(Reseña del libro de Fernando Conde Torrens)
11. Con la derrota de Licinio, el Augusto de Oriente, a quien Galerio había designado como sucesor en caso de muerte, Constantino selló la unidad del Imperio Romano y gobernó solo, aunque designó gobernadores de las distintas prefecturas a sus hermanastros, hijos de su padre Constancio con Teodora, se reservó la de Oriente y estableció su capital en Nicomedia, no en Milán (Mediolanum) donde Diocleciano (1) la había fijado.
Constantino le declaró la guerra a su cuñado Licinio, casado con Constancia, su hermana de padre, no al revés, porque este se negó a implantar en su prefectura la naciente religión que el Augusto había adoptado una vez eliminados sus adversarios, como forma de evitar la disolución del Imperio y restablecer su unidad, precariamente lograda, a través de la religión de un Dios único, aunque Constantino nunca se convirtió al cristianismo, pues las clases gobernantes de Roma mantenían la creencia en sus dioses del Panteón, ya que las religiones que se basaban en milagros y supercherías eran consideradas las adecuadas para el pueblo inculto que no conocía de filósofos ni de los grandes escritores, poetas e historiadores romanos griegos y romanos(2). Como Emperador, Constantin o era quien encarnaba la unidad política y religiosa del Imperio, su poder era divino y podía, por lo tanto, imponer una religión al pueblo.
Esa religión llamada cristianismo por Lactancio fue la que Constantino adoptó para el pueblo romano amenazado de disolución. Ya sin enemigos que se le opusieran, formó el equipo de redactores de la nueva religión en su capital de Nicomedia.
12. Lactancio redactó los Evangelios de Lucas y Mateo y Eusebio de Cesárea, los de Marcos y Juan, pero como historiador él sabía que esa nueva religión era una fabricación y se propuso dejar la marca para que tal falsificación se conociera únicamente a través de los especialistas o maestros del conocimiento (Logos) que sabían con cuál estructura se redactaban los libros en la Antigüedad y cómo los autores dejaban estampadas en forma de acróstico el nombre del autor de un libro. Las estructuras con que los maestros griegos y romanos del conocimiento escribieron sus obras constaban de un complejo y riguroso cálculo aritmético (una casilla para el número de líneas, otro para el número de palabras con que se iniciaba un texto, otro para el texto mismo y su cantidad de líneas, la suma de palabras contenidas en cada línea y la forma de la estructura y en las líneas finales del texto se diseminaba el nombre del autor de la obra o el acróstico que este había elegido para comunicarse con el lector a quien está dirigida la obra, copia pagada por dicho lector), (Año 303, p. 845).
Esa estructura, cuidosamente observada, era el código que garantizaba entre emisor y receptor que el texto enviado era original del autor. Dice Conde Torrens que este procedimiento, creado en la Antigüedad, sobrevivió incluso luego de la invención de la imprenta por Gutenberg, época a partir de la cual se imprimía en portada el nombre del autor. Jerónimo, traductor al latín de los textos de la nueva religión propuso al obispo Dámaso que la única forma de borrar las estructuras de los libros del llamado Nuevo Testamento era traducirlos al latín, pero este intento logró en parte su cometido. En el siglo XVIII la Iglesia logró borrar la puntuación de los textos en griego y latín, eliminó las estructuras e impuso como canónicos y únicos los autorizados por ella. Incluso informa Conde Torrens que esta práctica de la estructura sobrevivió hasta algunas obras de Víctor Hugo. Ferdinand de Saussure estuvo a punto de descubrir este secreto cuando se dispuso a estudiar los anagramas en los autores de la Antigüedad.
13. Cuando los primeros cuatro Evangelios estuvieron redactados, llegó el momento de la acción. Lactancio propuso a Constantino el nombramiento de inspectores en cada una de las ciudades importantes de las prefecturas del Imperio. Estos inspectores, llamados en griego epískopos (obispos) fueron seleccionados entre las personas más prestantes, acomodadas y cultas de dichas ciudades, pues debían saber griego, el idioma en que Lactancio escribió los dos Evangelios de Lucas y Mateo y las Cartas de Pedro, Pablo y los Hechos de los Apóstoles y Eusebio los de Marcos y Juan y los demás libros que apoyarían la veracidad de la nueva religión basada en Cristo, hijo del Dios único, incluido el ya clásico titulado Historia eclesiástica., cuya finalidad fue fingir que autores apócrifos que vivieron 50, 100 y 200 años antes del 303 se refirieron en sus obras a Jesús y el cristianismo. Los epískopos eran funcionarios nombrados directamente por el Emperador Constantino y a él obedecían y hubo un brazo derecho llamado Osio, luego nombrado también obispo de Alejandría, quien se encargó de escoger a los inspectores en cada ciudad importante del Imperio. Y cuando se trabajo estuvo realizado, se llevó a cabo el primer Sínodo, llamado de Arles (Arelate) donde unos 64 obispos fueron instruidos para dar a conocer no solamente la buena nueva a toda la gente de su ciudad, sino para reclutar los fieles de la nueva religión que por mandato de Constantino ha reemplazado a la vieja basada en los dioses del Panteón, en Isis o en Mitra, pues en el Imperio cohabitan con Júpiter y demás dioses, todas las religiones de los pueblos conquistados militarmente por Roma.
