La costumbre es irse por la puerta del fondo y esfumarse. Todos nos esfumamos de alguna manera. Desde hace algunos meses estoy anunciando mi proceso de esfumamiento: las fiestas del libro ya cerraron, las publicaciones en Cielonaranja concluirán en septiembre -la página web y la venta por Amazon continuarán-. Ahora le toca a esas conferencias y cursos sobre Santo Domingo -más de treinta desde el 2000, en lugares tan disímiles como la UNPHU, el Centro León, Funglode, el Palacio Consistorial, Casa de Teatro, Centro Cultural Hispánico, los parques Duarte, Colón, el de los Poetas, en la Calle El Conde, el Cementerio de la Avenida Independencia, la cafetería de El Nacional, etc. Hay que seguir conversando sobre nuestro espacio, sobre nuestra literatura, pero también hay que saber retirarse o hacer una pausa cuando uno se implica en aquel "teatro" de la filósofa cubana La Lupe. La imagen en un cuento de René del Risco es terrible, como una premonición: "estar avanzando en medio de cadáveres". Santo Domingo es un paisaje lleno de cadáveres, zombies que no salen de sus casas de quienes sólo tienes constancia porque publican la foto del último vino que se tomaron o de la comida que estaba buenísima. Y en estos tiempos de postmodernidad no se busca redentores, poque ya están a un clik de distancia. Uno hace lo que puede. Cuando vienen los aires de la queja, de la insatisfacción, entonces uno debe ponerse en remojo, reconsiderar sus fuerzas, sus ánimos. El blá-blá es tal vez desde mucho antes de nuestro nacimiento una institución nacional. Si al blá-blá le agregas la cultura del abuso intelectual y de los intelectuales, entonces el coctel será mortífero. Si ante la catástrofe se descuelgan del techo los swats de la Cultura -ya sea desde el Ministerio o desde Apec -oh Andresito Reina eso no se hace, se bebe los tragos, también la botella-, entonces, qué te queda. ¿Remover la cosa esa con el mismo palito? La suerte y la alegría en estos años ha sido contar con gente joven bien creativa, vital, que en cierta medida ha motivado tantas cosas chéveres. Aún así, las despedidas con la conciencia de las despedidas tienen más dolor y también más alivio que los simples "y qué se hizo fulanito". Nos vamos, no con nuestra musiquita para otras partes sino con el LP que concluye a los 28 minutos y que darle vuelta. En este "nos vamos" también hay un vámonos todos: a una nueva cualidad de la vida, las relaciones sociales, los sentimientos del pensamiento, de la nueva sujetividad que se podría avizorar, esa al margen del estar produciendo, haciendo, como si fuésemos una máquina palabreada. También los silencios tienen sus encantos. Eso sí que sería chévere: el que me enviaran sus silencios para ponerlos en la maleta o el florero, los cariños siempre necesarios, tal vez un café sabatino a las 6 de la tarde si es que se puede sacar la silla al patio, la azotea, el parque, la calle.