“En China, la democracia la necesita no sólo el pueblo, también el ejército.”
Mao Zedong

"Cuando China despierte, el mundo temblará"

Napoleón Bonaparte

  1. Primera aproximación:

Me impactó saber de la designación de Fray Domingo Fernández de Navarrete al tiempo del descubrimiento europeo de la existencia del continente que terminó en llamarse «América», por Américo Vespucio [quien demostró que Colón no llegó a las Indias, pero si a un continente desconocido para los europeos hasta entonces], como  Arzobispo de la Diócesis en una lejana isla de  Santo Domingo, al dominico que era un misionero en China y un erudito sobre esa exótica civilización en el siglo XVII.

Digo impactó porque cuando nuestro padre, Don Miguel Sang, requirió la extrema unción, recurrimos a la Comunidad de la Casa Belarmino, en la cercanía de la entonces, Universidad Católica Madre y Maestra en Santiago, hoy Pontificia, y le pedimos un sacerdote que hablara chino, y nos sirvió un Padre Jesuita que había estado de misionero en la tierra del «Imperio del Centro», como se autodenominaban el grueso de la etnia «Han» que compone la mayoría de la población súbdita del «Hijo del Cielo». Nos indica que los destinos de la gran nación China y su antípoda en el Caribe han estado unidas, simbólicamente, por los vaivenes de la evangelización en ambos continentes, como para pensar que el destino conjunto está escrito en las estrellas.

2. China en el Neolítico:

La historia de China, como cronología de una de las civilizaciones más antiguas del mundo con continuidad hasta la actualidad, tiene sus orígenes en la cuenca del rio Amarillo, donde surgieron las primeras dinastías «Xia» y «Shang». La existencia de documentos escritos hace cerca de 3500 años han permitido el desarrollo en China de una tradición historiográfica muy precisa, que ofrece una narración continua desde las primeras dinastías hasta la edad contemporánea. La cultura china, según el mito, se inaugura con los tres emperadores originarios: Fuxi, Shennong y, finalmente, el Emperador Amarillo Huang, este último considerado como el verdadero creador de la cultura. Sin embargo, no existen registros históricos que demuestren la existencia real de estas personalidades, las que de acuerdo con la transmisión oral de generación en generación, habrían vivido hace unos 5000 a 6000 años.

En mis tiempos universitarios conocí la obra del Padre Pierre Teilhard de Chardin, SJ, y su descubrimiento del «Hombre pekinensis» me llevó a rechazar el euro-centrismo del linaje humano creando la curiosidad intelectual de esas “otras humanidades” que negábamos: El territorio que actualmente ocupa la República Popular China ha estado poblado desde hace miles de años. Se han encontrado restos de homínidos, que constituyen los antepasados más remotos del hombre. Así lo demuestran los restos hallados pertenecientes al hombre de Renzidong, el hombre de Yuanmou, el hombre de Nihewan, el hombre de Lantian, el hombre de Nankín o el hombre de Pekín. Posteriormente surgirían otras culturas, como el hombre de Dali, el hombre de Maba, el hombre de Fujian o el hombre de Dingcun.

Me fascina como esta historia milenaria haya sido recogida en el cine, llevando a las masas este “parentesco” entre nuestros pueblos. Partimos de la película «Héroe», basada en el ambiente de la guerra de «Los siete reinos combatientes» y el primer Emperador histórico de China. Y se completa con Pu Yi, el de «El último emperador». Son dos lecciones sobre la formación de la identidad nacional.

Desde el mítico Emperador Amarillo, se sucedieron las dinastías hasta que en 1912, el Dr. Sun Yat Sen estableció la primera democracia moderna del Asia, y continuó hasta la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil y la fragmentación del “mundo chino”.   

