(Reseña del libro de Fernando Conde Torrens)

1. A comienzo de 1962, lo cuento en Memorias contra el olvido (Santo Domingo: La Trinitaria, 2001), leí por primera vez El manifiesto comunista, opúsculo que me prestó mi amigo Arismendy Amaral Oviedo, militante de la juventud del Movimiento Revolucionario 14 de Junio. Ambos cursábamos en 1960 el segundo curso de bachillerato en el liceo nocturno “Eugenio María de Hostos” y entablamos amistad a través de Rafael Santana Ortiz, quien vivía a dos casas de la pensión donde me instalé (calle Duarte 58) cuando vine, desde Sabana Grande de Boyá, a estudiar y a trabajar en el Correo central situado al bajar la cuesta de la Emiliano Tejera con Isabel la Católica.

Portada del libro de F. C. Conybeare

2. Luego de leer varias veces el Manifiesto, dos frases me llamaron poderosamente la atención: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo” y la otra: “La religión es el opio de los pueblos”. Como era muy católico en esa época, tal frase me chocó en razón de lo que explicaban Marx y Engels en el opúsculo. Decidí investigar por mi cuenta para determinar, a través de los sabios, si esta última afirmación era cierta.

3. Acerca de la primera frase, en algunos de mis libros he escrito bastante acerca del destino del socialismo de partido único y no repetiré mi posición. Pero la segunda frase me martilleó durante todo aquel año de 1962, época de lucha de la juventud bravía en contra del Consejo de Estado que presidieron Balaguer y Bonnelly y no me conformé con asumir que “la religión era el opio de los pueblos”.

4. Me embarqué en la búsqueda de libros de historia de las religiones. Con las primeras obras me que tropecé fue con las del origen del cristianismo y la religión de los judíos contenida en el Viejo Testamento. Los libros de autores extranjeros traducidos al español y los escritos por autores de mi propio idioma que leí en aquel momento, no me enseñaron gran cosa. Durante aquella inquietud, me topé con una editora de Nueva York, la University Books, que marcó la ruta de lo que buscaba.  El primer libro que adquirí (siempre con giros bancarios dirigidos por correo a la citada editora) fue para mí una revelación: Ancien, Medieval and Modern Christianity, de 1961, cuyo autor, Charles Guignebert, profundizó el método de Loisy y estudió de manera científica y no confesional el tema del cristianismo. Algunos libros de Loisy fueron colocados en la lista negra del Vaticano por atreverse a investigar el mismo problema que a mí me traía de cabeza en aquellos años de 1960: el origen del cristianismo, qué había de mito y qué había de realidad, dado el hecho de que quienes nos adentramos en el estudio de cómo surgieron las religiones en el mundo, nos encontramos con el hecho de que fueron fundadas por hombres (Akenatón, Zoroastro o Spitama Zaratustra, Mahoma, Lutero, Enrique VIII) o que su origen se perdió en el mito y la noche de los tiempos (Moisés para el judaísmo y el anonimato para las religiones orientales de Japón, China, India, Grecia, Roma y las célticas y germánicas).

5. Otro libro que me impactó fue el de Alfred Firmin Loisy, The Birth of Christian Religion and the Origin of the New Testament, publicado en 1962. Este libro del fundador del modernismo bíblico y los del laico Guignebert vieron la luz entre los años 1920 y 1933 y su traducción al inglés se produce treinta años después, al igual que la traducción al español de Jesús, de Guignebert, publicado en México en 1961 por la Unión Tipográfica Editorial. A través de estas obras de Loisy y Guignebert capté la duda en ellos de la inexistencia de mención del nombre de Jesús en todos los historiadores romanos de la época en que se supone que una doctrina tan revolucionaria y subversiva como la de ese personaje fue una amenaza grave al Imperio.

Portada de The Birth of the Christian Religion and The Origins of the New Testament, de Alfred Loisy.

Estos libros explican la técnica de la interpolación de los copistas en los textos de algunos historiadores romanos para que en ellos apareciera la mención de Jesús a partir de Tiberio, el primer emperador “bueno” bajo cuyo reinado se verificó como “cierta” la existencia del Cristo. También los copistas interpolaron la leyenda de Lactancio de los “emperadores malos”, desde Nerón hasta Dioclesiano, perseguidores del cristianismo y cómo estos “desalmados” recibieron muerte cruel.  Son estos dos autores –Guignebert y Loisy– quienes dudaron de la existencia de Jesús como un dios. No lo niegan rotundamente, pero llegan a plantear, ante la realidad de la doctrina, que al menos debió ser un hombre, un profeta, un revolucionario que la historia borró o que los judíos y los romanos conspiraron para borrarle por completo de la historia. El hecho irrecusable es que ningún libro de la Antigüedad podía traer la mención de Jesús y el cristianismo, porque simplemente no existieron hasta 303-313.

6. Con el propósito de ahondar el contexto en que surgió el cristianismo, compré dos libros adicionales que me ayudaron a comprender el período: The Jewish Word in Time of Jesus, de Guignebert, publicado por University Books en 1959 y, el otro, de F. C. Conybeare, The Origin of Christianity, de 1958, en la misma editorial. Al igual que el de Loisy, el libro que más me ayudó fue el de Guignebert, porque estudia a los historiadores de la Antigüedad, los textos religiosos hebraicos, romanos, griegos, bizantinos, alejandrinos, autores de la Diáspora, las sectas y las herejías, en busca de la mención de Jesús y del surgimiento de su doctrina en dichas obras.

7. Armado de estos conocimientos, más la continua lectura de autores griegos y romanos de la Antigüedad, así como de la lectura de mitólogos renombrados como Mircea Eliade, Roger Caillois, Matila Ghyka, Jean-Pierre Vernant y los libros de mitología general, en especial el que coordinó Félix Guiraud (Madrid: Labor, 1971) abandoné estas preocupaciones durante más de cuarenta años hasta que –me dije– surgieran nuevas evidencias bibliográficas que completaran el camino recorrido durante en busca de noticias nuevas, porque nunca me han satisfecho los mitos cuando se convierten en discursos de la verdad.

Un día, sin proponérmelo, entré a un blog, no recuerdo cómo, donde se discutían las ideas del libro Año 303 inventan el cristianismo, de Fernando Conde Torrens, español, nacido en Irún (Guipúzcoa), doctor en ingeniería industrial, profesor de filosofía y  religión, traductor de latín, griego koiné, hebreo bíblico y de otros idiomas europeos actuales, quien ha escrito una historia novelada que no tiene el fárrago de un ensayo atiborrado de notas eruditas larguísimas, pero que narra documentalmente cómo el emperador Constantino le ordenó al romano Lactancio, profesor de Retórica, nativo de Leptis Magna, Cartago, en África (hoy Al-Khums en Túnez) y al historiador griego Eusebio de Cesárea Marítima que escribieran los textos de una nueva religión que se llamaría cristianismo. Constantino ordenó crear esta nueva religión en momento en que oyó a Lactancio revelarse al emperador Dioclesiano la profecía del fin del Imperio Romano si sus ciudadanos continuaban adorando a la multitud de dioses falsos del Panteón y no se acogían a la doctrina de un Único Dios verdadero llamado Jesús, hijo del Único Dios Padre Verdadero de Moisés.

En los próximos artículos, reseñaré el libro de Conde Torrens y cómo se tejió el origen y la aventura de la leyenda del cristianismo que ha perdurado más de 1.700 años.

Portada de The Jewish World in the Time of Jesus de Ch. Guignebert