“No puedes elegir de ninguna de las maneras (…) No puedes vivir siendo clarividente, no puedes tomar partido por nadie, no puedes tomar parte en nada.  Cuando se es parcial, o sea, cuando se crean falsos absolutos, la savia del devenir renace en las venas”

E.M. Cioran, “Breviario de los vencidos”

Estás a punto de tomar una decisión importante. Hace días, semanas le vienes dando vuelta a lo mismo: ¿Qué hacer? ¿Qué actitud adoptar ante las circunstancias de hoy? ¿Por quién votar? Aún no te decides. Tienes muchas dudas. Piensas que de nada serviría elegir a uno o a otro.

Aún conservas  algo de pureza o ingenuidad, una joya en estos tiempos de tráfico de conciencias. Tienes escrúpulos.  No has tomado parte en la historia de tu nación, no has sido protagonista de ninguno de sus “grandes” acontecimientos, ni siquiera eres una figura pública activa, sólo un ciudadano más. Y, sin embargo, esa historia te interesa y en los signos del presente tratas de leer el porvenir.

Por fuera, luces correcto y sereno.  Por dentro, vomitas fuego y lava. Hay en ti demasiada rabia contenida.  Estás harto de todo, de los políticos corruptos, de este mediocre presente insular, de esta torpe democracia que se ha convertido en una ronda de sepultureros de anhelos y esperanzas. Si pudieras condenarlos a todos, lo harías sin remordimientos. Podrías declararte abstencionista y rechazar con tu ausencia esta nueva ronda electoral. Has pensado quedarte en casa ese día, no salir a ningún lado, permanecer inmóvil, indiferente a todo, dejar que las cosas marchen solas, pues es inevitable que marchen en un sentido u otro.

José Pelletier-El drama de elegir
José Pelletier

Pero no te engañas: te conoces bien y sabes que eres demasiado apasionado y vehemente. Te cuesta trabajo ser impasible. Con los años te has vuelto incrédulo. Tu incredulidad viene de un proceso doloroso y se alimenta de amargos desengaños. Has pasado de los cincuenta y eres un desencantado. Quisieras estar a la vuelta de todo. No has vivido en vano: has viajado y visto otros mundos. Has contemplado el derrumbe de las utopías que en vano pretendieron transformar tu siglo. Después de aquel año de 1989, ¿aún queda algo en que creer y por lo que luchar? ¿En qué puedes creer? ¿En los hombres? Miserables y ruines, no son de fiar. ¿En principios o ideales superiores? Se han degradado y perdido todo valor. (Recuerdas ahora las palabras de aquel estudiante: “Mire, profesor, en este mundo ya no quedan ideales, todo lo que se hace es sólo por conveniencia propia”). Es cierto, ya no queda nada, ninguna bandera por blandir, ninguna utopía por renovar, ni siquiera una última esperanza armada, nada, salvo abandonarse a la monótona suma de las horas y los días, buscar el beneficio personal, acomodarse al tráfico inmundo de los valores y los principios, sobrevivir…

Te observas a ti mismo: eres un privilegiado. En un país de poca gente instruida, tú has podido estudiar. Puedes considerarte un intelectual, o sea, una conciencia. Y un intelectual tiene ante todo que pensar. Has leído una novela que te perturba y en la que crees descubrir la conciencia culpable de tus compatriotas. Por eso desapruebas la impostura de tantos intelectuales, su silencio cómplice, su subordinación, su servilismo frente al poder, su adhesión expresa a los restos de autoritarismo. Odias, odias mucho, odias este tiempo que te ha tocado en suerte, este pasado-presente vivo y ominoso, y sabes bien que el odio es una fuerza tan creadora y necesaria como el amor (tus amigos cristianos, al condenar el odio, jamás lo entenderán), que preserva del olvido el largo inventario de agravios y oprobios que guardan los pueblos. La moral es la gran ausente en la fiesta de la historia. En lo más íntimo de ti deploras que ya no queden deshacedores de agravios que vengan en auxilio de los necesitados y en castigo de los malvados. (El caballero andante se te antoja, definitivamente, una figura del pasado que ya no habla a nuestras vidas).

Vives en el país del Eterno Retorno. Si vivieran hoy, los antiguos griegos palidecerían ante nosotros, isleños patéticos. El eterno retorno tiene lugar aquí y ahora, pero de forma ridícula y truculenta, el retorno de todos los tiempos en un tiempo único, el retorno de lo mismo, pues todo vuelve, todo es idéntico, y lo nuevo es lo mismo que lo viejo y lo viejo siempre retorna y nunca acaba de desaparecer.

Reflexionas sobre la imposibilidad de elegir. En algún lugar has tropezado con esta frase de un autor que te desconcierta: “No puedes elegir de ninguna de las maneras (…) No puedes vivir siendo clarividente, no puedes tomar partido por nadie, no puedes tomar parte en nada. Cuando se es parcial, o sea, cuando se crean falsos absolutos, la savia del devenir renace en las venas”. No estás obligado a elegir. Puedes decir no a todo, declararte en desobediencia civil y mandar al diablo a  todos los candidatos. ¿Es que acaso no puedes elegir o más bien puedes no elegir? Probablemente elijas no elegir. Pero incluso ya esto sería una elección. Es forzoso que sufras los cambios que se impondrán a ti, a todos, lo quieras o no, como los has venido sufriendo hasta ahora.  Sufrirás la permanencia de lo mismo, o una novedad que nos coloque ante lo incierto, o el espectacular y humillante retorno al poder de un anciano.

Intentas verlo todo claro. Hace tiempo que nos imponen elecciones mediocres. Nunca podemos escoger entre buenos, sino entre malos y menos malos. Tener que elegir el mal menor como si fuese lo mejor es una señal de mediocridad. No hemos mejorado en nada la oferta electoral, sólo hemos venido apocándonos y resignándonos a cualquier cosa. Nuestra oferta está hecha a la medida de lo que somos, no de lo que queremos ser, mucho menos de lo que podríamos llegar a ser.

Sientes de algún modo que los únicos culpables de este presente degradado somos nosotros mismos. Y si mañana hubiese algún retorno bochornoso, también lo seríamos y no tendríamos derecho a quejarnos. Tenemos las manos sucias hasta las heces. No se puede gobernar inocentemente. Ningún gobierno está libre de culpa, pues aún en el remoto caso de que no apele al recurso del crimen, es imposible que pueda sostenerse sin cometer injusticias. Recuerda a Sartre: somos a medias víctimas y a medias cómplices, como todo el mundo. Recuerda al stárets Zóssima, de Dostoyevski, señalándole a Aliosha la culpabilidad universal de los hombres: todos somos culpables de todo ante todos. No obstante, no olvides a los que nada han hecho sino sufrir y padecer y son inocentes de todo, los olvidados de la tierra.

Debes estar lúcido, claro, despejado. Vas a tomar una decisión importante, vas a elegir a alguien, y eso te define y te compromete. Si, frente a lo que se te ofrece, decides elegir (y si no eliges, también eliges), considera elegir el mal menor. ¡Qué pobre elección, verdad! Lo irónico de todo esto es que únicamente eligiendo este mal menor podríamos salvarnos de la humillación que nos aguarda. Comprendo entonces que temas lo peor de todo. Bastan unos pasos más, apenas un par de pasos, para que los dominicanos escribamos el capítulo de otra inédita historia universal del bochorno.

Ahora tómate tu tiempo. No cedas a presiones ni atiendas a obligaciones ajenas. No escuches a nadie más que a ti mismo. Escucha tu voz interior. Refúgiate en la soledad de tu habitación. Nunca es más fuerte ni más íntegro el hombre que cuando está completamente solo. Por una vez, decidas lo que decidas hacer, considera tomar una buena decisión. Sé honesto contigo mismo.