3. Auge, caída y resurrección de China: los «ataques colonialistas»

La llegada a la antigua capital de China, Xian, y escuchar la existencia de embajadas romanas ante la corte imperial, hace rememorar la  tesis de la leyenda de la “Legion Romana de Craso” durante la Guerra con los partos y novelada por Santiago Posteguillo. El resumen de la novela dice: «En el año 53 a. C. el cónsul Craso cruzó el Éufrates para conquistar Oriente, pero su ejército fue destrozado en Carrhae. Una legión entera cayó prisionera de los partos. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó con aquella legión perdida. 150 años después, Trajano está a punto de volver a cruzar el Éufrates. Los partos esperan al otro lado. Las tropas del César dudan. Temen terminar como la legión perdida. Pero Trajano no tiene miedo y emprende la mayor campaña militar de Roma hacia la victoria o hacia el desastre. Intrigas, batallas, dos mujeres adolescentes, idiomas extraños, Roma, Partia, India, China, dos Césares y una emperatriz se entrecruzan en el mayor relato épico del mundo antiguo, La legión perdida, la novela con la que Santiago Posteguillo cierra su aclamada trilogía sobre Trajano.»

Sin embargo, la sociedad europea que emergía de la Alta Edad Media, en el siglo XIII, tuvo que conocer la “aventura del viajero de los viajeros, Marco Polo. Una historia de cómo viajó a China con su tío mercader, en una estancia que duró 23 años, y que se conoce por contársela a un compañero prisionero, Rustichello de Pisa, en Génova, quien lo publicó con el título  Libro de las maravillas del mundo”, convirtiéndose en el primer superventas de la historia.

Como cuenta la reseña:Marco Polo, que pertenecía a una familia de comerciantes, salió de Venecia cuando tenía solo 17 años acompañado de su padre y de su tío. Pensaban pasar unos pocos años fuera buscando nuevas rutas y contactos comerciales, pero no volvieron a casa hasta 23 años después.

“Durante su viaje atravesaron lo que hoy es Israel, Armenia, Georgia, Irán… hasta alcanzar China, que por aquel entonces formaba parte del Imperio mongol.

“Allí conocieron a Kublai Khan, emperador mongol y nieto del legendario Gengis Khan. Al gobernante le gustaron tanto sus invitados italianos que acabó ofreciéndoles un cargo en la corte. Así, Marco Polo se convirtió en un miembro importante del imperio e hizo de diplomático, de consejero del emperador e incluso llegó a ser gobernador de la ciudad de Yangzhou.

“Nuestro protagonista fue testigo de la época de esplendor del imperio mongol y vio cosas con las que sus vecinos venecianos ni siquiera podían soñar: ciudades remotas, palacios inmensos, religiones desconocidas, animales extraños…”

Tal vez la leyenda nos confunda, pero para profundizar las dudas, hace solo unas décadas emergió la existencia de la “Flota del Tesoro de China” del Almirante  Zheng He, marcando China su máximo esplendor. En tiempos actuales se ha desarrollado una polémica tesis por Gavin Menzies, autor inglés que postula la tesis de que una flota china descubrió América.

Este hecho aislado nos lleva a reenfocar la historia económica mundial y abandonar el eurocentrismo del enfoque económico en la historiografía académica. James Petras, un sociólogo norteamericano, centra en este enfoque para construir una historia económica del mundo contemporáneo al desarrollo capitalista entre los años 1100 y 1800.  Señala Petras las investigaciones de Hobson para demostrar la superioridad china en el comercio, la tecnología y las ciencias sobre el occidente de la época. La respuesta británica produjo el declive del dragón asiático: «En el siglo XIX, el imperialismo británico echó abajo la posición global china con su superioridad militar, apropiándose de los puertos chinos, debido a la confianza de China en su “superioridad mercantil”.»