En el seno del grupo que redactó los textos sagrados de la nueva religión, surgió el problema del financiamiento de tantos epíkopos nombrados en las ciudades más importantes del Imperio y Osio le sugirió al Emperador que, como ese era un gasto demasiado grande para las finanzas públicas o las privadas del Emperador, se dictara una ley en virtud de la cual las personas más ricas de las ciudades pudieran, a la hora de su muerte, testar sus bienes a favor de los epískopos a cambio de la salvación eterna de su alma al redimir sus pecados con semejante donación.
14. Esta ley, una vez que los epískopos crearon iglesias o asambleas donde los nuevos fieles se reunían y se les predicaban los Evangelios, permitió el enriquecimiento enorme de los obispados y esto garantizó el financiamiento y autonomía de los episcopados que ya para el primer concilio ecuménico Concilio de Nicea en el año 325, donde asistieron 318 obispos, eran lo suficientemente fuertes para decretar que la nueva religión era la única verdadera y que la interpretación de Arrio, uno de los obispos disidentes alimentados por Eusebio, era una herejía al plantear que Cristo, el Salvador, era no solo un profeta sino un maestro del conocimiento al igual que los pensadores y filósofos griegos depositarios del Logos. Y Arrio se basaba en la interpolación que Eusebio había hecho a los Evangelios de Lucas y Mateo, redactados por Lactancio, pero manipulados por Eusebio una vez muerto Lantancio en el año 317. Al igual que fueron manipulados los demás textos y los personajes apócrifos con quienes Lactancio mantuvo una supuesta correspondencia. Eusebio no solo manipuló los textos de Lucas y Mateo, interpolándole el Sermón de la Montaña, sino que dejó su seudónimo de Simón en todos los textos suyos y los de Lactancio, manipulados e interpolados por él.
15. Esta es la nueva religión que dominará el tambaleante Imperio Romano durante y después de Constantino, quien, como ya se dijo, no se convirtió al cristianismo ni se bautizó como dicen casi todas sus biografías, pues cómo iba a bautizarse si él era el inventor de esa nueva religión. ¿Iba a bautizarse con Lactancio o Eusebio, sus dos empleados? Eso es absurdo en un emperador que inventa una religión como forma ideológica de mantener la unidad política y religiosa del Imperio que se venía abajo y que luego de su muerte, sus sucesores no fueron capaces de mantener, pues la razón de la crisis del imperio era cuestión del agotamiento del modo de producción esclavista. Fue Teodosio el Grande quien finalmente oficializó la religión cristiana adoptada por Constantino como la del Imperio, pero a partir del año 395 con la muerte de Teodosio el Imperio se dividió en dos: su hijo Honorio gobernó el Imperio Romano de Occidente y Arcadio el Romano de Oriente, pero por poco tiempo, pues en año 476 el de Occidente sucumbiría definitivamente cuando Odoacro, el jefe de los germanos, expulsó a Rómulo Augústulo, último emperador romano de Occidente. El de Oriente corrió mejor suerte, pues sobrevivió hasta el año 1453 cuando cayó en mano de los turcos musulmanes de Mohamed II. ¿Puede decirse que el islam es una religión directamente derivada del Viejo Testamento y no del cristianismo del Nuevo Testamento escrito en griego por Lactancio y Eusebio, ya que la religión de Mahoma no reconoce, al igual que el judaísmo, a Jesucristo como un dios, sino como un profeta más, es decir, un maestro de conocimiento (Logos) como lo concibió Eusebio? Y a propósito del griego, ¿por qué unos rústicos pescadores que solo sabían tejer redes no escribieron los Evangelios en el idioma hebreo o el arameo y prefirieron el idioma griego, que no conocían? Porque fueron personajes inventados por dos grandes intelectuales que escribían en griego: Lactancio y Eusebio, autor el primero de una obra fundadora Instituciones divinas; y el segundo, de la Historia eclesiástica.
Lactancio fue un fanático que creyó con toda su fe en el mito que inventó y vendió a Constantino, quien necesitaba una religión popular para reemplazar la que ya no funcionaba. Y le salió bien el invento a él y Lantancio, pues ha durado 1.700 años, y el cristianismo dogmático venció el cisma de Arrio en el Concilio de Nicea del año 325, cisma alentado por Eusebio, a fin de que prevaleciera la nueva religión, pero sin que excluyera la figura de Jesús como un maestro de conocimiento al estilo de la filosofía griega. Los 318 obispos presentes en Nicea derrotaron el cisma de Arrio, y aunque Constantino, quien presidía el concilio, le perdonó su herejía, poco después murió envenado. A partir del asesinato de Arrio hasta hoy, la Iglesia católica se inventó el mito de que fue perseguida, pero en realidad fue ella la que se convirtió hasta el día de hoy en perseguidora de todas las disidencias religiosas que les han sido contrarias y llegó incluso a crear en 1480 el tribunal de la Inquisición para condenar a la hoguera a los llamados herejes.
