El pasado viernes 27 de marzo, era el viernes de Dolores. Un día significativo en la religiosidad popular y sus distintas manifestaciones sincréticas que combinan el santoral católico de la cuaresma con múltiples actividades y símbolos sincréticos como: las novenas, las salves, los atabales, las peregrinaciones, el gaga, los distintos platos típicos regionales como: habichuela con dulce, haba con dulce, chaca, arroz con dulce, buñuelos entre otros…
El pasado viernes de dolores le añade otros elementos a este sentir cultural. El duelo, el luto, la depresión colectiva ante un fallo judicial que enaltece la impunidad frente a la corrupción, el desfalco y el robo a la ciudadanía.
En horas de la tarde se pudo sentir y se siente aun en la ciudadanía un sabor amargo, a dolor, a mirar nuestra democracia y resentir en ella su gran debilidad, la impunidad.
Se revisan los casos de personas que se encuentran presas por causas pequeñas como el robo de un tanque de gas, de una gallina, de 500 pesos, 10,000 pesos y uno se pregunta ¿Hasta cuándo?
Este fallo histórico a favor de la corrupción y la impunidad, con grandes expedientes de miles de millones de pesos de robo al estado y a la ciudadanía tiene un impacto cultural significativo en la sociedad dominicana y en nuestras nuevas generaciones.
Una sociedad donde el dinero fácil se está convirtiendo en el gran atractivo para jóvenes y adultos desde lo micro a lo macro, desde el microtráfico, el atraco y las redes delictivas callejeras hasta los grandes atracos y robos desde sectores de poder.
No es posible seguir promoviendo valores de honestidad, transparencia, ni seguir persiguiendo la delincuencia común, mientras se incrementa la impunidad desde el poder. El debilitamiento del sistema de justicia expresado una vez más este Viernes de Dolores, a quien más afecta es a la gobernabilidad y seguridad ciudadana en nuestro país.
Los estudios que se realizan sobre la delincuencia social en nuestro país demuestran que una de las principales causas de la inserción en redes delictivas de adolescentes y jóvenes es la convicción que tiene esta población de que “no va a pasar nada”, “no hay consecuencias”.
Podemos pasar muchos años enseñando valores en nuestros centros educativos y nuestras familias pero si nuestro sistema de justicia no tiene capacidad para asumir su rol de ejercer justicia con transparencia aplicándole todo el peso de la ley a los actos de corrupción cometidos por legisladores, funcionarios, ex funcionarios, presidentes y expresidentes, todo el trabajo educativo se debilita y con ello la democracia.
Nuestra religiosidad popular tiene en su naturaleza la capacidad de convertir y combinar el duelo y la fiesta, los días de semana santa se mezclan las oraciones, viacrucis y ayunos con el gaga y los palos desde el sincretismo entre tristeza-alegría, recogimiento-fiesta, muerte-vida, muerte-resurrección. De ahí que este duelo, dolor, tristeza tiene en sus cimientos el potencial de provocar la conciencia ciudadana para convertir la lucha contra la corrupción y la impunidad en ejercicio cotidiano.