4. China y su convergencia con Taiwán: la «Gran China»

Para que exista una convergencia debe haberle precedido una divergencia. Recordemos cómo hemos llegado al siglo XXI: La civilización china, una de las más antiguas del mundo, floreció en la fértil cuenca del rio Amarillo. Durante milenios su sistema político se basó en monarquías hereditarias, conocidas como dinastías. La primera de las cuales fue la semi-mitológica dinastía Xia en torno al 2000 a. C. Desde el 221 a. C., cuando la dinastía Qin conquistó diversos Estados y formó el primer Imperio Chino, el país se ha expandido, fracturado y ha sido reformado en numerosas ocasiones. La República de China derrocó a la última dinastía en 1911 y gobernó la China continental hasta 1949. Después de la derrota del Imperio del Japón  en la Segunda Guerra Mundial y la retirada de sus tropas de China, el partido comunista se impuso en la Guerra Civil y proclamó la República Popular China en Pekín el 1 de octubre de 1949. El derrotado régimen de la República de China, dominado por el partido Kuomintang  o Nacionalista trasladó su gobierno a Taipéi y desde entonces, la jurisdicción de la República de China se limita a Taiwán y algunas islas periféricas.

Taiwán ha tenido su desarrollo económico gracias a la tecnología como lo reporta Guillermo Abril y cómo esa industria se potenció al trasladar su producción a las Zonas Económicas Especiales de la República Popular China, integrando ambas economías. El éxito taiwanés esta lastrado por los intereses locales de una identidad nacional basada en la tradición y en la modernidad, por lo que quiere convertirse en la sociedad más democrática y abierta de Asia. 

Siguiendo a Eugeni Bregolat: “Desde la introducción de las reformas económicas de 1978, China ha sido la economía de más rápido crecimiento del mundo, alcanzando en 2014 la primacía mundial en términos de PIB medido en paridad de poder adquisitivo y manteniéndose como la segunda potencia por PIB nominal. China es, además, el mayor exportador e importador de bienes y la primera potencia industrial.​ China dispone del segundo ejército más numeroso del mundo, posee armas nucleares y cuenta con el segundo presupuesto militar después de Estados Unidos.​ La República Popular China es miembro de la desde 1971, año en que reemplazó a la República de China como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y es reconocida diplomáticamente por casi todos los países del mundo. También es miembro formal o informal de numerosas organizaciones multilaterales, como la OMC, la APEC, los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái y el G20. China es considerada por numerosos analistas como una superpotencia emergente.​

“El proceso de desarrollo económico galopante de China y su impacto económico y geopolítico se han convertido en el capítulo central de la globalización. Según el Banco Mundial, “China ha hecho en una generación lo que a la mayoría de los países les ha costado siglos”. ¿Cuál es el impacto de este proceso sobre el sistema político chino? 

“En 1980, dos años después de lanzar la reforma económica, Deng Xiaoping explicó: “Sin reforma política, la reforma económica no puede tener éxito. Se trata de una tarea a largo plazo, que requerirá el esfuerzo de tres generaciones”. Y añadió: «No hay que imitar a Occidente; no vamos a permitir el liberalismo burgués».”

El rechazo de la democracia liberal, sostenido por todos los dirigentes chinos desde Deng Xiaoping, obedece a varias razones: 

1) La convicción de que debilitaría el poder del Estado, haciendo imposible la adecuada conducción de la reforma económica. Los dirigentes chinos consideran que la experiencia rusa les da la razón.


2) El temor de que la energía social se dilapide en luchas políticas, en vez de encauzarse hacia el desarrollo económico, y de que desemboque, en el peor de los escenarios, en un caos similar al de la Revolución Cultural.


3) El riesgo de ver mediatizada la soberanía china. Dada la abismal diferencia de renta con respecto a los países desarrollados, el Partido Comunista Chino (PCCh) teme que una democracia liberal suponga invitar a estos últimos (Taiwán incluido) a “comprar” en China partidos, sindicatos y medios de comunicación.

China se convirtió en una colonia en nombre de la “libertad de comercio”, y teme que le pueda volver a ocurrir lo mismo, ahora en nombre de la “democracia”, que se percibe como una forma de dominación, al proyectarse sobre una gran diferencia de renta. Para He Xin, “hoy la democracia es tal vez el instrumento más eficiente para destruir un país en vías de desarrollo desde dentro”. 

Excluida la democracia liberal, los dirigentes chinos entienden por reforma política el “perfeccionamiento de la democracia socialista”. Esta tuvo su momento álgido en el XIII Congreso del PCCh, en octubre de 1987, con Zhao Ziyang como secretario general. El XIII Congreso decidió la separación entre partido y Gobierno, y entre ambos y las empresas (lo que suponía la supresión de las células del partido en ministerios, universidades, empresas, etc.); por otra parte, las Asambleas Populares tendrían mayor poder de control sobre los ejecutivos, y se daría más juego a los medios de comunicación y a la opinión pública. Se crearía, en definitiva, un sistema de chequeos y balances en el marco del sistema socialista. Este proyecto naufragó en la crisis de Tiananmen, en 1989, que se saldó con la defenestración de Zhao Ziyang, el dirigente más liberal. Deng Xiaoping condenó la separación entre partido y Gobierno como muestra de “liberalismo burgués”, y la decisión del XIII Congreso quedó archivada. 

La “ventana de oportunidad” está abierta mientras permanezca el compromiso con la «Política de una sola China», pues es el prerrequisito de la convergencia de las dos Chinas y la eventual solución de los temas tibetanos y uigur. Por lo tanto, somos testigos de la construcción de una identidad de una sociedad pluralista de la mejor tradición postmoderna.

5. Las relaciones sino-dominicanas: «¿claves del futuro?»

En ocasión del establecimiento de relaciones a nivel de Representación Comercial entre la nación china y la dominicana, celebramos en el Barrio Chino de Santo Domingo, cariñosamente El Bachi, el Seminario “China, pasado, presente y futuro”, organizado por el Instituto de la Cultura China, el 29 de noviembre de 2007. Como un antecedente al establecimiento de Relaciones Diplomáticas entre ambas naciones, que hemos marcado como un encuentro de antípodas, no tanto geográficos, pero sí, geopolíticos y culturales.

El jueves 23 de agosto de 2018 se celebró un panel organizado por la Comisión de Asuntos Internacionales de la Academia de Ciencias de la República Dominicana con el elocuente y denunciante título de “Expectativas de las relaciones entre República Dominicana y la República Popular China”. Digo que el título comienza mal: tiene un sesgo que le achaco a las “expectativas” de que la ayuda para el desarrollo dominicano vendrá de la “solidaridad” de una gran potencia (rememorando el viejo alegato de la necesidad de un “protector” en los tiempos de la primera república). El título muestra los condicionamientos que el hecho ha creado en la población dominicana: las expectativas de un “tío” rico que nos saque a nosotros de la modorra de “no hacer nada”  por nuestro desarrollo. Sería más de mi comprensión que el título reflejara un propósito más analítico, como podría haber sido “La geopolítica  de las relaciones entre R. D. y la R.P.C.”; pero el resultado fue satisfactorio, ya que este punto de vista “realista” lo incluyó el Vicedecano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la venerable Universidad de Santo Domingo, hoy Autónoma. El Dr. Antonio Ciriaco Cruz advirtió que las oportunidades que ofrecen las relaciones con China encuentran al aparato productivo dominicano muy deprimido, falto de competitividad y de innovaciones para aprovechar la “ventana de oportunidad que se abre”.

Por el otro lado, aunque no fueran presentaciones sistemáticas, Rosa Ng Báez, exrepresentante comercial dominicana en Beijing, China, y Roberto Santana, flamante presidente de la Cámara de Comercio Dominico-China y ex Rector de la UASD, se dedicaron a desvelar parcialmente varias de las peripecias que en una historia corta —los siete años de la Representante Comercial en China—, y otra larga, contadas a partir de los 43 años de trajines en favor del acercamiento a China, porque fue la primera vez que llegó al «Imperio del Centro» (como se llamaba China a sí misma en los tiempos clásicos) e inició la Asociación Dominicana de Amistad con China.

Me resultó una curiosidad histórica la presencia de militantes connotados de la Línea Roja del 14 de Junio,  principalmente en la persona del “Gordo” Oviedo, a quien Santana señaló como responsable de muchas acciones en esta historia cuasi subversiva e incompleta que reclama más detalles e intimidades. El cuarto panelista, el Embajador Luis González, Director de Relaciones con Asia y Oceanía del Ministerio de Relaciones Exteriores de nuestro país,  fue el más vehemente, porque hizo acopio de insistir en las bondades de la economía china como primera economía del mundo y del impulso que tienen los planes  en la denominada “La Nueva Ruta de la Seda” para la atracción de capitales chinos a la economía dominicana.