En cambio, Eusebio de Cesárea fue más inteligente y plural en sus convicciones. Fue un pícaro que supo que esa nueva religión era una falsificación y como oportunista al fin se lucró y vivió bien a costa del nuevo credo en su calidad de obispo de la Palestina nombrado por Constantino.
16. Pero la religión inventada en el la oficina de la biblioteca impedrial de Nicomedia por Lactancio y Eusebio por órdenes de Constantino sobrevivió a todos ellos gracias a la creación de los epískopos y sus iglesias en todas las ciudades del Imperio y gracias a la ley del Emperador que les permitió recibir grandes donaciones en tierras y otros bienes de parte de las personas acaudaladas que cambiaron sus riquezas por la salvación de su alma, lo cual permitió a la Iglesia, durante el período que se conocería como Edad Media, amasar enormes riquezas materiales, artísticas, bibliográficas, arquitectónicas y ser económicamente independiente del poder de los señores feudales y logró subordinarles al poder temporal de los dominios vaticanos desde cuya basílica en Roma con los papas a la cabeza gobernó el mundo europeo occidental y a América después del Descubrimiento. Ese enorme poder y riquezas temporales han podido sobrevivir hasta el día de hoy al nacimiento y expansión del islam desde 622, a la reforma de Lutero y Calvino y a la creación de la Iglesia anglicana de Enrique VIII y a las múltiples denominaciones cristianas que se han desprendido de ella a escala planetaria. Y si la Iglesia católica, la luterana y la anglicana han sobrevivido a las grandes revoluciones políticas, se ha debido a que ellas son la instancia ideológica que acompaña al mantenimiento del poder de los Estados seculares en Occidente. Y a las demás grandes y antiguas religiones desprendidas del judaísmo (cristianismo, islam, ortodoxa de Oriente, luterana y anglicana) les conviene la supervivencia de cada una de ellas, porque son garantía de la unidad política del sistema de producción capitalista que impera a escala planetaria.
Pero, ¿sobrevivirán estas religiones una vez que colapse ese modo de producción capitalista tal como colapsó el modo de producción esclavista que acompañó con su politeísmo al Imperio Romano? El modo de producción que sustituirá al capitalismo todavía no tiene nombre, porque la ley del cambio perpetuo de Heráclito no garantiza que el modo de producción capitalista será eterno.
Notas:
- Cayo Valerio Aureliano Diocleciano gobernó el imperio en crisis en desde el año 284 y se retiró en el año 305. Él y sus sucesores lograron detener momentáneamente la caída del imperio hasta que Constantino tomó el mando y unificó por un tiempo el poder político y religioso, pero a su muerte en el 337, el imperio volvió a dividirse en el de Oriente y el de Occidente cuando Teodosio el Grande murió en el año 395 y dejó la herencia en manos de sus dos hijos Honorio y Arcadio. Diocleciano era “hijo de un liberto ilirio” (Bosch, op. cit., p. 164). Para gobernar tan dilatados territorios, Diocleciano dividió el Imperio en cuatro prefecturas y él nombró directamente a los Césares o Augustos que gobernaron esas prefecturas. Eran especies de virreyes. La primera prefectura fue de las Galias, que comprendía a “Francia, España e Inglaterra»; la segunda prefectura fue Italia, «que dirigía los de África y los Balcanes noroccidentales”; la tercera fue Iliria, a la que «correspondían los Balcanes y la región del Danubio; y la cuarta prefectura fue «toda la parte oriental del Imperio, el llamado Imperio de Oriente.» (Bosch, op. cit., p. 234).
- Precisamente, a los libros de esos historiadores romanos y judíos, después de oficializado el cristianismo como religión del Imperio por Teodosio el Grande, les realizaron los monjes interpolaciones para que el nombre de Jesús y del cristianismo aparecieran desde los tiempos de Tiberio hasta antes de Constantino y el libro de Eusebio titulado Historia eclesiástica también realiza esta proeza. Estas falsificaciones han funcionado como garantía de que Jesús existió como hombre y dios. Pero la primera superchería consistió en que los textos del Nuevo Testamento fueron escritos en griego por Lactancio y Eusebio de Cesárea, y no en hebreo, o arameo, que era esta última la lengua que hablaban estos pescadores analfabetos convertidos en evangelistas por la imaginación de estos dos grandes amanuenses helenizados.
Relacionados: