Me preocupa que no vemos a la clase política dominicana o una parte de ella, preocupada en los cambios que se le viene a nuestro país y los que desde hace un tiempo ya son parte de su nueva mentalidad. La actualización de los políticos con la sociedad y los cambios son perentorios, pues son ellos de una u otra manera que conducen el vehículo social y los responsables en poner en marcha esos cambios y para ello requiere de una visión actualizada de lo que ocurre en el mundo, sobre todo, en su sociedad. La clase política nuestra ha heredado lo más atrasado en la mentalidad política dominicana. Viene de la mano con el ruralismo desde antes de la fundación de la república en el 1844 y no ha logrado sintonizar con los cambios acaecidos en su sociedad donde ejercen su vocación política.
Instrumentalizar a la gente, con prácticas clientelares la política, mediatizar la mentalidad de los ciudadanos a través de la manipulación, reproducir viejos esquemas de gobernanzas apoyados en estilos populistas y autoritarios y la ausencia de una visión clara del proyecto de nación, han acompañado los más de 170 años de vida republicana.
Un repaso somero a nuestra vida política nos deja un manto de dudas, incertidumbres y desconsuelo en la segunda década del siglo XXI. Una generación que creció con otros referentes y una clase política en el pasado vislumbra un colapso de los partidos y la necesaria actualización y modernización de sus prácticas, estructuras, discursos y prioridades.
Esa revisión crítica de nuestra historia política nos deja el mal sabor del autoritarismo, los cánceres de la corrupción, el continuismo, el reeleccionismo y las distorsiones, para prolongar el período del ejercicio político, aunque se hunda la república. Una historia política tan accidentada debe ser necesario conocerla para desbrozar el camino y construir una mejor nación. Los políticos son instrumentos de definición del proyecto nacional, pero no los únicos, otros poderes facticos como la iglesia, el sector empresarial, grupos dominantes y otros tinglados, sobre todo, del poder internacional, son parte del juego.
Los cierto es que hoy debemos hacer un alto en el camino y redefinir el escenario por el que se ha conducido la vida política en todo su historia republicana y contrario a los discursos mesiánicos, asistencialistas y predestinados que fortalecen los personalismos y las individualidades, debemos fortalecer lo público y lo institucional.
El país sobrevivió al asesinato de Trujillo, no desaparecimos, no nos hundimos, no nos fuimos al abismo, por el contrario, comenzamos a trillar otro camino de esperanza, con entuertos que siguen hoy, que es el reto que debemos superar. Los hombres y las mujeres individualmente se pueden ir o retirarse de la vida política, pero son sus buenas obras que los hacen perenne, lo eterniza su visión de estado, no del inmediatismo del partido a de la camarilla que se beneficia de su ejercicio político, como los consejos dados a Horacio Vásquez en 1928 para que extendiera el período a 1930 o los cantos de sirenas que reciben los presidentes para que se reelijan de sus más cercanos colaboradores, beneficiarios directos del poder.
Si fortalecemos las instituciones, no hay que temerles ni a los cambios, ni a los hombres, ni a los partidos, ni a los grupos de poder guarecidos detrás de la maraña del poder del estado. A cada quien su lugar; también los ciudadanos que deben cumplir sus deberes, para exigir sus derechos, y en un régimen de consecuencias, sin impunidad y bajo el principio del estado de derecho.
Un estado de derecho es democracia plena. Cuando las instituciones son independientes del poder político, actuando con independencia y pensando en el bienestar público, no en los grupos y sectores asociados para beneficiarse del poder en detrimento del bien común.
La historia de nuestro país nos ensaña que los dos mejores ciudadanos que hemos tenido como presidentes, demócratas y ciudadanos ejemplares duraron en el poder 7 meses: Ulises Francisco Espaillat en el siglo XIX y Juan Bosch en el siglo XX. Otras tristes lecciones, nos deja la historia política dominicana que recontamos a continuación:
Los últimos 56 años del siglo XIX en vida republicana, tuvo 28 presidentes, menos 3 años de ocupación española serían 53 años; tres presidentes monopolizaron el poder: Pedro Santana, Buenaventura Báez y Ulises Heureaux -Lilís-, entre los tres sumaron 39 años de 53 del siglo XIX y quedando 14 años para repartirse entre 25 presidentes.
Ramón Cáceres -Mon-, fue el presidente de mayor duración en el inicio de la Segunda República (1899-1916), con 5 años. los restantes 9, de los 10, se repartieron los cinco años sobrantes, de los cuales 3 alcanzaron más de un año, los 6 presidentes restantes se dividieron los restantes meses.