Como ya decía en las redes: “Rosa brilló en un firmamento de estrellas de panelistas”. Como evento de masas (pasábamos del centenar los reunidos en el salón de la Academia de Ciencias) es un excelente punto de partida. Falta la reunión de expertos que  recojan la historia (de cómo llegamos a esta decisión) y realicen la prospectiva de qué debemos hacer los dominicanos para insertarnos en esta Pax Sínica que se augura y que sustituiría a la Pax Americana imperante.

Algo que se asomó en este Panel fue la de una historia, que en palabras del ex Rector Santana seguirá, por la lucha de intereses de los que quieren retorcer el sentido del establecimiento de relaciones diplomáticas con el dragón asiático. Desde mi punto de vista, cabe preguntarnos: ¿Cómo se acomodará República Dominicana a los intereses geopolíticos de China en el concierto mundial de naciones? ¿Cómo afectará nuestras relaciones con Estados Unidos? Por ahora, preguntas sin respuestas. Es una historia que recomienza.

6. ¿Recomenzar la historia?

¿Qué manera de recomenzar la historia que volver sobre los pasos de quien la reconstruyo antes? Henry Kissinger y “su diplomacia viajera” logro el reencuentro de China y de los Estados Unidos, allá por el cada vez más lejano siglo XX. Aunque recibió el Nobel de la Paz por el cese de la Guerra de Vietnam, queremos centrarnos en su trabajo intelectual y político en su obra, China, porque contiene muchas lecciones útiles sobre política internacional en general, y en concreto política exterior.

El libro está dividido en tres partes. “En la primera, Kissinger expone la historia de China a vista de pájaro, con un énfasis en el “siglo de las humillaciones”, un periodo de impotencia de China frente a Occidente, Japón y Rusia que todavía colorea hoy profundamente la actitud china hacia los poderes extranjeros.

“En la segunda parte, Kissinger describe la reconciliación chino-estadounidense en la que él, como se sabe, desempeñó un papel importante. No solo está la fascinante discusión de los detalles diplomáticos en los que entraron Estados Unidos y China antes de sus primeros contactos serios, también están las transcripciones de las conversaciones con Mao y Zhou Enlai, y la evaluación que hace Kissinger de ambos.

“La tercera parte aborda los tratos con la China de Deng y post Deng, cuando Kissinger desempeñó un papel como estadista sénior y un intermediario fiable entre los dos gobiernos, pero ya no participó en la formulación activa de políticas. Es ahí donde Kissinger intenta extraer lecciones para la conducta de la política estadounidense hacia China, y donde proporciona un análisis, esperanzador pero al fin y al cabo sombrío y a veces incluso oscuro, del camino que tomarán las relaciones.”

El libro es cauteloso en el detalle con el que Kissinger describe su participación. El lector tiene la impresión de que Kissinger podría fácilmente haber escrito cientos de palabras sobre sus reuniones con Mao y Zhou (usando no solo su memoria sino también los voluminosos documentos y transcripciones de las conversaciones), pero eligió ser conciso.

Finalmente, el libro es cauteloso porque trata solo de China. Otros “actores” como Vietnam, Camboya, la Unión Soviética o India solo se mencionan en relación a China. Europa, curiosamente, dado que no tuvo un rol político en la reconciliación con China, no aparece en ningún momento.

El libro está repleto de admiración por la manera china de hacer diplomacia y uno tiene a veces la sensación de que Kissinger habría preferido ser un negociador chino en vez de estadounidense. Como dice, Occidente quizá exageró la sofisticación y profundidad de sus interlocutores chinos; es consciente de esta posibilidad pero raramente afecta el contenido del libro. De manera no sorprendente Zhou Enlai es consecuentemente alabado:

“En sesenta años de vida pública no me he encontrado con una figura más convincente que Zhou Enlai […] La pasión de Mao se esforzó por oprimir a la oposición. El intelecto de Zhou buscó persuadir o ganarle la partida a la oposición. Mao era sardónico, Zhou perspicaz.

