldad o un acto en la lucha despiadada por la supervivencia que llevó a la otra persona a cometer lo que denominó luego un error. De todos modos, eso permitió la liberación de las partes, y poco a poco llegaron las aguas a su nivel, sin renunciar a la esperanza del amor, ni a seguir viendo la humanidad en cada ser humano.
Al dejar que la vida fluyera, no ejercí ni la venganza ni la abyección, y el despegue produjo un balance de vida equilibrado”.
Saquemos nosotros nuestras conclusiones.