El presente análisis se circunscribe a la pertinencia (o no) de reaccionar ante eventos mediáticos que toquen, directa o indirectamente, a una persona (física o jurídica). Evaluaremos las dos posibilidades, por un lado, la de ignorar la noticia y permitir que curse su vida útil, o la de responder (judicial o mediáticamente).

A estos fines, iniciemos con definir el “ciclo” de una noticia y veamos aspectos puntuales para entender su naturaleza.

El tiempo en que un grupo específico de ciudadanos (independientemente del baremo aplicado) presta atención, retiene y da seguimiento a un evento noticioso es, normalmente, finito. Incluso, contrario a lo que popularmente se pueda percibir, poco importa la naturaleza de la noticia, ésta siempre – estadísticamente – estará condenada a ser olvidada desde el momento que sale a la luz.

Según estudio realizado por Google Trends, junto a la firma Schema y Axios, el ciclo de noticias para los más grandes momentos del año 2018 tuvo un máximo estadístico de 8 días, y un mínimo de 2. Para las noticias de mediano o mínimo impacto, el tiempo rondaba de un día a dos. Para sorpresa del autor, también se discutió la vigencia de la noticia según la naturaleza de esta, recogiéndose datos relevantes donde se probaba que las “malas noticias” tienden a desaparecer mucho más rápido que las buenas, consecuencia de un factor de anclaje voluntario por parte del receptor.

Entonces, ¿es necesario responder al “rumor” público? Tomemos el ejemplo del proceso seguido contra el periodista Marino Zapete.

El día 1 (del ciclo) el reconocido periodista expone a su audiencia serias denuncias vinculando a funcionarios públicos y sus familiares. Ese día, las redes sociales noticiosas inician el acostumbrado reposteo de la denuncia, terminando el día 1 con una impregnación inmensa de la noticia en el paladar de la sociedad. Los siguientes días, aunque mantenía vigencia la noticia (y más por labores de interés independiente de otros periodistas), ya se sentía disminuida. El pueblo, como tal, estaba listo para olvidar esta noticia.

Es en este momento que ocurre el primer evento diferenciador. El periodista sufre su primer golpe, uno de los medios al que tenía acceso decide terminar la relación con él, supuestamente ante presiones indirectas de los involucrados.

Aquí el periodista, quien hasta ese momento solamente informaba, es afectado personalmente por su labor periodística y, en consecuencia, obtiene nuevos bríos por lo que considera una injusticia en su contra, y además, porque es evidente que la situación ya afecta intereses tan nobles como el derecho a la libertad de expresión y al que se considera como el cuarto poder moderno, el periodismo.

Luego de denunciar esta situación, la parte denunciada toma otra decisión que, a nuestro entender, también le resulta contraproducente. Decide amenazar con someter a la justicia, lo de nuevo hace que tanto el periodista como la noticia vuelvan a tener la tracción que ya se estaba disipando. Si este era el deseo de la parte denunciada, debió, en lugar de amenazar, sencillamente someterlo. El preámbulo vuelve a alargar el ciclo de vida de la noticia innecesariamente.

Finalmente, el sometimiento se hace público e inician las vistas. Esto último, sumado con todo lo anterior, es lo que ha mantenido desde la denuncia inicial (a finales del mes de septiembre) la noticia viva. Una noticia que, por la idiosincrasia de nuestro Pueblo y la práctica común de nuestras autoridades, hubiese sido olvidada a inicios de octubre.

Visto todo lo anterior, hagamos el ejercicio.

Si la parte denunciada hubiese decidido ignorar las acusaciones mediáticas en su contra (no había un sometimiento formal ante las autoridades, ni lo hay, nos parece, todavía), hubiese sufrido el choque social durante el tiempo de vigencia de la noticia misma.

El periodista, si hubiese intentado mantener la misma en la palestra pública, hubiese realizado intentos vía colaboración de medios y personalidades, pero la sociedad, como tal, y específicamente su audiencia, rápidamente se cansaría del tema y, por necesidad, el periodista se vería en la obligación de sustituirlo.

Esto quiere decir que, si la noticia inicia a finales del mes de septiembre, más el combustible que los interesados pudiesen abonar, la misma estaría condenada a desaparecer (por desinterés o cansancio) en un máximo de 8 días, lo que hubiese – hoy – transformado la misma en un simple comentario que surgiría en momentos específicos, y sin relevancia.

Lo que ha logrado el ataque al periodista, como un intento (torpe, nos parece) de mitigar el daño de la noticia y, en sí, pretender obtener un saneamiento moral ante la sociedad, se transformó en una bola de nieve mediática que no solo ha dado inmensa fuerza al periodista y a la noticia, sino que ha compactado la sociedad como tal, hasta los sectores que originalmente no constituyen audiencia y que, incluso, se oponen al comunicador, generándose una masa unida que repudia el elemento objetivo que se crea con todo lo que hemos discutido: no se debe censurar la labor periodística, pero mucho menos con acciones leventes.

Jamás olvidemos, en palabras del maestro Hector Lavoe, “sensacional cuando salió en la madrugada, a medio día ya noticia confirmada y, en la tarde, materia olvidada.”