“El retrato de Mao, alguien que “se relacionaba con sus interlocutores desde las alturas del Olimpo, como si se tratara de universitarios ante un examen sobre la idoneidad de sus percepciones filosóficas”, es menos claro, a pesar de las abundantes citas extraídas directamente de las conversaciones.”

Aunque Kissinger nunca lo dice, Mao a menudo aparece no como un Dios que ha descendido a la tierra para pasar un tiempo con los humanos, sino quizá como alguien que sufre de un complejo de inferioridad cuando intenta demostrar su mente abierta ridiculizando sus propios eslóganes revolucionarios. No creo que un político serio deba hacer eso, a no ser que quiera arrastrarse frente a su interlocutor. Deng fue, por supuesto, muy diferente tanto de Mao como de Zhou. Su “estilo áspero, sin palabrería” lo distinguía. Se mantuvo ocupado mirando cuántas comidas debería tener un conductor de trenes, no pensando en cuestiones más elevadas. Gobernó completamente tras bambalinas: “Deng no tenía una gran oficina; rechazó todos los títulos honoríficos; casi nunca aparecía en televisión, y practicó la política casi completamente tras las bambalinas. Gobernó no como un emperador sino como el mandarín jefe.” Y en un interesante detalle, Kissinger menciona que el último visitante extranjero que visitó a Deng fue Brent Scowcroft en 1989 (después de Tiananmen). Deng vivió sus últimos años (murió en 1997) como un recluso, una imagen difícil de evocar en los años setenta en las pantallas de televisión dando saltos con energía. Después de su muerte, Deng fue cremado y sus cenizas se lanzaron al mar, lo que contrasta radicalmente con Mao.

Los últimos capítulos del libro, que cubren el periodo de la crisis de las relaciones chino-estadounidenses después de la masacre de Tiananmen, se centran en la política exterior estadounidense hacia China, pero más generalmente hacia regímenes no democráticos: Kissinger es educado pero no menos crítico con la opinión del establishment estadounidense de que las relaciones pacíficas solo son posibles con gobiernos democráticos: los estadounidenses insistían en que las instituciones democráticas eran necesarias para que hubiera una compatibilidad de intereses nacionales. Esa proposición -que surge de un artículo de fe de muchos analistas estadounidenses- era difícil de demostrar a partir de la experiencia histórica. Cuando la Primera Guerra Mundial comenzó, la mayoría de gobiernos en Europa (incluido Reino Unido, Francia, y Alemania) estaban gobernados por instituciones esencialmente democráticas. Sin embargo, [la guerra] fue aprobada de manera entusiasta por todos los parlamentos electos.

Además, “si adoptar los principios estadounidenses de gobierno es la condición central del progreso en todas las áreas de la relación, la negociación alcanzará inevitablemente un punto muerto”.

El mesianismo estadounidense se basa en unos valores universales y significa en un lenguaje práctico que todos los países tienen que adoptar la vía estadounidense y tienen que estar incluidos en un sistema internacional liderado por Estados Unidos. Kissinger critica esta idea repetidamente. Es poco probable que China, “un país que durante la mayor parte de su periodo moderno -que comenzó hace dos mil años- se consideró a sí mismo la cúspide de la civilización, y que durante aproximadamente dos siglos ha considerado que su posición singular como líder moral del mundo fue usurpada por la actitud rapaz de las potencias coloniales occidentales y Japón”, acepte nunca tal rol secundario en la jerarquía internacional.

Prácticamente en la última página del libro Kissinger avisa a los políticos y burócratas estadounidenses de que “los estadounidense no tienen que estar de acuerdo con el análisis chino para comprender que darle lecciones a un país con una historia de milenios sobre su necesidad de ‘madurar’ puede resultar innecesariamente molesto”.