En el inicio de la tercera República 1924-2020. Hemos tenido 21 presidentes, de los cuales 5 dominaron 79 años el poder, quedando 16 presidentes repartiéndose los restantes 17 años, de los cuales los 3 gobiernos del PRD suman 12 años y el resto, 13 presidentes, se reparten los restantes 5 años, incluyendo los 7 meses del Profesor Juan Bosch.
La tercera República se inicia con la desocupación norteamericana y el gobierno transicional de Juan Bautista Vicini en 1922 y con la ocupación formal del territorio, hasta 1961 que se produce el tiranicidio sumando 39 años, tuvimos 4 presidentes, de los cuales, dos de ellos gobernaron 37 años, los otros dos, se reparten los otros dos años.
Al final de esta historia republicana, la RD vive su 176 aniversario con 55 presidentes, 9 de ellos han concentrado 118 años de gobierno (de los cuales Trujillo 31, Balaguer con 22 y Leonel Fernández con 16, suman 65 años), quedando 58 años para los restantes 46 presidentes. 58 presidentes entre 46 años, da a menos de año y medio de gestión gubernamental. Esta es la historia política dominicana marcada por el caudillismo, el autoritarismo, el conservadurismo, el mesianismo, el providencialismo, el populismo y el clientelismo, todo acompañado del lastre del continuismo y la demagogia política.
Desde 1961 al 2020 son 59 años. 14 presidentes de los cuales 3 de ellos han gobernado 42 años: Joaquín Balaguer -22 años-, Leonel Fernández -12 años- y Danilo Medina -8-. Los restantes 17 años se reparten entre los 11 presidentes de los cuales 3: Antonio Guzmán, Jorge Blanco e Hipólito Mejía del PRD, gobernaron sus períodos de cuatrienio, por lo que fueron electos sumando 12 años, quedando de los 59 años, 5 años se reparten entre los restantes 8 presidentes a menos de uno por año. Al final, 176 años de vida republicana nos deja este trago amargo:
- Dos ocupaciones internacionales: España 1961-1965 y EUA, 1916-1924, que se restan a nuestra vida republicana de 176 años quedando bajo soberanía nacional a penas, 156 años.
- De esos restamos los 118 gobernados por 9 caudillos, quedando 38 años, repartidos entre 46 presidentes de los cuales solo tres fueron presidentes cuatro años, según la norma constitucional nuestra, dejándonos el siguiente panorama:
- 43 presidentes habrían de repartirse 26 años restantes que es a menos de un año por presidente y si sumamos de esos, los 39 presidentes que completaron dos o menos de un año, quedarían pues, 4 presidentes para ejercer el mando durante los años restantes a menos de un año, meses y días incluso por gestión.
- Una Guerra civil (1965) y varios golpes de estado.
- Los dos ciudadanos y gobiernos más honestos duraron 7 meses: Ulises Francisco Espaillat (1876) y Juan Bosch (1963).
- 9 presidentes gobernaron más de 118 años, con reelección, continuismo, dictaduras y otras formas no democráticas: Pedro Santana (7), Buenaventura Báez (15), Ulises Heureaux (14), Mon Cáceres (5), Horacio Vásquez (6), Rafael Leónidas Trujillo (31), Joaquín Balaguer (22), Leonel Fernández (12) y Danilo Medina (8).
- Tres presidentes terminaron los cuatros años: Guzmán que se suicidó en el cambio de mando, Jorge Blanco que prefirió entregar al contrario por una lucha interna a pesar de haber ganado las elecciones uno de su partido-Jacobo Majluta, e Hipólito Mejía que intentó reelegirse sin suerte y terminó forzado, sus cuatro años; es decir que como vemos los períodos más normales, no lo son tampoco.
- De los 55 presidentes restantes en este marco, 39 ocuparon la silla dos años o menos.
Ésta triste historia se repite en la segunda década del siglo XXI, cuando suponemos haber avanzado en los senderos de la democracia, la institucionalidad y el desarrollo económico y social. Los resultados siguen estando estacionados en el siglo XIX, al menos en la práctica política y la sociedad avanza más rápido que su clase política y gobernante, por eso hoy el panorama reta a la sociedad a seguir anclada en el pasado o dar un paso adelante hacia la construcción de un estado de derecho y el fortalecimiento de las instituciones, única garantía para dar el salto que los tiempos exigen.
La división del PLD es resultante de la lucha caudillista que reitera viejos discursos y practicas políticas aún no superadas. Su división no fue de orden ideológica, sino de grupo e intereses marcados por la ambición, el continuismo de sus líderes que, como el PRD, produjo su división y la pérdida del poder, y como dice el refranero popular, dos gallos no pueden estar en el mismo gallinero; a ellos les ha tocado ahora el refrán. Por delante tenemos dos caminos, el personalismo y el mesianismo o la institucionalidad y la democracia plena, no hay otro.