En 2006 me refería a las ideas de Slavoj Zizek respecto al surgimiento de una pléyade de empresarios globales (Bill Gates, George Soros, etc.) que, según el filósofo esloveno, pretenden conciliar lo supuestamente inconciliable: el capitalismo global de Davos con los nuevos movimientos sociales de Porto Alegre. Opinaba que, contrario a lo que sostiene Zizek, quienes él denominaba, siguiendo al periodista francés Oliviar Malnuit, "comunistas liberales", en realidad eran liberales comunistas, que tienen más en común con la nueva izquierda que con la derecha nacionalista, contaminante, discriminante y autoritaria y que, al igual que aquella, “creen en la responsabilidad social de las empresas, el respeto al medio ambiente, el valor de la educación y de los recursos humanos, la transparencia de las transacciones, el apego a un código estricto de conducta, y la importancia del ocio y del trabajo creativo”. Señalaba, apoyado en Antonio Negri y Michael Hardt, que “las verdaderas fuerzas conservadoras son hoy día la derecha nacionalista y autoritaria y la izquierda que todavía cree en la gran lucha contra el capitalismo”, que, “en verdad, los movimientos emancipadores y contrahegemónicos nacen hoy de las entrañas mismas del capitalismo: los liberales comunistas son al capitalismo lo que los comunistas tornados en socialdemócratas fueron al movimiento comunista” y que lo que había que preguntarse era “si, así como el capitalismo se viró a la economía social de mercado en el siglo pasado, por obra y gracia de las luchas de los trabajadores y de su vanguardia la social democracia, la izquierda podrá reconciliar -y reinventar- los viejos ideales de la emancipación social con las fuerzas del nuevo capitalismo global (“Los liberales comunistas”, 2 de junio de 2006).

Doce años después de este artículo las críticas contra los liberales comunistas, principalmente en contra de su filantropía y, en especial, contra Soros, considerado epitome de todo lo malo que representan aquellos, no han cesado de crecer. Ya es conocida la opinión de la izquierda radical reaccionaria, resumida en la opinión de Zizek: “La rutina diaria de Soros es la mentira personificada: la mitad de su tiempo de trabajo está dedicado a la especulación financiera, la otra mitad a actividades ‘humanitarias’ (financiar actividades culturales y democráticas en países poscomunistas, escribir ensayos y libros) que van en contra de los efectos de sus propias especulaciones”. La ultra derecha, nacionalista y autoritaria, por su parte, ve a Soros detrás de todas las causas que le disgustan: la defensa de los negros estadounidenses frente a la violencia policial, la crítica al Brexit, y el apoyo a los inmigrantes ilegales, a la comunidad LGBT y a los palestinos que sufren violaciones de derechos humanos por parte de los cuerpos armados israelís. Pero las críticas no se limitan a Soros. Por solo citar un ejemplo más o menos reciente, la donación de 320 millones de euros hecha por Amancio Ortega para la renovación de los equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer en los hospitales públicos españoles fue criticada por considerarse que el dueño de Zara lo que debía hacer era pagar más impuestos y dejar que el Estado español afrontase ese gasto de salud.

La crítica principal a la actividad filantrópica de los liberales comunistas es que esta implica un fracaso del Estado social pues los problemas de la justicia social deben resolverlos los Estados a través de los impuestos, la redistribución económica y las inversiones públicas. Esta crítica soslaya que “es una lógica retorcida considerar que un rico que dona a causas de progreso social está de algún modo atacando el Estado de bienestar” (Ricardo Dudda). Es más, como propone Peter Sloterdijkc, y sin que ello implique la eliminación de los impuestos -uno de los mayores logros de la modernidad-, hay que propiciar las contribuciones voluntarias, que responden a una sociedad en la que los burgueses no son ya nobles vulgarizados y rentistas, expropiando plusvalías a los desvalidos, sino verdaderos “working rich”, “seres dadivosos”, con un verdadero, legítimo y timótico impulso donante. Estas donaciones, impulsadas por adecuados “nudges” e incentivos, no hay que verlas como limosnas reproductoras de la pobreza (Claudia Barrientos) sino como complementos esenciales de un Estado social basado en un fuerte sistema tributario. Hoy la República Dominicana cuenta con una gran mayoría de generosos empresarios, firmemente comprometidos con la filantropía, y con una Administración Tributaria cada día más moderna, institucionalizada, eficiente y transparente, que sirve de sostén al gasto público, lo que es clara evidencia de que filantropía y Estado Social son perfectamente compatibles.