Con una administración de Trump rompiendo conscientemente con el mesianismo de los valores universales en favor de una política del interés nacional más realista (pero mal ejecutada), las advertencias de Kissinger tienen menos relevancia que nunca. Pero, como es probable que Estados Unidos vuelva, después de la próxima elección o en la siguiente, a su tradicional mesianismo, estos apuntes y advertencias pueden resultar pertinentes.

Luego de cinco décadas de las lecciones de Kissinger, nos enfrentamos los dominicanos con el reto de “engarzarnos” en la estrategia china basada en la aspiración de Xi Jinpin de la «Nueva Ruta de la Seda». Nuestro futuro –según esta hipótesis– depende de asumir la visión de “largo plazo” que caracteriza al pensamiento oriental. La premisa conlleva un profundo conocimiento de nuestros socios: hacer negocios en la mente confuciana no es aprovechar las ventajas u oportunidades; por el contrario, se basa en el grado de “confianza mutua” que se construye entre los actores comerciales. Se hacen negocios para toda la vida, no para el momento…

Como información complementaria, hay que conocer en profundidad sobre un proyecto que tiene vocación mundial: el nombre de esta súper-empresa «One belt. One route» o la denominación más conocida en el mundo castellanoparlante de la “Nueva Ruta de la Seda”. Debemos observar que el centro de dicho entramado de vías férreas y marítimas cruza para llegar al mega-continente euroasiático con África y que se extiende hasta la América Latina. ¿Quién falta? América del Norte. Un primer elemento geopolítico para entender la tensión generada por la “Guerra Comercial” entre la primera y la potencia económicas del mundo.

Otro requisito es tener conciencia de los intereses dominicanos son cónsonos con este “Plan de Batalla” que se va presentando a lo largo del Siglo XXI. Al igual de la parte cruenta de todo enfrentamiento, existe una parte incruenta que se presenta con pretensiones de política “dura” o “suave”, pero en todo caso, presiones. Que no nos agarren “asando batatas”.

Precisamente, el feudo de esta realidad de un nuevo escenario o estadio del neo-capitalismo corporativo se distingue por el “desarrollo de la Red 5G” y el control que conllevará a todos los procesos mecánicos, automáticos, cibernéticos y, hasta, bio-neuronales. Como país, debemos lograr insertarnos en este nivel de desarrollo científico-técnico a través de un sistema educativo de calidad, que puede acelerarse aplicando las experiencias de otros países, como son los asiáticos. Pero, sería un excelente punto de lanzamiento de la cooperación y solidaridad entre dos pueblos antípodas por la geografía, pero hermanados por una historia cercana y lejana.

7. Conclusiones provisionales

La historia, la dominicana en particular, nos enseña que no hay conclusiones definitivas, por el encadenamiento de causalidades continua «ad infinitum» (si el infinito es concebible), por lo que vamos a adelantar algunas provisionales.

  1. Los pueblos que olvidan su historia, no encuentran su futuro. Una verdad que debemos asumir porque la historia construida para crear una identidad nacional ha sido falsificando los hechos negando el pasado indígena, lavando la conciencia de los esclavos para imponernos un hispanismo de poco alcance de futuro.
  2. El futuro no existe, lo construimos a base de enfrentar el presente o los presentes alternativos que identificamos. Tanto la vasta historia china como la apretada de la historia dominicana, nos muestran los vaivenes de la maraña de causalidades que conforman el presente en una complejidad que conforman una red de presentes alternativos, por lo que debemos abandonar la pretensión de la historia única y de trayectoria lineal.
  3. Si continuamos con estas divagaciones de la filosofía de historia, nos perderíamos de la principal lección de este ensayo sobre «los antípodas» que somos los chinos y los dominicanos. Una lección directamente tomada de la larga historia china es el acendrado espíritu y auto identidad desarrollado frente a la calamidad, la tragedia y el infortunio, para así ascender en una sociedad que tiene como principal objetivo la solidaridad para el bienestar colectivo. Para este escribano, es una lección suficiente y necesaria.